Del Tratado de san Ambrosio, obispo, Sobre Caín y Abel
Ofrece a Dios un sacrificio de alabanza, cumple tus votos al Altísimo. Alabar a
Dios es lo mismo que hacer votos y cumplirlos. Por eso se nos dio a todos como
modelo aquel samaritano que, al verse curado de la lepra juntamente con los
otros nueve leprosos que obedecieron la palabra del Señor, volvió de nuevo al
encuentro de Cristo y fue el único que glorificó a Dios, dándole gracias. De él
dijo Jesús: No ha vuelto ninguno a dar gloria a Dios, sino este extranjero.
Levántate -le dijo- y vete; tu fe te ha salvado.
Con esto el Señor Jesús en su enseñanza divina te mostró, por una parte, la
bondad de Dios Padre y, por otra, te insinuó la conveniencia de orar con
intensidad y frecuencia: te mostró la bondad del Padre haciéndote ver cómo se
complace en darnos sus bienes para que con ello aprendas a pedir bienes al que
es el mismo bien; te mostró la conveniencia de orar con intensidad y frecuencia
no para que tú repitas sin cesar y mecánicamente fórmulas de oración, sino para
que adquieras el espíritu de orar asiduamente. Porque con frecuencia las largas
oraciones van acompañadas de vanagloria y la oración continuamente interrumpida
tiene como compañera la desidia.
Luego te amonesta también el Señor a que pongas el máximo interés en perdonar a
los demás cuando tú pides perdón de tus propias culpas; con ello tu oración se
hace recomendable por tus obras. El Apóstol afirma,
además, que se ha de orar alejando primero las controversias y la ira, para que
así la oración se vea acompañada de la paz del espíritu y no se entremezcle con
sentimientos ajenos, a la plegaria. Además, también se nos enseña que conviene
orar en todas partes: así lo afirma el Salvador cuando dice, hablando de la
oración: Entra en tu aposento.
Pero, entiéndelo bien, no se trata de un aposento rodeado de paredes, en el cual
tu cuerpo se encuentra como encerrado, sino más bien de aquella habitación que
hay en tu mismo interior, en la cual habitan tus pensamientos y moran tus
deseos. Este aposento para la oración va contigo a todas partes, y en todo lugar
donde te encuentres continúa siendo un lugar secreto, cuyo solo y único árbitro
es Dios.
Se te dice también que has de orar especialmente por el pueblo de Dios, es
decir, por todo el cuerpo, por todos los miembros de tu madre la Iglesia, que
viene a ser como un sacramento del amor mutuo. Si sólo ruegas por ti, también tú
serás el único que suplica por ti. Y si todos ruegan solamente por sí mismos, la
gracia que obtendrá el pecador será, sin duda, menor que la que obtendría del
conjunto de los que interceden si éstos fueran muchos. Pero, si todos ruegan
por todos, habrá que decir también que todos ruegan por cada uno.
Concluyamos, por tanto, diciendo que, si oras solamente por ti, serás, como ya
hemos dicho, el único intercesor en favor tuyo. En cambio, si tú oras por todos,
también la oración de todos te aprovechará a ti, pues tú formas también parte
del todo. De esta manera obtendrás una gran recompensa, pues la oración de cada
miembro del pueblo se enriquecerá con la oración de todos los demás miembros. En
lo cual no existe ninguna arrogancia, sino una mayor humildad y un fruto más
abundante.
lunes, 5 de octubre de 2020
Hay que orar por todo el Cuerpo de Cristo
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