Para los que hemos sido bautizados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, Dios Padre por medio de Moisés nos dice hoy:
"Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón, que el Señor es el único Dios, allá arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra; no hay otro. Guarda los preceptos y mandamientos que yo te prescribo hoy, para que seas feliz, tú y tus hijos después de ti, y prolongues tus días en el suelo que el Señor, tu Dios, te da para siempre.»
¿Por qué reconocer el Señorío del Señor en nuestras vidas? Por que es nuestra realidad, es nuestra verdad, es nuestra vida: es Él quien nos ha dado la vida, es Él quién nos ha llamado a la Vida, es Él quien nos ha dado la vida en el Espíritu.
Pero no nos pide que lo reconozcamos como Señor de nuestras vidas por que Él necesite de nuestra alabanza y nuestra gratitud o reconocimiento, Dios seguirá siendo Dios aunque nosotros queramos negarlo o lo neguemos, pero al no reconocerlo no obtendremos de Él aquello que necesitamos para vivir la coherencia de nuestra fe, y, más que nada, para alcanzar aquello que nos promete: "para que sea feliz, tú y tus hijos después de ti".
Y aquí nos damos cuenta que el ser coherente con lo que creemos y con lo que somos, nos da la felicidad que anhelamos, sabiendo que la felicidad que añoramos es la plenitud de nuestro ser, la plenitud de nuestra vida en Dios. El ir cada día buscando Su Voluntad, intentando vivir sus mandamientos, es lo que nos da la seguridad de ir por el Camino que nos lleva a la Vida.
Desde que comenzamos a entender y a ser nosotros mismos, siempre tuvimos la rebeldía de no gustarnos los límites que nuestros padres nos ponían y exigían ¿por qué lo hacían? ¿por malvados y para vernos sufrir de no poder hacer lo que queríamos? ¿O lo hacían por amor a nosotros sus hijos buscando siempre lo mejor para nosotros?
Hoy que somos mayores y tenemos más responsabilidades nos damos cuenta que también somos nosotros quienes tenemos que poner límites, quienes tenemos que ver hacia donde vamos y qué queremos, y si tenemos hijos o gente a nuestro cargo, también tenemos que exigir ciertos límites y coherencia, frente a un Ideal, a un estilo de vida, a una responsabilidad laboral.
Ahora descubrimos que los límites, los mandamientos, las prescripciones y preceptos no son exigencias irracionales, sino que conociendo Dios el corazón del hombre sabe hacia dónde tiene que ir para alcanzar lo que Él mismo sembró en su corazón: el deseo de felicidad, el deseo de una vida total llena de Luz, de Verdad y de Vida.
Por eso, como dice San Pablo a los Corintios, hemos de tener en cuenta esto:
"Hablamos, entre los perfectos, una sabiduría que no es de este mundo, ni de los príncipes de este mundo, que quedan desvanecidos, sino que enseñamos una sabiduría divina, misteriosa, escondida, predestinada por Dios antes de los siglos para nuestro gloria... Y nosotros hemos recibido un Espíritu que no es del mundo; es el Espíritu que viene de Dios, para que tomemos conciencia de los dones que de Dios recibimos"
domingo, 31 de mayo de 2015
sábado, 30 de mayo de 2015
Desear la sabiduría...
Lo copio todo íntegro porque me parece un texto precioso, un proyecto de vida que tenemos que tener siempre delante nuestro, es del libro del Eclesiástico:
"Doy gracias y alabo y bendigo el nombre del Señor, Siendo aún joven, antes de torcerme, deseé la sabiduría con toda el alma, la busqué desde mi juventud y hasta la muerte la perseguiré; crecía como racimo que madura, y mi corazón gozaba con ella, mis pasos caminaban fielmente siguiendo sus huellas desde joven, presté oído un poco para recibirla, y alcancé doctrina copiosa; su yugo me resultó glorioso, daré gracias al que me enseñó; decidí seguirla fielmente, cuando la alcance no me avergonzaré; mi alma se apegó a ella, y no apartaré de ella el rostro; mi alma saboreó sus frutos, y jamás me apartaré de ella; mi mano abrió sus puertas, la mimaré y la contemplaré; mi alma la siguió desde el principio y la poseyó con pureza".
Desear la sabiduría un hermoso deseo del alma en la que anida Dios, un deseo que nutre el andar de cada día porque necesita de un corazón puro en el que se vayan depositando todas las gracias y todas las vivencias, todos los dolores y todas las alegría, para que en la soledad del otoño de cada día todo lo vivido se haga sabiduría.
Porque es en el otoño cuando toda la sabia de la planta se concentra en ahondar las raíces que sostienen la frondosidad de los grandes árboles, y la sabiduría es el humus que le permite a las raíces alimentar la grandiosidad de los árboles. Sí, somos una pequeña semilla de mostaza, pero si dejamos que la Sabiduría de Dios alimente las raíces de nuestra vida, llegaremos a ser la más grande de las hierbas en donde se refugiarán los pájaros del cielo y daremos sombra y cobijo a todo el que lo necesite.
Sí, podemos ser muy inteligentes, tener muchos títulos y másters, pero sin la sabiduría de Dios nuestra inteligencia no ayuda a responder a la Voluntad del Padre, sin sabiduría de Dios sólo damos respuestas humanas para un mundo que necesita de otra luz, para un mundo que necesita de Dios.
No permitamos que las luces de neón de este siglo XXI nos impidan buscar y encontrar la Verdadera Luz que no sólo ilumina nuestra vida, sino que nos enciende para iluminar las tinieblas del mundo.
