"Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre; pedid, y recibiréis, para que vuestra alegría sea completa. Os he hablado de esto en comparaciones; viene la hora en que ya no hablaré en comparaciones, sino que os hablaré del Padre claramente.
Aquel día pediréis en mi nombre, y no os digo que yo rogaré al Padre por vosotros, pues el Padre mismo os quiere, porque vosotros me queréis y creéis que yo salí de Dios".
Pedid en mi nombre... me quedé pensando en qué podía significar eso y me vino una imagen a la cabeza, la imagen de cuando éramos pequeños (aunque también de mayores nos pasa) cuando nuestra madre nos enviaba a hacer la compra a la tienda, al almacén. Íbamos con una nota con la lista de cosas y, si éramos de familia de sueldo mensual había que apuntar todo en la cuenta para pagar a fin de mes. Comprábamos en nombre de nuestros padres y el tendero nos daba todo por la confianza que tenía en nuestros padres.
Así también nos sucede en la vida espiritual. ¿Qué pedimos a Dios Padre? Hay que preguntarle al Hijo o al Espíritu Santo, que Ellos nos ayuden a hacer la lista de pedido, porque necesitamos muchas cosas. ¿Para qué? Como lo dice el mismo Jesús: para que vuestra alegría sea completa. Y es Él mismo quién sabe cómo alcanzar esa alegría completa, porque Él la vivió, porque Él alcanzó esa alegría completa y verdadera, y nos lo ha anunciado varias veces que su gozo es que nosotros la alcancemos.
También me parece muy lindo, en este evangelio, las palabras finales sobre cuántos nos quiere el Padre porque queremos al Hijo. Pero sabemos que quererlo no sólo es quererlo afectivamente sino efectivamente, los afectos sirven al principio para entablar un diálogo, pero luego la relación de amor con Jesús, la vivimos efectivamente: amando como Él nos ha manado, permaneciendo en Él y guardando sus mandamientos, y por supuesto, sin olvidar lo que María nos dijo: "haced lo que Él os diga".
Unas pistas muy simples y sencillas para conquistar la tan anhela alegría, la felicidad de nuestra vida no radica en que no nos pase nada, en que tengamos todo bien organizado y la salud de un roble. Cuando, unidos al Señor, vamos conquistando la perfecta alegría las cosas de la vida cambian de sentido, porque el sentido de la Vida se lo da la luz que llevo en mi interior. Cuando esa luz se deja de alimentar con la Verdadera Luz todo se va cubriendo de oscuridad, y no hay mejor luz que la alegría que brota del Espíritu que se nos ha dado: el espíritu de hijos que nos hace decir ¡Abba! ¡Padre! y vivir seguros y confiados en las manos del Padre.
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