Del Comentario de san Gregorio de Agrigento, obispo, sobre el Eclesiastés
Anda, come tu pan con alegría y bebe tu vino con alegre corazón, que Dios está ya
contento con tus obras.
Si queremos explicar estas palabras en su sentido obvio e inmediato, diremos con
razón que nos parece justa la exhortación del Eclesiastés, de que, llevando un
género de vida sencillo y adhiriéndonos a las enseñanzas de una fe recta para
con Dios, comamos nuestro pan con alegría y bebamos nuestro vino con alegre
corazón, evitando toda maldad en nuestras palabras y toda sinuosidad en nuestra
conducta, procurando, por el contrario, hacer objeto de nuestros pensamientos
todo aquello que es recto, y procurando, en cuanto nos sea posible, socorrer a
los necesitados con misericordia y liberalidad; es decir, entregándonos a
aquellos afanes y obras en que Dios se complace.
Pero la interpretación mística nos eleva a consideraciones más altas y nos hace
pensar en aquel pan celestial y místico, que baja del cielo y da la vida al
mundo; y nos enseña asimismo a beber con alegre corazón el vino espiritual,
aquel que manó del costado del que es la vid verdadera, en el tiempo de su
pasión salvadora. Acerca de los cuales dice el Evangelio de nuestra salvación:
Jesús tomó pan, dio gracias, y dijo a sus santos discípulos y apóstoles:
«Tomad
y comed, esto es mi cuerpo, que será entregado por vosotros para el perdón de
los pecados.» Del mismo modo, tomó el cáliz, y dijo; «Bebed todos de él, éste es
el cáliz de mi sangre, sangre de la alianza nueva, que será derramada por
vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados.» En efecto, los
que comen de este pan y beben de este vino se llenan verdaderamente de alegría y
de gozo y pueden exclamar: Has puesto alegría en nuestro corazón.
Además, la Sabiduría divina en persona, Cristo, nuestro salvador, se refiere
también, creo yo, a este pan y este vino, cuando dice en el libro de los
Proverbios: Venid a comer de mi pan y a beber el vino que he mezclado, indicando
la participación sacramental del que es la Palabra. Los que son dignos de esta
participación tienen en toda sazón sus ropas, es decir, las obras de la luz,
blancas como la luz, tal como dice el Señor en el Evangelio: Alumbre vuestra luz
a los hombres para que, viendo vuestras buenas obras, den gloria a vuestro Padre
celestial. Y tampoco faltará nunca sobre su cabeza el ungüento rebosante, es decir,
el Espíritu de la verdad, que los protegerá y los preservará de todo pecado.
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