«Cuando venga el Defensor, que os enviaré desde el Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí; y también vosotros daréis testimonio, porque desde el principio estáis conmigo".
¡Cuantas realidades nos narra Jesús en la Última Cena! Cada párrafo nos va hablando de una nueva realidad mística, espiritual, pero no ajena a nosotros, sino que nos va "ubicando" en lo que somos: seres espirituales, a partir de nuestro bautismo.
En esta semana iremos escuchando muchos relatos acerca de lo que va a ocurrir cuando Él se vaya al Padre, pues en esta semana nos preparamos para la Fiesta de la Ascensión del Señor a los Cielos, que será el próximo domingo. Y, por eso, Jesús va a "poner sobre aviso" a los apóstoles que, aunque Él se vaya, no los dejará solos; una realidad que en ese momento ellos no comprendieron.
Aún hoy nos cuesta descubrir la presencia del Espíritu Santo en nuestras vidas, o poder entender su misión o relación con nosotros; más que nada porque siempre tenemos como presente la imagen de la palomita que baja de los cielos, o las llamas de fuego del día de Pentecostés.
En cambio el Espíritu Santo, como el Hijo y el Padre, es Persona Divina, la Segunda Persona de la Divina Trinidad, es Persona Distinta y Diferente al Padre y al Hijo, pero Dios igual que los tres. Y así como en cada Eucaristía recibimos al Hijo en su Cuerpo y Sangra, Alma y Divinidad, así también recibimos al Espíritu Santo en el Día de nuestro Bautismo. Es Él quien desde nuestro interior nos hace "clamar ¡Abba! ¡Padre! a nuestro Dios", y es Él quien sabe antes que yo y mejor que yo qué es lo que necesito, y por eso es quién me enseña a orar y a pedir lo que es necesario para mi vida espiritual.
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