domingo, 24 de mayo de 2015

Ven Espíritu Santo!

Creo que no es posible pensar en Pentecostés sin imaginarnos a María y los apóstoles unidos en oración. Un Cenáculo lleno de esperanza, lleno, aún, de corazones que temen al hombre que había dado muerte al Señor. Un cenáculo que tiene como centro a la Madre que es quien reúne, convoca, y, seguramente, mantiene la llama de la fe y la esperanza, unidas en el Amor al Hijo, el Hijo que ya no está pero que prometió la venida del Paráclito. Una Madre que sostiene a los apóstoles como a hijos pequeños, hijos que hace poco nacieron en Su Corazón porque el Hijo así lo quiso, y Ella, obediente como en Nazareth acogió el ruego de Dios y se hizo Madre de un puñado de hombre temerosos, y los llevó consigo a la oración para estar preparados a la espera del Espíritu.
Y ese día llegó. Llegó cuando no lo esperaban. Llegó en el momento oportuno, cuando Dios vio que era el mejor tiempo, no sólo cuando estaban todos reunidos con María, sino cuando estaban todos los hombres en la ciudad, cuando había más cantidad de oyentes, cuando más podían descubrir el gran poder del Señor y su Espíritu, cuando más corazones podían escuchar la Voz del Amor, de la Verdad y de la Vida, que les comenzaba a anunciar un Nuevo Camino, un Nuevo que Camino que es Vida en el Espíritu.
Y aquellos hombres temerosos que permanecían ocultos tras las paredes del cenáculo, de pronto se sintieron invadidos por el fuego del Espíritu y se soltaron de las cadenas del temor, se libraron de las cadenas del miedo y abrieron las puertas y ventanas de la casa para que ese Aire Nuevo pudiera salir a toda la tierra. Abrieron las ventanas para que la Vida Nueva que había en ellos se diera a conocer a toda la humanidad. Abrieron las ventadas a la Vida Nueva que comenzaba a nacer.
Ese día nacimos nosotros, la Iglesia de Cristo, como un aire nuevo que purificó la Vida del mundo. El viento huracanado del Espíritu que encendió los corazones de los apóstoles es el mismo aire que recibimos en nuestro corazón el día de nuestro bautismo, y, desde ese mismo día como en aquél Pentecostés salimos a la vida del mundo para llenarlo de Vida de Dios, sin miedos, sin temores, sin cadenas que aten nuestros labios y nos impidan decir y expresar el gozo de creer en nuestro Dios y Señor. Sin cadenas que nos aten al mundo sino un aire que inflama nuestro corazón y nos hace vivir y gustar el Reino de los Cielos aquí en la tierra.
Como en Pentecostés hoy somos nosotros quienes con el fuego del Espíritu Santo tenemos que anunciar a todos los hombres la Vida Nueva que nace del Espíritu, tenemos que anunciar a todos los hombres que hay una Vida Nueva que espera ser vivida, una Vida Nueva que alegra el corazón y da sentido a la vida, que nos libera del pecado y nos da la Gracia de la santidad, que nos inflama el corazón del Amor de Dios y nos libera de las esclavitudes de la envidia, del egoísmo, de las divisiones, de las rivalidades, de las discordias y nos convierte en instrumentos de Paz, de Justicia, de Verdad, de Amor.
Por que es el Espíritu que anima el Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia, quien nos transforma en constructores de la Civilización del Amor, constructores de un Hombre Nuevo que es sal, luz y fermento. Somos nosotros quienes hemos nacido un día de Pentecostés, y cada día que nacemos a la Vida en Dios es otro Pentecostés que se hace vida, porque le pedimos al Espíritu Santo que venga y llene nuestros corazones con el fuego del Amor.

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