jueves, 21 de mayo de 2015

Transformados por el Espíritu Santo

"En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos al cielo, oró, diciendo:
- «Padre santo, no sólo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también lo sean en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado".
La Unidad, es el signo más claro y perfecto de la vida en Cristo, en Dios. Una unidad en el amor, en la verdad porque Dios es Amor y Verdad, y quien vive en Dios, por Dios y para Dios vive en la Verdad y en el Amor.
Claro que en la Santísima Trinidad todo es pureza, todo es infinitud, todo es perfección, y, en nosotros creemos que no tenemos nada de eso porque vemos el pecado, la imperfección, la impureza, lo terreno, lo mundano. Y, por una parte es cierto, somos humanos e imperfectos, Pero Gracias a Dios se nos ha infundido el Espíritu Santo que ha transformado nuestro ser dándonos la filiación divina que  nos purificó de nuestro pecado, que nos elevó a la dignidad de hijos de Dios, que nos abrió las puertas al Reino Celestial e hizo que el la muerte del pecado se alejara de nosotros para otorgarnos el don de la vida eterna. ¡Esa es la gloria que nos dio al Hijo al darnos Su Palabra y Su Vida!
Y, al volver al Padre, nos envió su Espíritu para que nos santificara día a día, pero su Espíritu  no viene a nosotros si no lo llamamos, si no estamos dispuestos a vivir en la Voluntad del Padre, en vivir la vida del Hijo, porque el Espíritu Santo sólo nos conduce por el Camino que el Hijo nos ha mostrado.
Nos dice San Cirilo de Alejandría:
"En efecto, mientras Cristo convivió visiblemente con los suyos, éstos experimentaban -según es mi opinión- su protección continua; mas, cuando llegó el tiempo en que tenía que subir al Padre celestial, entonces fue necesario que siguiera presente, en medio de sus adictos, por el Espíritu, y que este Espíritu habitara en nuestros corazones, para que nosotros, teniéndolo en nuestro Interior, exclamáramos confiadamente: «Padre», y nos sintiéramos con fuerza para la práctica de las virtudes y, además, poderosos e invencibles frente a las acometidas del demonio y las persecuciones de los hombres, por la posesión del Espíritu que todo lo puede.
Samuel, en efecto, dice a Saúl: Te invadirá el Espíritu del Señor, te convertirás en otro hombre. Y san Pablo afirma: Y todos nosotros, reflejando como en un espejo en nuestro rostro descubierto la gloria del Señor, nos vamos transformando en su propia imagen, hacia una gloria cada vez mayor, por la acción del Señor, que es Espíritu. Porque el Señor es Espíritu.
Vemos, pues, la transformación que obra el Espíritu en aquellos en cuyo corazón habita. Fácilmente los hace pasar del gusto de las cosas terrenas a la sola esperanza de las celestiales, y del temor y la pusilanimidad a una decidida y generosa fortaleza de alma. Vemos claramente que así sucedió en los discípulos, los cuales, una vez fortalecidos por el Espíritu, no se dejaron intimidar por sus perseguidores, sino que permanecieron tenazmente adheridos al amor de Cristo".
No dejemos, pues, de implorar su venida a nuestros corazones para que nos transforme y nos de la perseverancia de permanecer en Fidelidad a la Vida que Dios quiere que vivamos para apóstoles de Su Palabra y de Su Vida.

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