"Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Al recibirlo se pusieron a protestar contra el amo:
"Estos últimos han trabajado solo una hora y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno”.
Cuando me paso la vida mirando por el rabillo del ojo qué es lo que hacen los demás, es porque tengo envidia de lo que otros reciben y yo no, o porqu eme comparo con lo que los demás hacen y no estoy conforme con lo que yo hago. ¿De dónde surge la envidia? Una de las causas de la envidia es no estar conforme con uno mismo, y por eso, siempre estoy comparádome o comparando las objetos o personas que está a mi lado.
Claro es que no sólo no estoy conforme conmigo mismo, sino que la inconformidad se filtra a todo lo que tengo y poseo: ya sean cosas y objetos o mi propia familia. ¿No habéis oído o escuchado a gente que siempre está comparando a su familia con la familia de otra gente? "Si mi hijo fuera como el hijo de fulana..."
Por eso mismo tengo que comenzar a quererme tal cual soy, con los defectos y virtudes que el Señor me ha dado, y, luego ponerme en sus manos para saber qué es lo que quiere conmigo. Porque si no me "gusto" a mí mismo, cómo podré aceptar lo que el Señor quiera para mí. Estaré todo el día mirando hacia otro lado para ver qué le pide a los demás y qué es lo que los demás reciben, como si mi vida dependiera de los otros y no de mí.
Y mi vida, lo que haga con mi vida depende de mí. Incluso lo que le doy a mi familia y a mis amigos depende de mí. Muchas veces esperamos que los demás hagan las cosas por mí, pero no las hacen porque no reciben nada de mí, sólo reciben gestos de disconformidad o desgano o desperanza, y así no se puede vivir.
Hay una frase, que escuchamos mucho: "cada uno recibe lo que merece", y en un sentido es cierto. Recibo de lo que doy y si sólo doy desesperanza, no recibiré alegrías, porque no siempre las se apreciar. Cuando una persona se valora poco a sí misma cree que no puede dar nada a los demás, y eso es mentira. Siempre podemos dar algo a los demás, y así comenzar a revelar nuestra propia identidad, descubrir en el dar quienes somos, y veremos que pronto dejaremos de ser envidiosos, porque nos daremos cuenta que tenemos mucho para dar, y que ese dar alegra la vida de los demás.
No nos pasemos la vida mirando qué hacen los demás o qué reciben, sino comencemos a dar primero para recibir en la medida que demos. A Dios nadie le gana en generosidad, por eso nos pide ser generosos; pero cuando la envidia anida en nuestro corazón ya hemos dejado de ser generosos y por eso es muy poco lo que recibimos.
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