De la carta de san Clemente primero, papa, a los Corintios
Vigilad, amadísimos, no sea que los innumerables beneficios de Dios se conviertan
para nosotros en motivo de condenación por no tener una conducta digna de Dios y
por no realizar siempre en mutua concordia lo que le agrada. En efecto, dice la
Escritura: El Espíritu del Señor es como una lámpara que sondea lo más íntimo
de las entrañas.
Consideremos cuán cerca está de nosotros y cómo no se le oculta ninguno de nuestros
pensamientos ni de nuestras palabras. Justo es, por tanto, que no nos apartemos nunca
de su voluntad. Vale más que ofendamos a hombres necios e insensatos, soberbios y
engreídos en su hablar, que no a Dios.
Veneremos al Señor Jesús, cuya sangre fue derramada por nosotros; respetemos a
los que dirigen nuestras comunidades, honremos a nuestros presbíteros, eduquemos
a nuestros hijos en el temor de Dios, encaminemos a nuestras esposas por el
camino del bien. Que ellas sean dignas de todo elogio por el encanto de su
castidad, que brillen por la sinceridad y por su inclinación a la dulzura, que
la discreción de sus palabras manifieste a todos su recato, que su caridad hacia
todos sea patente a cuantos temen a Dios, y que no hagan acepción alguna de
personas.
Que vuestros hijos sean educados según Cristo, que aprendan el gran valor que
tiene ante Dios la humildad y lo mucho que aprecia Dios el amor casto, que
comprendan cuán grande sea y, cuán hermoso el temor de Dios y cómo es capaz de
salvar a los que se dejan guiar por él, con toda pureza de conciencia. Porque el
Señor es escudriñador de nuestros pensamientos y de nuestros deseos, y su
Espíritu está en nosotros, pero cuando él quiere nos lo puede retirar. Todo esto
nos lo confirma nuestra fe cristiana, pues el mismo Cristo es quien nos invita,
por medio del Espíritu Santo, con estas palabras: Venid, hijos, escuchadme: os
instruiré en el temor del Señor; ¿hay alguien que ame la vida y desee días de
prosperidad? Guarda tu lengua del mal, tus labios de la falsedad; apártate del mal,
obra el bien, busca la paz y corre tras ella.
El Padre de todo consuelo y de todo amor tiene entrañas de misericordia para con
todos los que lo temen y en su entrañable condescendencia reparte sus dones a
cuantos a él se acercan con un corazón sin doblez. Por eso, huyamos de la
duplicidad de ánimo y que nuestra alma no se enorgullezca nunca al verse
honrada con la abundancia y riqueza de los dones del Señor.
lunes, 26 de octubre de 2020
No nos apartemos nunca de la voluntad de Dios
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