"Doy gracias y alabo y bendigo el nombre del Señor, Siendo aún joven, antes de torcerme, deseé la sabiduría con toda el alma, la busqué desde mi juventud y hasta la muerte la perseguiré; crecía como racimo que madura, y mi corazón gozaba con ella, mis pasos caminaban fielmente siguiendo sus huellas desde joven, presté oído un poco para recibirla, y alcancé doctrina copiosa; su yugo me resultó glorioso, daré gracias al que me enseñó; decidí seguirla fielmente, cuando la alcance no me avergonzaré; mi alma se apegó a ella, y no apartaré de ella el rostro; mi alma saboreó sus frutos, y jamás me apartaré de ella; mi mano abrió sus puertas, la mimaré y la contemplaré; mi alma la siguió desde el principio y la poseyó con pureza".
Desear la sabiduría un hermoso deseo del alma en la que anida Dios, un deseo que nutre el andar de cada día porque necesita de un corazón puro en el que se vayan depositando todas las gracias y todas las vivencias, todos los dolores y todas las alegría, para que en la soledad del otoño de cada día todo lo vivido se haga sabiduría.
Porque es en el otoño cuando toda la sabia de la planta se concentra en ahondar las raíces que sostienen la frondosidad de los grandes árboles, y la sabiduría es el humus que le permite a las raíces alimentar la grandiosidad de los árboles. Sí, somos una pequeña semilla de mostaza, pero si dejamos que la Sabiduría de Dios alimente las raíces de nuestra vida, llegaremos a ser la más grande de las hierbas en donde se refugiarán los pájaros del cielo y daremos sombra y cobijo a todo el que lo necesite.
Sí, podemos ser muy inteligentes, tener muchos títulos y másters, pero sin la sabiduría de Dios nuestra inteligencia no ayuda a responder a la Voluntad del Padre, sin sabiduría de Dios sólo damos respuestas humanas para un mundo que necesita de otra luz, para un mundo que necesita de Dios.
No permitamos que las luces de neón de este siglo XXI nos impidan buscar y encontrar la Verdadera Luz que no sólo ilumina nuestra vida, sino que nos enciende para iluminar las tinieblas del mundo.
viernes, 29 de mayo de 2015
Dejar huella en la historia
En el libro del Eclesiástico de hoy leemos:
"Hagamos el elogio de los hombres de bien, de la serie de nuestros antepasados.
Hay quienes no dejaron recuerdo, y acabaron al acabar su vida: fueron como si no hubieran sido, y lo mismo sus hijos tras ellos.
No así los hombres de bien, su esperanza no se acabó; sus bienes perduran en su descendencia, su heredad pasa de hijos a nietos".
¿Quiénes han dejado huella en la historia? ¿Qué huella han dejado en nuestras vidas? ¿Qué huella dejaremos nosotros en la historia y en la vida de los demás?
Los más cercanos que han dejado huella imborrable han sido, generalmente nuestros padres (y algunos las siguen dejando) por su entrega, por su amor, por su sabiduría. El amor en la entrega de nuestros padres por nosotros es lo que más huella deja, porque todo lo que se da con amor perdura, porque el amor verdadero no se pierde sino que es eterno en nuestras vidas.
También hay otros que nos han enseñado mucho, no sólo intelectualmente, sino vitalmente a cómo vivir, a cómo encontrar el sentido de nuestras vidas, a querer imitar sus pasos y emular sus vidas. La sabiduría de tantos grandes escondidos que nos han dado parte de su sabiduría y su vida, ha sido para cada uno un baluarte a conservar, un camino a recorrer.
Y esto me llevaba a una reflexión de San Gregorio Magno:
"La sabiduría de los hombres honrados, por el contrario, consiste en evitar la ostentación y el fingimiento, en manifestar con palabras su interior, en amar lo verdadero tal cual es, en evitar lo falso, en hacer el bien gratuitamente, en tolerar el mal de buena gana, antes que hacerlo; en no quererse vengas de las injurias, en tener como ganancia los ultrajes sufridos por causa de la justicia. Pero esta honradez es el hazmerreír, porque los sabios de este mundo consideran una tontería la virtud de la integridad. Ellos tienen por una necedad el obrar con rectitud, y la sabiduría según la carne juzga una insensatez toda obra conforme a la verdad"
Muchos hemos sido bendecido por la persona de muchos sabios que han llegado a nuestras vidas, por muchos santos que nos han regalado un ejemplo a seguir y una vida virtuosa a vivir. Que aprendamos a diferenciar la sabiduría del mundo de la sabiduría de Dios, para que no busquemos ser aplaudidos por los hombres, sino dejar una huella en la historia por que hemos aprendido a vivir sabiamente y en santidad verdadera.
"Hagamos el elogio de los hombres de bien, de la serie de nuestros antepasados.
Hay quienes no dejaron recuerdo, y acabaron al acabar su vida: fueron como si no hubieran sido, y lo mismo sus hijos tras ellos.
No así los hombres de bien, su esperanza no se acabó; sus bienes perduran en su descendencia, su heredad pasa de hijos a nietos".
¿Quiénes han dejado huella en la historia? ¿Qué huella han dejado en nuestras vidas? ¿Qué huella dejaremos nosotros en la historia y en la vida de los demás?
Los más cercanos que han dejado huella imborrable han sido, generalmente nuestros padres (y algunos las siguen dejando) por su entrega, por su amor, por su sabiduría. El amor en la entrega de nuestros padres por nosotros es lo que más huella deja, porque todo lo que se da con amor perdura, porque el amor verdadero no se pierde sino que es eterno en nuestras vidas.
