Dejamos los cantos pascuales y volvemos al tiempo ordinario de la liturgia eucarística. Con el Domingo de Pentecostés finalizó el tiempo pascual, porque después de la Venida del Espíritu Santo, los apóstoles comenzaron una Vida Nueva, pero en la cotidianidad de lo ordinario; comenzaron a anunciar el Evangelio entre la gente, en cada lugar, en cada pueblo, en cada plaza.
Y comenzamos este tiempo con unas hermosas lecturas porque del libro del Eclesiástico, Dios nos dice:
"A los que se arrepienten Dios los deja volver y reanima a los que pierden la paciencia. Vuelve al Señor, abandona el pecado, suplica en su presencia y disminuye tus faltas..."
Al comenzar el día nos ponemos en presencia del Señor y decidimos cómo queremos comenzar a vivir, pues cada día que amanecemos volvemos a decidirnos cómo vivir, cómo ser, nos fijamos un día y otro la meta de nuestra vida, pues siempre estamos discerniendo y tomando decisiones, pero, más de una vez nos volvemos rutinarios y vamos haciendo todo por rutina, sin ponernos a pensar que lo de todos los días lo podemos hacer con más espíritu, porque en lo cotidiano está lo extraordinario.
Y en esta reflexión y decisión nos encontramos con el Señor que nos invitará a seguirlo. Como en el evangelio nos encontraremos con el deseo de hacer algo más, de vivir algo más:
«Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?»
Jesús le contestó:
-« ¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios. Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre.»
Lo primero en nuestras vidas cristianas es vivir la coherencia con lo que creemos. Esa coherencia nos la dan los mandamientos, el vivir nuestra de acuerdo a lo que decimos ser: cristianos, por eso intentamos cada día ser fieles a la Palabra de Dios, y Dios en su Palabra nos pide vivir los mandamientos, y, más que nada el mandamiento del Amor.
Pero alguna vez nos surge un poco la soberbia espiritual y decimos con el joven:
-«Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño.»
Cuando en el corazón surge la inquietud, siempre es porque necesitamos una entrega mayor, porque lo que estamos viviendo no es lo que deseamos, sino que el deseo que el Señor ha puesto en nosotros es aún mayor. O quizás sea que, realmente no estoy viviendo todo tan bien.
Y Jesús nos responderá:
"Jesús se le quedó mirando con cariño y le dijo:
-«Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme.»
A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy rico".
A veces somos muy ricos en nuestro interior para reconocer que el Señor nos está llamando. Somos ricos en argumentos, en ataduras mundanas, en amor a uno mismo, en egoísmos, en vanidades, y por eso vivimos escapando al llamado del Señor. Y así siempre tenemos ese pequeño vacío en nuestro interior que no nos deja alcanzar la plenitud de la vida, la alegría plena y perfecta que Jesús quiere que tengamos.
"Os he dicho esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud", no nos quedemos con nuestros vacíos, digámosle ¡Sí! al Señor cuando nos llame a vivir radicalmente nuestra fe, a vivir santamente nuestra vida diaria "haciendo extraordinarias las cosas ordinarias y sobrenaturales las naturales", como decía Santa Teresita.
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