lunes, 18 de mayo de 2015

Conocemos al Espíritu Santo?

"Allí encontró unos discípulos y les preguntó:
- «¿Recibisteis el Espíritu Santo al aceptar la fe?»
Contestaron:
- «Ni siquiera hemos oído hablar de un Espíritu Santo.»
Si hoy viniera Pablo y  nos preguntara a muchos tampoco sabríamos quién es el Espíritu Santo, y, sobre todo, porque alguno no se han atrevido a recibirlo (sacramento de la Confirmación) y otros porque no nos atrevemos a conocerlo y a otros no se nos ha anunciado.
Claro que todos lo hemos recibido en el Bautismo, porque ese día es el Espíritu Santo quien es infundido en nosotros y por Él somos capaces de llamar a Dios ¡Abba! ¡Padre! y es Él quien nos transforma en hijos de Dios. Pero recibirlo no es conocerlo.
Para comenzar tenemos que saber que como el Padre y el Hijo, el Espíritu Santo es una Persona Divina (la conocemos como la tercera Persona de la Santísima Trinidad) pero no por ello deja de ser menos que el Padre y el Hijo, sino que los tres son Dios y Personas, Personas Divinas. Cada una con una identidad particular y actúan con el mismo fin y sentido.
Ante que Jesús ascendiera al Cielo les prometió a los apóstoles enviarles el Paráclito, el Espíritu Defensor, aquél que les haría recordar y hacer conocer todo lo que Jesús no les había podido contar. Y así fue que a los 10 días de su ascensión, el Espíritu descendió sobre los apóstoles y María, en oración, y transformó sus vidas.
Es el mismo Espíritu que descendió en María para que fuera concebido el Verbo en su seno. Es el mismo Espíritu que hacía hablar a los profetas y les anunciaba lo que estaba por venir y los que Dios quería decir a su Pueblo.
Se podría decir que el Espíritu Santo es el protagonista en esta época de la historia, después de la ascensión del Señor, el Espíritu viene a santificar a todos los hombres, para que todos iluminados y encendidos por el Fuego de Su Amor y por la Luz de su Ciencia podamos anunciar sin miedos y con valentía la Buena Noticia de la Salvación.
Él es el Amor de Dios que desciende a nuestros corazones y con su infinito calor y fuerza hace grandes cosas sobre los que lo invocan, sobre los que se dejan conducir.
Él es el Fuego de Dios que quema nuestras debilidades, nuestras frialdades y nuestros pecados haciendo que nos encendamos en deseos de santidad para que su calor siga encendiendo al mundo con el Fuego de su Amor, de su Verdad.
Es el viento huracanado que nos libra del aire viciado de la mundanidad que se nos va acumulando y disipa las tinieblas de nuestro corazón para que veamos y aceptemos la Voluntad de Dios que nos llama a ser Fieles a la Vida que Él ha infundido en nuestros corazones, Vida de Dios, Vida de Amor, Vida de entrega, Vida en abundancia.
¡Cuántas cosas se podrían decir del Espíritu Santo! Pero sólo en el diálogo sincero y sereno con Él podemos llegar a entender, comprender y recibir. Dejemos que Él hable en nuestro corazones y nos encienda con el Fuego de Su Amor, y nos de la perfecta alegría de ser hijos de Dios.

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