También hay otros que nos han enseñado mucho, no sólo intelectualmente, sino vitalmente a cómo vivir, a cómo encontrar el sentido de nuestras vidas, a querer imitar sus pasos y emular sus vidas. La sabiduría de tantos grandes escondidos que nos han dado parte de su sabiduría y su vida, ha sido para cada uno un baluarte a conservar, un camino a recorrer.
Y esto me llevaba a una reflexión de San Gregorio Magno:
"La sabiduría de los hombres honrados, por el contrario, consiste en evitar la ostentación y el fingimiento, en manifestar con palabras su interior, en amar lo verdadero tal cual es, en evitar lo falso, en hacer el bien gratuitamente, en tolerar el mal de buena gana, antes que hacerlo; en no quererse vengas de las injurias, en tener como ganancia los ultrajes sufridos por causa de la justicia. Pero esta honradez es el hazmerreír, porque los sabios de este mundo consideran una tontería la virtud de la integridad. Ellos tienen por una necedad el obrar con rectitud, y la sabiduría según la carne juzga una insensatez toda obra conforme a la verdad"
Muchos hemos sido bendecido por la persona de muchos sabios que han llegado a nuestras vidas, por muchos santos que nos han regalado un ejemplo a seguir y una vida virtuosa a vivir. Que aprendamos a diferenciar la sabiduría del mundo de la sabiduría de Dios, para que no busquemos ser aplaudidos por los hombres, sino dejar una huella en la historia por que hemos aprendido a vivir sabiamente y en santidad verdadera.
jueves, 28 de mayo de 2015
El Misterio del Amor, es el misterio de la Fe
"Y, tomando pan, pronunció la acción de gracias, lo partió y se lo dio, diciendo:
-«Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía.»
Después de cenar, hizo lo mismo con la copa, diciendo:
-«Esta copa es la nueva alianza, sellada con mi sangre, que se derrama por vosotros.»
Cada día en el altar se vuelven a hacer realidad estas palabras y este día. Es Jesús, Sumo y Eterno Sacerdote, quien en la persona de un pobre y terrenal sacerdote se hace presente ante nuestros ojos y, sobre todo, para nuestra fe. Es nuestro Misterio de la FE, que cada día Jesús celebre con nosotros la Último Cena y se nos de nuevamente como Pan de Vida y Bebida de Salvación. Cada día Él se hace Pan Eucarístico para alimentar y fortalecer nuestros deseos de fidelidad a la Voluntad de Dios, pues nadie más que Él sabe lo costoso que es para el hombre la fidelidad a la Palabra de Dios, pues él, como dice el escritor de la carta a los Hebreos:
"Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, cuando en su angustia fue escuchado. Él, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo a obedecer"
Por eso, sabiendo lo que nos costaría a nosotros seguir sus pasos, andar su Camino, vivir su Vida, quiso que, cada día, pudiéramos acercarnos al Banquete Celestial para no sólo escucharlo sino recibir Su Vida en nuestra vida.
Y así, unida nuestra vida a Su Vida, poder morir con Él para resucitar con Él, así dice Pío XII:
"Les exige asimismo que asuman en cierto modo la condición de víctimas, que se nieguen a sí mismos, conforme a las normas del Evangelio, que espontánea y libremente practiquen la penitencia, arrepintiéndose y expiando pecados.
Exige finalmente que todos, unidos a Cristo, muramos místicamente en la Cruz, de modo que podamos hacer nuestra aquella sentencia de San Pablo: 'estoy crucificado con Cristo' 'vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí'.
Es una experiencia personal el sentir el misterio de la fe en nuestras vidas, por que es muy fuerte experimentar o saber que Dios nos ha elegido, a estos pobres hombres, para hacer que en nuestra persona Su Hijo se haga presente, que por mis labios broten Sus Palabras y por mis Manos baje su Bendición para que se vuelva a repetir el inmenso misterio de Su Amor: darnos Su Vida en el Pan Eucarístico. No hay gozo mayor que saber que El Sumo y Eterno Sacerdote se hace presente en nuestras vidas para darse como Alimento de Vida y Salvación.
Cada día que lo necesitemos Él está ahí, Vivo y Presente en el Sagrario, pero sobre todo está Vivo y Presente en el Altar en el momento del más hermoso de los Banquetes de la tierra, el Banquete Celestial,
-«Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía.»
Después de cenar, hizo lo mismo con la copa, diciendo:
-«Esta copa es la nueva alianza, sellada con mi sangre, que se derrama por vosotros.»
Cada día en el altar se vuelven a hacer realidad estas palabras y este día. Es Jesús, Sumo y Eterno Sacerdote, quien en la persona de un pobre y terrenal sacerdote se hace presente ante nuestros ojos y, sobre todo, para nuestra fe. Es nuestro Misterio de la FE, que cada día Jesús celebre con nosotros la Último Cena y se nos de nuevamente como Pan de Vida y Bebida de Salvación. Cada día Él se hace Pan Eucarístico para alimentar y fortalecer nuestros deseos de fidelidad a la Voluntad de Dios, pues nadie más que Él sabe lo costoso que es para el hombre la fidelidad a la Palabra de Dios, pues él, como dice el escritor de la carta a los Hebreos:
"Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, cuando en su angustia fue escuchado. Él, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo a obedecer"
Por eso, sabiendo lo que nos costaría a nosotros seguir sus pasos, andar su Camino, vivir su Vida, quiso que, cada día, pudiéramos acercarnos al Banquete Celestial para no sólo escucharlo sino recibir Su Vida en nuestra vida.
