De los sermones de san Bernardo, abad
El hijo, en ti engendrado, será santo, será Hijo de Dios. ¡La fuente de la
sabiduría, la Palabra del Padre en las alturas! Esta Palabra, por tu mediación,
Virgen santa, se hará carne, de manera que el mismo que afirma: Yo estoy en el
Padre y el Padre está en mi podrá afirmar igualmente: Procedo y vengo del Padre.
Ya al comienzo de las cosas -dice el Evangelio- existía
la Palabra. Manaba ya la fuente, pero hasta entonces sólo dentro de sí misma. Y
continúa el texto sagrado: Y la Palabra estaba con Dios, es decir, morando en
la luz inaccesible; y el Señor decía desde el principio: Mis designios son de
paz y no de aflicción. Pero tus designios están escondidos en ti, y nosotros no
los conocemos; porque, ¿quién había penetrado la mente del Señor? o ¿quién había
sido su consejero?
Pero llegó el momento en que estos designios de paz se convirtieron en obra de
paz: La Palabra se hizo carne y ha puesto ya su morada entre nosotros; ha
puesto ciertamente su morada por la fe en nuestros corazones, ha puesto su morada en
nuestra memoria, ha puesto su morada en nuestro pensamiento y desciende hasta
la misma imaginación. En efecto, ¿qué idea de Dios hubiera podido antes formarse
el hombre, que no fuese un ídolo fabricado por su corazón? Era incomprensible
e inaccesible, invisible y superior a todo pensamiento humano; pero ahora ha
querido ser comprendido, visto, accesible a nuestra inteligencia.
¿De qué modo?, te preguntarás. Pues yaciendo en un pesebre, reposando en el
regazo virginal, predicando en la montaña, pasando la noche en oración; o bien
pendiente de la cruz, en la lividez de la muerte, libre entre los muertos y
dominando sobre el poder de la muerte, comO también resucitando al tercer día y
mostrando a los apóstoles la marca de los clavos, como signo de victoria, y
subiendo finalmente ante la mirada de ellos hasta lo más íntimo de los cielos.
¿Hay algo de esto que no sea objeto de una verdadera, piadosa y santa
meditación? Cuando medito en cualquiera de estas cosas, mi pensamiento va hasta
Dios y, a través de todas ellas, llego hasta mi Dios. A esta meditación la
llamo sabiduría, y para mí la prudencia consiste en ir saboreando en la memoria
la dulzura que la vara sacerdotal infundió tan abundantemente en estos frutos,
dulzura de la que María disfruta con toda plenitud en el cielo y la derrama
abundantemente sobre nosotros.
miércoles, 7 de octubre de 2020
Conviene meditar los misterios de la salvación
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