De la carta de san Ignacio de Antioquía, obispo y mártir, a san Policarpo de Esmirna.
Huye de la intriga y del fraude; más aún, habla a los fieles para precaverlos contra ello. Recomienda a
mis hermanas que amen al Señor y que vivan contentas con sus maridos, tanto en cuanto a la carne, como en
cuanto al espíritu. Igualmente predica a mis hermanos, en nombre de Jesucristo, que amen a sus esposas
como el Señor ama a la Iglesia. Si alguno se siente capaz de permanecer en castidad para honrar la carne
del Señor, permanezca, en ella, pero sin ensoberbecerse. Pues si se engríe, está perdido; y si por ello
se estimare en más que el obispo, está corrompido. Respecto a los que se casan, esposos y esposas, conviene
que celebren su enlace con conocimiento del obispo, a fin de que el casamiento sea conforme al Señor y no
por solo deseo. Que todo se haga para gloria de Dios.
Escuchad al obispo, para que Dios os escuche a vosotros. Yo me ofrezco como víctima de expiación por
quienes se someten al obispo, a los ancianos y a los diáconos. Y ojalá que con ellos se me concediera
entrar a tener parte con Dios! Colaborad mutuamente unos con otros, luchad unidos, corred juntamente,
sufrid con las penas de los demás, permaneced unidos en espíritu aun durante el sueño, así como al
despertar, como administradores que sois de Dios, como sus asistentes y servidores. Tratad de ser gratos
al Capitán bajo cuyas banderas militáis, y de quien habéis de recibir el sueldo. Que ninguno de vosotros
sea declarado desertor. Vuestro bautismo ha de ser para vosotros como vuestra armadura, la fe como un yelmo,
la caridad como una lanza, la paciencia como un arsenal de todas las armas; vuestras cajas de fondos han
de ser vuestras buenas obras, de las que recibiréis luego magníficos ahorros. Así pues, tened unos para
con otros un corazón grande, con mansedumbre, como lo tiene Dios para con vosotros. ¡Ojalá pudiera yo
gozar de vuestra presencia en todo tiempo!
Como la Iglesia de Antioquía de Siria, gracias a vuestra oración, goza de paz, según se me ha comunicado,
también yo gozo ahora de gran tranquilidad, con esa seguridad que viene de Dios; con tal de que alcance yo
a Dios por mi martirio, para ser así hallado en la resurrección como discípulo vuestro. Es conveniente,
Policarpo felicísimo en Dios, que convoques un consejo divino y elijáis a uno a quien profeséis particular
amor y a quien tengáis por intrépido, el cual podría ser llamado «correo divino», a fin de que lo deleguéis
para que vaya a Siria y dé, para gloria de Dios, un testimonio sincero de vuestra ferviente caridad.
El cristiano no tiene poder sobre sí mismo, sino que está dedicado a Dios. Esta
obra es de Dios, y también de vosotros cuando la llevéis a cabo. Yo, en efecto,
confío, en la gracia, que vosotros estáis prontos para toda buena obra que atañe
a Dios. Como sé vuestro vehemente fervor por la verdad, he querido exhortaros
por medio de esta breve carta.
Pero como no he podido escribir a todas las Iglesias por tener que zarpar
precipitadamente de Troas a Neápolis, según lo ordena la voluntad del Señor,
escribe tú, como quien posee el sentir de Dios, a las Iglesias situadas más allá
de Esmirna, a fin de que también ellas hagan lo mismo. Las que puedan, que
manden delegados a pie; las que no, que envíen cartas por mano de los delegados
que tú envíes, a fin de que alcancéis eterna gloria con esta obra, como bien lo
merecéis.
Deseo que estéis siempre bien, viviendo en unión de Jesucristo, nuestro Dios;
permaneced en él, en la unidad y bajo la vigilancia de Dios.
¡Adiós en el Señor!
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