Y así, unida nuestra vida a Su Vida, poder morir con Él para resucitar con Él, así dice Pío XII:
"Les exige asimismo que asuman en cierto modo la condición de víctimas, que se nieguen a sí mismos, conforme a las normas del Evangelio, que espontánea y libremente practiquen la penitencia, arrepintiéndose y expiando pecados.
Exige finalmente que todos, unidos a Cristo, muramos místicamente en la Cruz, de modo que podamos hacer nuestra aquella sentencia de San Pablo: 'estoy crucificado con Cristo' 'vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí'.
Es una experiencia personal el sentir el misterio de la fe en nuestras vidas, por que es muy fuerte experimentar o saber que Dios nos ha elegido, a estos pobres hombres, para hacer que en nuestra persona Su Hijo se haga presente, que por mis labios broten Sus Palabras y por mis Manos baje su Bendición para que se vuelva a repetir el inmenso misterio de Su Amor: darnos Su Vida en el Pan Eucarístico. No hay gozo mayor que saber que El Sumo y Eterno Sacerdote se hace presente en nuestras vidas para darse como Alimento de Vida y Salvación.
Cada día que lo necesitemos Él está ahí, Vivo y Presente en el Sagrario, pero sobre todo está Vivo y Presente en el Altar en el momento del más hermoso de los Banquetes de la tierra, el Banquete Celestial,
miércoles, 27 de mayo de 2015
El apetito de poder
"Se le acercaron los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron:
-«Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir.»
Les preguntó:
-«¿Qué queréis que haga por vosotros?»
Contestaron:
-«Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda.»
Aunque no podamos llegar al poder nos gusta siempre rodearnos de gente con poder, así parecemos más poderosos de lo que somos, más inteligentes de lo que somos, más alto de lo que somos, en fin más de lo que somos. El apetito de poder es un defecto que nos dejó el pecado original y no terminamos de darnos cuenta que nos afecta a todos, y que con ese mismo apetito dañamos muchas vidas que, quizás, el día de mañana nos tiendan su mano para ayudarnos.
Hace un tiempo largo una persona (no me acuerdo quién era pero sí de argentina) me pidió que escribiera algo porque veía que ya era muy feo y de mal gusto los insultos que salían de los muros y de las bocas de las personas. Insultos, mofas, burlas ya sea por que ganó mi equipo de fútbol, entonces voy contra el otro equipo o mejor contra los otros. O por que hubo tal hecho en la ciudad e insulto a la gente tratándola de muchas cosas. O por que en este tiempo de elecciones ganó mi partido, o porque los políticos esto o lo otro. O simplemente porque tengo ganas de decir cualquier tontería que he escuchado por ahí y eso me sirve para hacerme sentir grande.
Cuando realmente te das cuenta que una persona sabe ganar? Cuando a pesar de haber ganado no se sube al podio de la soberbia y atenta contra los demás. Por ganar un partido de fútbol, basket, elecciones, o lo que sea no puedo denigrar a mis adversarios, menos cuando son de mi misma familia, de entre mis amigos, de mi pueblo. ¿Qué nos pasa? ¿Produce tanto gozo el humillar a la gente? ¿Nos da tantas alegrías pisarle la cabeza a los demás?
Y lo peor de esto que si lo veríamos hacer en gente que no tiene capacidades, que no son instruidas, que no tienen una profesión, que no se hacen llamar cristianos y personas de fe... Pero ni eso, creo que alguien que ha vivido la dureza de la vida sabe apreciar la vida de los demás. Pero hay quienes exigiendo siempre el respeto de sus derechos, nunca respetan los derechos de los demás.
Los que nos decimos cristianos tendríamos que aprenden un poco más a respetar para ser respetados, a amar para ser amados, a pedir perdón para ser perdonados. Sí, porque nos horrorizamos con las guerras en tantos pueblos, pero no somos capaces de ver cuándo encendemos la mecha de la discordia, de la división, de la confusión en nuestra propia familia, comunidad, pueblo.
Por eso Jesús, cuando Santiago y Juan le piden un "lugar de poder" a su lado, Él les responde:
"Jesús replicó:
-«No sabéis lo que pedís, ¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?»
-«Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir.»
Les preguntó:
-«¿Qué queréis que haga por vosotros?»
Contestaron:
-«Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda.»
Aunque no podamos llegar al poder nos gusta siempre rodearnos de gente con poder, así parecemos más poderosos de lo que somos, más inteligentes de lo que somos, más alto de lo que somos, en fin más de lo que somos. El apetito de poder es un defecto que nos dejó el pecado original y no terminamos de darnos cuenta que nos afecta a todos, y que con ese mismo apetito dañamos muchas vidas que, quizás, el día de mañana nos tiendan su mano para ayudarnos.
Hace un tiempo largo una persona (no me acuerdo quién era pero sí de argentina) me pidió que escribiera algo porque veía que ya era muy feo y de mal gusto los insultos que salían de los muros y de las bocas de las personas. Insultos, mofas, burlas ya sea por que ganó mi equipo de fútbol, entonces voy contra el otro equipo o mejor contra los otros. O por que hubo tal hecho en la ciudad e insulto a la gente tratándola de muchas cosas. O por que en este tiempo de elecciones ganó mi partido, o porque los políticos esto o lo otro. O simplemente porque tengo ganas de decir cualquier tontería que he escuchado por ahí y eso me sirve para hacerme sentir grande.
Cuando realmente te das cuenta que una persona sabe ganar? Cuando a pesar de haber ganado no se sube al podio de la soberbia y atenta contra los demás. Por ganar un partido de fútbol, basket, elecciones, o lo que sea no puedo denigrar a mis adversarios, menos cuando son de mi misma familia, de entre mis amigos, de mi pueblo. ¿Qué nos pasa? ¿Produce tanto gozo el humillar a la gente? ¿Nos da tantas alegrías pisarle la cabeza a los demás?
