De las Obras de san Alfonso María de Ligorio, obispo
Toda la santidad y la perfección del alma consiste en el amor a Jesucristo,
nuestro Dios, nuestro sumo bien y nuestro redentor. La caridad es la que da
unidad y consistencia a todas las virtudes que hacen al hombre perfecto.
¿Por ventura Dios no merece todo nuestro amor? Él nos ha amado desde toda la
eternidad. «Considera, oh hombre -así nos habla-, que yo he sido el primero en
amarte. Aún no habías nacido, ni siquiera existía el mundo, y yo ya te amaba.
Desde que existo, yo te amo.»
Dios, sabiendo que al hombre se lo gana con beneficios, quiso llenarlo de dones
para que se sintiera obligado a amarlo: «Quiero atraer a los hombres a mi amor
con los mismos lazos con que habitualmente se dejan seducir: con los vínculos
del amor.» Y éste es el motivo de todos los dones que concedió al hombre. Además
de haberle dado un alma dotada, a imagen suya, de memoria, entendimiento y
voluntad, y un cuerpo con sus sentidos, no contento con esto, creó, en beneficio
suyo, el cielo y la tierra y tanta abundancia de cosas, y todo ello por amor al
hombre, para que todas aquellas creaturas estuvieran al servicio de! hombre, y
así el hombre lo amara a él en atención a tantos beneficios.
Y no sólo quiso
darnos aquellas creaturas, con toda su hermosura, sino que además, con el objeto
de conquistarse nuestro amor, llegó al extremo de darse a sí mismo por entero a
nosotros. El Padre eterno llegó a darnos a su Hijo único. Viendo que todos
nosotros estábamos muertos por el pecado y privados de su gracia, ¿qué es lo que
hizo? Llevado por su amor inmenso, mejor aún, excesivo, como dice el Apóstol,
nos envió a su Hijo amado para satisfacer por nuestros pecados y para
restituirnos a la vida, que habíamos perdido por el pecado.
Dándonos al Hijo, al que no perdonó, para perdonarnos a nosotros, nos dio con él
todo bien: la gracia, la caridad y el paraíso, ya que todas estas cosas son
ciertamente menos que el Hijo: El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo
entregó a la muerte por todos nosotros, ¿cómo no nos dará con él todo lo demás?
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