Antes de irse de Éfeso a Jerusalén San Pablo le dice a los presbíteros:
"No sé lo que me espera allí, sólo sé que el Espíritu Santo, de ciudad en ciudad, me asegura que me aguardan cárceles y luchas. Pero a mí no me importa la vida; lo que me importa es completar mi carrera, y cumplir el encargo que me dio el Señor Jesús: ser testigo del Evangelio, que es la gracia de Dios".
En un pequeño trozo de su discurso hay muchas cosas que definen su personalidad, pero más aún su disponibilidad al llamado del Señor: "lo que me importa es completar mi carrera, y cumplir el encargo que me dio el Señor Jesús". Pablo, incluso cuando era judío, tenía una conciencia muy clara de lo que tenía que hacer y cómo vivir, su vida era la fidelidad a Dios: en un principio como buen judío muy observante de la Ley y por eso, por el celo que le inflamaba el corazón comenzó una persecución a los cristianos; pero cuando Jesús lo llamó ese mismo fuego fue incrementado por el Espíritu Santo y "comenzó su carrera" a favor de Jesús, sin importarle lo que tuviera que "padecer por ello", pues había descubierto el Camino de la Vida.
Él mismo lo afirma en una de sus cartas porque cuando conoció la Ley conoció al pecado, pero la nueva Ley de Cristo lo liberó de esa condena:
"Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte".
Cuando se vive aferrado a la letra de Ley esa letra mata, porque no tiene vida, pero cuando se vive aferrado al Espíritu que habita en la Ley, ese espíritu vivifica y fortalece para la Vida. Porque es el Espíritu quien nos da la Vida Nueva, quien nos hace capaces de entender que no sólo he de cumplir, sino que he de vivir mi vida en Cristo, porque Él es la Vida del mundo. Y hoy, a pesar de todo, somos muchos los que sólo nos conformamos con cumplir ciertos aspectos del cristianismo, creyendo que así hacemos bien las cosas, y no lo dejamos al Espíritu que anime nuestra vida viviendo el llamado de Jesús: "ser testigos del Evangelio", dejando que sea el Espíritu Santo quien anime cada día de mi vida y me lleve a ser Fiel a la Vida que el Señor nos está pidiendo vivir.
Es cierto que en muchos corazones habita el temor de lo que Dios nos pueda pedir, el temor que tengamos que dejar aquello que más nos gusta y agrada que es vivir a nuestra manera y según el estilo del mundo, pero la lucha interna que sufren los que van en contra del Espíritu Santo termina por hacerles perder lo mejor que anhelamos:
"De esta comunión con el Espíritu procede la presciencia de lo futuro, la penetración de los misterios, la comprensión de lo oculto, la distribución de los dones, la vida sobrenatural, el consorcio con los ángeles; de aquí proviene aquel gozo que nunca terminará, de aquí la permanencia en la vida divina, de aquí el ser semejantes a Dios, de aquí, finalmente lo más sublime que se puede desear: que el hombre llegue a ser como Dios" (San Basilio Magno)
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