Y lo peor de esto que si lo veríamos hacer en gente que no tiene capacidades, que no son instruidas, que no tienen una profesión, que no se hacen llamar cristianos y personas de fe... Pero ni eso, creo que alguien que ha vivido la dureza de la vida sabe apreciar la vida de los demás. Pero hay quienes exigiendo siempre el respeto de sus derechos, nunca respetan los derechos de los demás.
Los que nos decimos cristianos tendríamos que aprenden un poco más a respetar para ser respetados, a amar para ser amados, a pedir perdón para ser perdonados. Sí, porque nos horrorizamos con las guerras en tantos pueblos, pero no somos capaces de ver cuándo encendemos la mecha de la discordia, de la división, de la confusión en nuestra propia familia, comunidad, pueblo.
Por eso Jesús, cuando Santiago y Juan le piden un "lugar de poder" a su lado, Él les responde:
"Jesús replicó:
-«No sabéis lo que pedís, ¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?»
martes, 26 de mayo de 2015
Nuestra alegría está en el Señor
"En aquél tiempo Pedro le dijo a Jesús:
'Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido"...
La intención de la afirmación de Pedro era saber qué es lo que iban a recibir a cambio de haber dejado todo por seguirlo, por haber respondido a Su Llamado.
Nos pasa muchas veces que hacemos cosas y nos quedamos esperando qué nos dicen o cómo nos pagan. Claro está que cuando estamos en un trabajo siempre necesitamos que nos paguen el trabajo que hacemos, pero cuando lo que hacemos no es nuestro trabajo, sino un acto de servicio, de amor, de solidaridad ¿por qué esperar recompensa?
Y, en este caso, cuando el Señor nos invita a seguirlo ya nos dice que es para alcanzar la vida eterna, y en ese seguirlo hay una misión: anunciar el evangelio. Por eso Jesús le responde:
«Os aseguro que quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más -casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones-, y en la edad futura, vida eterna.
Muchos primeros serán últimos, y muchos últimos primeros.»
Es que la recompensa a lo que hacemos es lo que nos da alegría, o felicidad, o nos reconforta en el día a día, y nos motiva para seguir haciendo lo que estamos haciendo. Buscamos la felicidad en lo que hacemos, buscamos la alegría en lo que nos dicen.
Y la alegría verdadera están en por qué y por quién hacemos lo que hacemos, las recompensas del mundo son flores de un día, porque el mundo no es agradecido con los hijos de Dios, sino que hoy disfruta de una cosa y mañana de otra, y las más de las veces recibe todo como si todo se lo tuvieran que dar, por eso hoy las personas agradecidas escasean.
En esto es muy lindo lo que San Agustin nos dice acerca de la alegría:
"Así pues, hermanos, estad alegres en el Señor, no en el mundo, es decir: alegraos en la verdad, no en la iniquidad; alegraos en la esperanza de la eternidad, no en la flor pasajera de la vanidad. Ésta debe ser vuestra alegría; y, en cualquier lugar en que estéis y todo el tiempo que aquí estéis, el Señor está cerca; no os inquietéis por cosa alguna".
Es el Señor quién es más agradecido con nosotros que lo que es el mundo, y cuando lo que hemos dejado, lo que hacemos o lo que vivimos es porque hemos visto que es Voluntad de Dios, entonces no hay nada que se compare con la Gracia y el Gozo que nos proporciona Dios al ser Fiel a Su Voluntad.
Hoy el mundo se ha vuelto frío e insensible, sólo exige pero no nos entrega nada a cambio. No importa si lo que hacemos es aportar nuestro grano de arena en alegría, en amor, en fraternidad, en verdad, en luz, en concordia, en paz, recibiremos más de lo que damos, pero sobre todo recibiremos mucho más de lo mismo que entregamos.
'Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido"...
La intención de la afirmación de Pedro era saber qué es lo que iban a recibir a cambio de haber dejado todo por seguirlo, por haber respondido a Su Llamado.
Nos pasa muchas veces que hacemos cosas y nos quedamos esperando qué nos dicen o cómo nos pagan. Claro está que cuando estamos en un trabajo siempre necesitamos que nos paguen el trabajo que hacemos, pero cuando lo que hacemos no es nuestro trabajo, sino un acto de servicio, de amor, de solidaridad ¿por qué esperar recompensa?
Y, en este caso, cuando el Señor nos invita a seguirlo ya nos dice que es para alcanzar la vida eterna, y en ese seguirlo hay una misión: anunciar el evangelio. Por eso Jesús le responde:
«Os aseguro que quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más -casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones-, y en la edad futura, vida eterna.
Muchos primeros serán últimos, y muchos últimos primeros.»
Es que la recompensa a lo que hacemos es lo que nos da alegría, o felicidad, o nos reconforta en el día a día, y nos motiva para seguir haciendo lo que estamos haciendo. Buscamos la felicidad en lo que hacemos, buscamos la alegría en lo que nos dicen.
Y la alegría verdadera están en por qué y por quién hacemos lo que hacemos, las recompensas del mundo son flores de un día, porque el mundo no es agradecido con los hijos de Dios, sino que hoy disfruta de una cosa y mañana de otra, y las más de las veces recibe todo como si todo se lo tuvieran que dar, por eso hoy las personas agradecidas escasean.
