viernes, 7 de agosto de 2015

Reconocer para vivir en Él

"Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón, que el Señor es el único Dios, allá arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra; no hay otro. Guarda los preceptos y mandamientos que yo te prescribo hoy, para que seas feliz, tú y tus hijos después de ti, y prolongues tus días en el suelo que el Señor, tu Dios, te da para siempre.»
Creo que cada día reconocemos que el Señor es único Dios, es más cada día, reconocemos que Dios es Señor y Padre. Reconocemos que es un Dios Todopoderoso, creador de Cielo y Tierra. Siempre lo reconocemos y, cada domingo, lo decimos en alta voz en la misa dominical cuando recitamos el Credo.
Pero reconocer algo no es lo mismo que vivirlo, que llevarlo a la práctica cotidiana, porque en el día a día, el dueño y señor de mi vida soy yo, y no hay otro dios fuera de mí. Soy quien piensa, siente, quiere y hace lo que quiere, y que no me vengan con otras cosas, porque nada. A Dios no lo escucho, no me habla y por eso hago lo que quiero, porque si espero que me diga algo me va a decir lo que no quiero y, por eso, más vale que haga la mía.
Y es cierto, porque cuando nos ponemos cerca de Jesús, Él nos vuelve a repetir, una y otra vez:
«El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga.
Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí la encontrará.
¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida?
¿O qué podrá dar para recobrarla?"
Es verdad, no hace atrayente el querer seguirlo, el querer estar con Él, porque lo único que no queremos es dejar de ser nosotros mismos, de hacer lo que tenemos ganas, y, sobre todo, de ir ganando posiciones para que cada día tenga más para no depender de nadie.
Y, sin hacerle caso al Dios Padre, Creador de Cielo y Tierra, le hago caso al Príncipe de este mundo que me va susurrando al oído y cada día me hace hacer más cosas, para no pensar en lo que debo hacer. Me va oscureciendo la fe para que, de a poco, me aleje, vaya perdiendo la conexión con Aquél que dio su Vida por mí. Poco a poco me alejo de Dios, aunque crea que estoy siendo fiel y obediente, poco a poco voy perdiendo la fe, la confianza, y así la Gracia no llega a mi corazón.
Creo que es suficiente recitar las oraciones, recitar un acto de fe, pero "la fe sin obras es muerta" y así día a día dejo de creer, de vivir en Dios, sólo porque no me di cuenta que Él no era el Señor de mi vida. Ahora, al mirar mi vida encuentro muchos lugares vacíos en los que sólo hice lo que quería, y lo que escuché que el Príncipe de este mundo me decía suavemente al oído. Y siento el vacío del no-ser, el vacío de no haber lograda la felicidad, ni la plenitud que buscaba. Simplemente viví, pero no dejé la huella que esperaba.
No basta sólo reconocer que el Señor del Señor, ni que Dios es mi Padre, ni que Cristo es el Salvador, seguro que es el primera paso, pero debemos dar más pasos en la misma dirección para que lo que Él nos ha prometido lo podamos alcanzar, pues el ciento por uno y la vida eterna se alcanzar recorriendo el Verdadero Camino que nos da Vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.