«He venido a prender fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo! Con un bautismo tengo que ser bautizado, ¡y qué angustia sufro hasta que se cumpla!"
En estos tiempos de locura que vivimos, vemos cómo andan sueltos montones de pirómanos que se dedican a encender fuego en los bosques y casas. Pero no es el caso de Jesús, porque el fuego que el viene a traer es el fuego del Espíritu Santo, un fuego sanador y purificador, un fuego que enciende los corazones como encendió a los apóstoles y a los primeros cristianos para poder salir por el mundo y llevar la buena noticia a todas las naciones.
Un fuego que Él mismo nos envió desde el Padre después de recibir el "bautismo" en la Cruz, un bautismo que lo llevo a llorar sangre en el Huerto de los Olivos, pero que, igualmente, aceptó porque esa era la Voluntad de su Padre, y lo aceptó por amor a Él y a nosotros.
Por eso dice el escritor de la carta a los Hebreos:
"Recordad al que soportó tal oposición de los pecadores, y no os canséis ni perdáis el ánimo.
Todavía no habéis llegado a la sangre en vuestra pelea contra el pecado".
Y mucho menos aún, porque no sabemos sufrir para evitar el pecado, para evitar el contagio del mundo. No hemos pedido la fuerza del Espíritu para poder hacer frente a los embates del espíritu mundano que, cada día, se va metiendo en nuestras casas y corazones, haciendo de nosotros mediocres cristianos.
"Teniendo una nube tan ingente de testigos, corramos con constancia, en la carrera que nos toca, renunciando a todo lo que nos estorba y al pecado que nos asedia, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe, Jesús, quien, en lugar del gozo inmediato, soportó la cruz, despreciando la ignominia, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios".
Y así el escritor a los Hebreos nos ofrece un camino para alcanzar la verdadera meta de todo cristiano: la santidad de vida. Porque (como repito una y otra vez), aunque no lo queramos ver, somos personas públicas y todo el mundo nos mira y observa para ver qué hacen y cómo viven los que se llaman cristianos. Pero, además, porque es nuestra misión: "vosotros sois la luz del mundo... vosotros sois la sal..." Nosotros somos quienes mostramos al mundo en tiniebles un Camino hacia la Luz, no somos la luz verdadera, pero si nos dejamos guiar por el Espíritu podremos dar luz e iluminar el camino de los que buscan un nuevo sentido a sus vidas, y así, poder llevarlos hasta Jesús.
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