En esto es muy lindo lo que San Agustin nos dice acerca de la alegría:
"Así pues, hermanos, estad alegres en el Señor, no en el mundo, es decir: alegraos en la verdad, no en la iniquidad; alegraos en la esperanza de la eternidad, no en la flor pasajera de la vanidad. Ésta debe ser vuestra alegría; y, en cualquier lugar en que estéis y todo el tiempo que aquí estéis, el Señor está cerca; no os inquietéis por cosa alguna".
Es el Señor quién es más agradecido con nosotros que lo que es el mundo, y cuando lo que hemos dejado, lo que hacemos o lo que vivimos es porque hemos visto que es Voluntad de Dios, entonces no hay nada que se compare con la Gracia y el Gozo que nos proporciona Dios al ser Fiel a Su Voluntad.
Hoy el mundo se ha vuelto frío e insensible, sólo exige pero no nos entrega nada a cambio. No importa si lo que hacemos es aportar nuestro grano de arena en alegría, en amor, en fraternidad, en verdad, en luz, en concordia, en paz, recibiremos más de lo que damos, pero sobre todo recibiremos mucho más de lo mismo que entregamos.
lunes, 25 de mayo de 2015
Cómo le respondes a Jesús?
Dejamos los cantos pascuales y volvemos al tiempo ordinario de la liturgia eucarística. Con el Domingo de Pentecostés finalizó el tiempo pascual, porque después de la Venida del Espíritu Santo, los apóstoles comenzaron una Vida Nueva, pero en la cotidianidad de lo ordinario; comenzaron a anunciar el Evangelio entre la gente, en cada lugar, en cada pueblo, en cada plaza.
Y comenzamos este tiempo con unas hermosas lecturas porque del libro del Eclesiástico, Dios nos dice:
"A los que se arrepienten Dios los deja volver y reanima a los que pierden la paciencia. Vuelve al Señor, abandona el pecado, suplica en su presencia y disminuye tus faltas..."
Al comenzar el día nos ponemos en presencia del Señor y decidimos cómo queremos comenzar a vivir, pues cada día que amanecemos volvemos a decidirnos cómo vivir, cómo ser, nos fijamos un día y otro la meta de nuestra vida, pues siempre estamos discerniendo y tomando decisiones, pero, más de una vez nos volvemos rutinarios y vamos haciendo todo por rutina, sin ponernos a pensar que lo de todos los días lo podemos hacer con más espíritu, porque en lo cotidiano está lo extraordinario.
Y en esta reflexión y decisión nos encontramos con el Señor que nos invitará a seguirlo. Como en el evangelio nos encontraremos con el deseo de hacer algo más, de vivir algo más:
«Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?»
Jesús le contestó:
-« ¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios. Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre.»
Lo primero en nuestras vidas cristianas es vivir la coherencia con lo que creemos. Esa coherencia nos la dan los mandamientos, el vivir nuestra de acuerdo a lo que decimos ser: cristianos, por eso intentamos cada día ser fieles a la Palabra de Dios, y Dios en su Palabra nos pide vivir los mandamientos, y, más que nada el mandamiento del Amor.
Pero alguna vez nos surge un poco la soberbia espiritual y decimos con el joven:
-«Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño.»
Cuando en el corazón surge la inquietud, siempre es porque necesitamos una entrega mayor, porque lo que estamos viviendo no es lo que deseamos, sino que el deseo que el Señor ha puesto en nosotros es aún mayor. O quizás sea que, realmente no estoy viviendo todo tan bien.
Y Jesús nos responderá:
"Jesús se le quedó mirando con cariño y le dijo:
-«Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme.»
A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy rico".
A veces somos muy ricos en nuestro interior para reconocer que el Señor nos está llamando. Somos ricos en argumentos, en ataduras mundanas, en amor a uno mismo, en egoísmos, en vanidades, y por eso vivimos escapando al llamado del Señor. Y así siempre tenemos ese pequeño vacío en nuestro interior que no nos deja alcanzar la plenitud de la vida, la alegría plena y perfecta que Jesús quiere que tengamos.
"Os he dicho esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud", no nos quedemos con nuestros vacíos, digámosle ¡Sí! al Señor cuando nos llame a vivir radicalmente nuestra fe, a vivir santamente nuestra vida diaria "haciendo extraordinarias las cosas ordinarias y sobrenaturales las naturales", como decía Santa Teresita.
Y comenzamos este tiempo con unas hermosas lecturas porque del libro del Eclesiástico, Dios nos dice:
"A los que se arrepienten Dios los deja volver y reanima a los que pierden la paciencia. Vuelve al Señor, abandona el pecado, suplica en su presencia y disminuye tus faltas..."
Al comenzar el día nos ponemos en presencia del Señor y decidimos cómo queremos comenzar a vivir, pues cada día que amanecemos volvemos a decidirnos cómo vivir, cómo ser, nos fijamos un día y otro la meta de nuestra vida, pues siempre estamos discerniendo y tomando decisiones, pero, más de una vez nos volvemos rutinarios y vamos haciendo todo por rutina, sin ponernos a pensar que lo de todos los días lo podemos hacer con más espíritu, porque en lo cotidiano está lo extraordinario.
Y en esta reflexión y decisión nos encontramos con el Señor que nos invitará a seguirlo. Como en el evangelio nos encontraremos con el deseo de hacer algo más, de vivir algo más:
«Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?»
Jesús le contestó:
-« ¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios. Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre.»
Lo primero en nuestras vidas cristianas es vivir la coherencia con lo que creemos. Esa coherencia nos la dan los mandamientos, el vivir nuestra de acuerdo a lo que decimos ser: cristianos, por eso intentamos cada día ser fieles a la Palabra de Dios, y Dios en su Palabra nos pide vivir los mandamientos, y, más que nada el mandamiento del Amor.
