viernes, 15 de mayo de 2015

22 años de sacerdote

Hoy es un día muy especial: hace 22 años que Dios me regaló el Don del sacerdocio ministerial, hace 22 años que soy sacerdote, cura. Un regalo que jamás pensé recibir y que siempre le agradeceré a Dios. Sí, porque ser sacerdote es un regalo inmenso que, por lo menos yo, nunca creí merecer porque desde que decidí (allá por marzo del 84) aceptar esta vocación jamás pude pensar que Dios me iba a cuidar, mimar, y sostener tanto para que, a pesar de mis pecados e imperfecciones, Él pudiera llegar a tantas y tantas almas, y, con cada una de ellas regalarme más Gracias y más Gracias.
En estos días de recuerdos me encontraba con algo que le escribía a un joven (hace muchos años) que tenía miedo para darle el Sí a Dios en esta vida. Hoy, por la Gracia de Dios, ese joven es sacerdote y esto es lo que le decía en aquél tiempo:
"Si quieres decir que si por miedo a despreciar la plenitud de tu vida, todavía no has madurado, todavía no sabes elegir. Y, ¿hace falta tiempo? No, sólo Amor, un Amor que no se mira a sí mismo, que sólo quiere darse porque sabe que al darse será cuando reciba. Un Amor que no busca consuelos, porque sabe que sólo consolando será consolado.
Un Amor que no mide la finitud de la criatura, sino que no descansará hasta enlazarse con el Amor Divino. Y ese Amor Divino es quien te está llamando.
¿Podrás entregarte a los que sufren? No, sufrirás con los que sufren, y a ellos les entregará tu vida en el Pan de Vida que cada día les ofrecerás.
¿Podrás dar la salud a los enfermos? No. Les darás la Vida eterna con cada palabra, con cada gesto, con cada entrega, pues en la entrega del Altar le das la Vida a quien la necesite, y una Vida que no muere, que no acaba: la Vida Eterna.
¡Cuánto tendría para decirte! Y, ¡cuán cortas son las palabras! Si pudiera con una palabra llegar hasta tu corazón y borrar el miedo que te impide dar el Sí, no dudaría en escribirla. Pero... esa palabra sólo la sabes tú... y nadie más".
Es que gracias al P. Efraín pude comprender que no necesitaba Dios más que mi disposición a amar, a amarlo a Él y a los que Él ponía en mi camino, porque si bien el sacerdocio ministerial lo ejercemos nosotros, no somos nosotros quienes sanamos el alma, quienes damos la Vida, quienes enviamos el Espíritu Santo a los corazones. Nosotros, los sacerdotes, sólo somos instrumentos en Sus Manos, y en Sus Manos somos conducidos por donde Él quiere (y a veces puede)
Mucho tuvo que lidiar P. Efraín con mis defectos e imperfecciones, pero mucho más tuvo que lidiar con el que creyera que yo no podría con esto. Pero con su tesón y su fe, su amor de padre y la fuerza del Espíritu pudo llegar a hacerme no sólo vivir, sino a gustar esta hermosa vocación recibida. Los años vividos junto a Él han sido la mejor de las experiencias de vida sacerdotal, aunque no siempre todo ha sido fácil y divertido, sino que también hemos tenido que pasar por caminos duros y oscuros, pero Dios fue cubriendo cada paso, sosteniendo en cada caída, dándonos Su Mano para levantarnos, y regalándonos su Amor, su Vida en cada Eucaristía celebrada, en cada Eucaristía vivida, en cada Eucaristía entregada.
No sabéis cuánto tendría para decir de todo lo que Dios va regalando a quien, a pesar de todo, cada día intenta vivir en Fidelidad a la Vida que le ha sido regalada. Hoy en día no es una de las vocaciones más valoradas y apreciadas, pero quienes hemos tenido y tenemos la Gracia de vivirla sabemos que no hay mejor regalo que consagrar el Pan y el Vino para poder entregar a los hombres el Pan de la Vida, para alimentar un deseo constante de unidad en el Amor para que el mundo crea que somos hijos de un mismo Dios, para que no se pierda nunca la esperanza de transformar el mundo, de crear un Hombre Nuevo, porque Jesús vino y nos llamó y dejó en nuestro corazón la llama ardiente de su Espíritu para que todos, tú y yo, seamos capaces de unirnos en Su Espíritu y saber que es posible que construyamos juntos Su Reino aquí en la Tierra, como en el Cielo.
Gracias a Dios por este regalo del sacerdocio. Gracias a los que han compartido conmigo estos años. Gracias a los que han sabido escuchar. Y Gracias también a los que han permitido que fuerza capaz, con la Gracia de Dios, saltar las piedras del camino.

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