De los Sermones de san Agustín, obispo
La Iglesia de Roma nos invita hoy a celebrar el triunfo de san Lorenzo,
que superó las amenazas y seducciones del mundo, venciendo así la persecución diabólica.
Él, como ya se os ha explicado más de una vez, era diácono de aquella Iglesia. En ella
administró la sangre sagrada de Cristo, en ella también derramó su propia sangre por el
nombre de Cristo. El apóstol san Juan expuso claramente el significado de la Cena del
Señor, con aquellas palabras: Como Cristo dio su vida por nosotros, también nosotros,
debemos dar nuestra vida por los hermanos. Así lo entendió san Lorenzo; así lo
entendió y así lo practicó; lo mismo que había tomado de la mesa del Señor, eso mismo
preparo. Amó a Cristo durante su vida, lo imitó en su muerte.
También nosotros, hermanos, si lo amamos de verdad, debemos imitarlo. La
mejor prueba que podemos dar de nuestro amor es imitar su ejemplo, porque Cristo
padeció por nosotros, dejándonos un ejemplo para que sigamos sus huellas. Según
estas palabras de san Pedro, parece como si Cristo sólo hubiera padecido por los que
siguen sus huellas, y que la pasión de Cristo sólo aprovechara a los que siguen sus
huellas. Lo han imitado los santos mártires hasta el derramamiento de su sangre, hasta
la semejanza con su pasión; lo han imitado los mártires, pero no sólo ellos. El puente
no se ha derrumbado después de haber pasado ellos; la fuente no se ha secado después de
haber bebido ellos.
Tenedlo presente, hermanos: en el huerto del Señor no sólo hay las rosas
de los mártires, sino también los lirios de las vírgenes y las yedras de los casados,
así como las violetas de las viudas. Ningún hombre, cualquiera que sea su género de vida,
ha de desesperar de su vocación: Cristo ha sufrido por todos. Con toda verdad está escrito
de él: Nuestro Salvador quiere que todos los hombres se salven y lleguen al pleno
conocimiento de la verdad.
Entendamos, pues, de qué modo el cristiano ha de seguir a Cristo, además del
derramamiento de sangre, además del martirio. El Apóstol, refiriéndose a Cristo, dice:
A pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios. ¡Qué gran
majestad! Al contrario, se anonadó a sí mismo, y tomó la condición de esclavo, pasando por
uno de tantos. ¡Qué gran humildad!
Cristo se rebajó: esto es, cristiano, lo que debes tú procurar. Cristo se sometió:
¿cómo vas tú a enorgullecerte? Finalmente, después de haber pasado por semejante humillación y
haber vencido la muerte, Cristo subió al cielo: sigámoslo. Oigamos lo que dice el Apóstol: Si
habéis sido resucitados con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la
diestra de Dios.
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