Pero alguna vez nos surge un poco la soberbia espiritual y decimos con el joven:
-«Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño.»
Cuando en el corazón surge la inquietud, siempre es porque necesitamos una entrega mayor, porque lo que estamos viviendo no es lo que deseamos, sino que el deseo que el Señor ha puesto en nosotros es aún mayor. O quizás sea que, realmente no estoy viviendo todo tan bien.
Y Jesús nos responderá:
"Jesús se le quedó mirando con cariño y le dijo:
-«Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme.»
A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy rico".
A veces somos muy ricos en nuestro interior para reconocer que el Señor nos está llamando. Somos ricos en argumentos, en ataduras mundanas, en amor a uno mismo, en egoísmos, en vanidades, y por eso vivimos escapando al llamado del Señor. Y así siempre tenemos ese pequeño vacío en nuestro interior que no nos deja alcanzar la plenitud de la vida, la alegría plena y perfecta que Jesús quiere que tengamos.
"Os he dicho esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud", no nos quedemos con nuestros vacíos, digámosle ¡Sí! al Señor cuando nos llame a vivir radicalmente nuestra fe, a vivir santamente nuestra vida diaria "haciendo extraordinarias las cosas ordinarias y sobrenaturales las naturales", como decía Santa Teresita.
domingo, 24 de mayo de 2015
Ven Espíritu Santo!
Creo que no es posible pensar en Pentecostés sin imaginarnos a María y los apóstoles unidos en oración. Un Cenáculo lleno de esperanza, lleno, aún, de corazones que temen al hombre que había dado muerte al Señor. Un cenáculo que tiene como centro a la Madre que es quien reúne, convoca, y, seguramente, mantiene la llama de la fe y la esperanza, unidas en el Amor al Hijo, el Hijo que ya no está pero que prometió la venida del Paráclito. Una Madre que sostiene a los apóstoles como a hijos pequeños, hijos que hace poco nacieron en Su Corazón porque el Hijo así lo quiso, y Ella, obediente como en Nazareth acogió el ruego de Dios y se hizo Madre de un puñado de hombre temerosos, y los llevó consigo a la oración para estar preparados a la espera del Espíritu.
Y ese día llegó. Llegó cuando no lo esperaban. Llegó en el momento oportuno, cuando Dios vio que era el mejor tiempo, no sólo cuando estaban todos reunidos con María, sino cuando estaban todos los hombres en la ciudad, cuando había más cantidad de oyentes, cuando más podían descubrir el gran poder del Señor y su Espíritu, cuando más corazones podían escuchar la Voz del Amor, de la Verdad y de la Vida, que les comenzaba a anunciar un Nuevo Camino, un Nuevo que Camino que es Vida en el Espíritu.
Y aquellos hombres temerosos que permanecían ocultos tras las paredes del cenáculo, de pronto se sintieron invadidos por el fuego del Espíritu y se soltaron de las cadenas del temor, se libraron de las cadenas del miedo y abrieron las puertas y ventanas de la casa para que ese Aire Nuevo pudiera salir a toda la tierra. Abrieron las ventanas para que la Vida Nueva que había en ellos se diera a conocer a toda la humanidad. Abrieron las ventadas a la Vida Nueva que comenzaba a nacer.
Ese día nacimos nosotros, la Iglesia de Cristo, como un aire nuevo que purificó la Vida del mundo. El viento huracanado del Espíritu que encendió los corazones de los apóstoles es el mismo aire que recibimos en nuestro corazón el día de nuestro bautismo, y, desde ese mismo día como en aquél Pentecostés salimos a la vida del mundo para llenarlo de Vida de Dios, sin miedos, sin temores, sin cadenas que aten nuestros labios y nos impidan decir y expresar el gozo de creer en nuestro Dios y Señor. Sin cadenas que nos aten al mundo sino un aire que inflama nuestro corazón y nos hace vivir y gustar el Reino de los Cielos aquí en la tierra.
Como en Pentecostés hoy somos nosotros quienes con el fuego del Espíritu Santo tenemos que anunciar a todos los hombres la Vida Nueva que nace del Espíritu, tenemos que anunciar a todos los hombres que hay una Vida Nueva que espera ser vivida, una Vida Nueva que alegra el corazón y da sentido a la vida, que nos libera del pecado y nos da la Gracia de la santidad, que nos inflama el corazón del Amor de Dios y nos libera de las esclavitudes de la envidia, del egoísmo, de las divisiones, de las rivalidades, de las discordias y nos convierte en instrumentos de Paz, de Justicia, de Verdad, de Amor.
Por que es el Espíritu que anima el Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia, quien nos transforma en constructores de la Civilización del Amor, constructores de un Hombre Nuevo que es sal, luz y fermento. Somos nosotros quienes hemos nacido un día de Pentecostés, y cada día que nacemos a la Vida en Dios es otro Pentecostés que se hace vida, porque le pedimos al Espíritu Santo que venga y llene nuestros corazones con el fuego del Amor.
Y ese día llegó. Llegó cuando no lo esperaban. Llegó en el momento oportuno, cuando Dios vio que era el mejor tiempo, no sólo cuando estaban todos reunidos con María, sino cuando estaban todos los hombres en la ciudad, cuando había más cantidad de oyentes, cuando más podían descubrir el gran poder del Señor y su Espíritu, cuando más corazones podían escuchar la Voz del Amor, de la Verdad y de la Vida, que les comenzaba a anunciar un Nuevo Camino, un Nuevo que Camino que es Vida en el Espíritu.
