domingo, 25 de octubre de 2020

Transmitir la experiencia

Según el evangelio podría volver a hablar del mandamiento del amor, pero me ha parecido más interesante, por lo menos para mí, este párrafo de la carta de san Pablo:
"No solo ha resonado la palabra del Señor en Macedonia y en Acaya desde vuestra comunidad, sino que además vuestra fe en Dios se ha difundido por doquier, de modo que nosotros no teníamos necesidad de explicar nada, ya que ellos mismos cuentan los detalles de la visita que os hicimos: cómo os convertisteis a Dios abandonando los ídolos, para servir al Dios vivo y verdadero, y vivir aguardando la vuelta de su Hijo Jesús desde el cielo, a quien ha resucitado de entre los muertos y que nos libra del castigo futuro".
La transmisión de la fe no se tiene que dar sólo porque los curas, las monjas y los obispos, la predican en la iglesia, sino porque los cristianos la comparten en sus propios lugares, sin miedo de ponerse a hablar de su experiencia de Dios, de sus reflexiones acerca de la Palabra de Dios, de lo que han escuchado (también) en misa... Si cuando nos juntamos a tomar un café o una cerveza, o en algún lugar pudiéramos hablar más de nuestra experiencia de Dios, creo que no tendríamos tiempo para criticar a los demás, sino que nos ayudaría a crecer y a divulgar más nuestra fe.
Pablo se ha asombrado de esa transmisión de la fe que hicieron los propios miembros de la comunidad, porque, claro, cuando algo te llena el corazón y te hace sentir el gozo de haber encontrado un gran tesoro, no puedes no compartirlo, no puedes dejar de hablar de lo que has sentido y de lo que sientes, y de lo que eso puede ser para tu vida.
Y, quizás, sí, nos falte a nosotros, aún, esa experiencia viva y verdadera del encuentro con el Señor. No hemos llegado a tocar lo profundo del corazón y por eso no tenemos la necesidad de compartir, pues no hemos sentido a Dios en nuestro corazón. ¿Qué compartir si no hemos experimentado nada?
Ayer nos decía una abuela a la que visitamos para llevarle la comunión: escuché la misa por tv y me puse a llorar de lo que decía el sacerdote... algo tan antiguo que no me ayudó en nada.
Y, sí, a veces no decimos nada que llegue al corazón de la gente, entonces ¿será que tampoco Dios ha llegado a nuestro corazón? Esta pregunta no me la esperaba...
Entonces, hay que poner manos a la obra y hacer que Dios llegue y nos toque el corazón y nos haga vibrar de amor para que lo podamos compartir con ilusión, con ganas, con el fuego del Espíritu que Él mismo sembró en nosotros.

 

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