Y aquellos hombres temerosos que permanecían ocultos tras las paredes del cenáculo, de pronto se sintieron invadidos por el fuego del Espíritu y se soltaron de las cadenas del temor, se libraron de las cadenas del miedo y abrieron las puertas y ventanas de la casa para que ese Aire Nuevo pudiera salir a toda la tierra. Abrieron las ventanas para que la Vida Nueva que había en ellos se diera a conocer a toda la humanidad. Abrieron las ventadas a la Vida Nueva que comenzaba a nacer.
Ese día nacimos nosotros, la Iglesia de Cristo, como un aire nuevo que purificó la Vida del mundo. El viento huracanado del Espíritu que encendió los corazones de los apóstoles es el mismo aire que recibimos en nuestro corazón el día de nuestro bautismo, y, desde ese mismo día como en aquél Pentecostés salimos a la vida del mundo para llenarlo de Vida de Dios, sin miedos, sin temores, sin cadenas que aten nuestros labios y nos impidan decir y expresar el gozo de creer en nuestro Dios y Señor. Sin cadenas que nos aten al mundo sino un aire que inflama nuestro corazón y nos hace vivir y gustar el Reino de los Cielos aquí en la tierra.
Como en Pentecostés hoy somos nosotros quienes con el fuego del Espíritu Santo tenemos que anunciar a todos los hombres la Vida Nueva que nace del Espíritu, tenemos que anunciar a todos los hombres que hay una Vida Nueva que espera ser vivida, una Vida Nueva que alegra el corazón y da sentido a la vida, que nos libera del pecado y nos da la Gracia de la santidad, que nos inflama el corazón del Amor de Dios y nos libera de las esclavitudes de la envidia, del egoísmo, de las divisiones, de las rivalidades, de las discordias y nos convierte en instrumentos de Paz, de Justicia, de Verdad, de Amor.
Por que es el Espíritu que anima el Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia, quien nos transforma en constructores de la Civilización del Amor, constructores de un Hombre Nuevo que es sal, luz y fermento. Somos nosotros quienes hemos nacido un día de Pentecostés, y cada día que nacemos a la Vida en Dios es otro Pentecostés que se hace vida, porque le pedimos al Espíritu Santo que venga y llene nuestros corazones con el fuego del Amor.
sábado, 23 de mayo de 2015
La curiosidad como don o defecto
En aquel tiempo, Pedro, volviéndose, vio que los seguía el discípulo a quien Jesús tanto amaba, el mismo que en la cena se había apoyado en su pecho y le había preguntado: «Señor, ¿quién es el que te va a entregar?»
Al verlo, Pedro dice a Jesús: - «Señor, y éste ¿qué?»
Jesús le contesta: - «Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿a ti qué? Tú sígueme.»
Hay, en cada uno de nosotros, algo que puede ser un don, una virtud, o un gran defecto: la curiosidad. Sí, la curiosidad es algo bueno si se lo emplea para el bien, claro. Pero como todo don puede ser mal empleado. La curiosidad es aquello que nos lleva a investigar lo que no conocemos, gracias a ello se han inventado muchas cosas buenas, se han conocido otras tantas. Desde pequeños comenzamos a usar la curiosidad para conocer el mundo que nos rodea.
Pero cuando usamos la curiosidad para solamente ser chismosos, ya no es tan buena. Por eso, cuando Pedro quiere "curiosear" sobre el futuro de Juan, Jesús le responde con una respuesta ambigua, pero termina diciéndole ¿a tí qué? Como decir ¿a ti que te importa?
Y ante eso nos tenemos que preguntar ¿a mí por qué me importa conocer tantas cosas de los demás? Claro que puede ser por algo bueno: saber si le sucede algo para ayudarle, para echarle una mano; saber si puedo acompañarlo en el dolor, si puedo darle esperanza, seguridad, confianza en sí mismo para que puede seguir adelante. La curiosidad la podemos emplear para ayudar al hermano, pues es cierto que la vida de mi hermano es responsabilidad mía, porque Dios le dijo a Caín: "eres responsable de la vida de tu hermano y su sangre clama a mí desde la tierra".
Y, Jesús, nos ha dicho: "quien le hace algo a uno de estos pequeños mis hermanos me lo hace a mí", o "porque tuve hambre y me disteis de comer....". Él está en mi hermano, y si me intereso por mi hermano me intereso por Jesús.
Claro que también podemos decir cuál es el efecto inverso o contrario de la situación: que sólo me interese de la vida de mi hermano para echarle tierra encima, para hacerle más daño con mis comentarios, para dañar su imagen o su fama, para dar a conocer su pecado ante la comunidad, para poder hacer que haya una desavenencia con alguien, o generar una pelea con otros. Y, si lo hago con mi hermano es a Jesús a quien se lo hago, pues Él nos dijo: "tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber", "si alguien le hace algo al más pequeño de mis hermanos, más le valdría colgarse una piedra de moler al cuello y tirarse al mar".
La curiosidad es buena, nos ayuda a crecer si la usamos para el bien, y nos ayuda a morir si la usamos para el mal. No dejemos que los malos hábitos del mundo nos lleven a obrar mal con nuestros hermanos, sino que "busquemos el Reino de Dios y su justicia" para que podamos ser constructores de buenas relaciones fraternas para que la paz comience a existir entre nosotros y nuestras comunidad, para que la paz sea un don que construyamos cada día, y no que seamos creadores de discordia, de desavenencias, de enemistades, de guerras y divisiones entre nosotros.
El Espíritu que viene en nuestra ayuda es quien nos da el Don de Ciencia para iluminar nuestras capacidades de ser servidores de la Verdad, la Justicia, y, así constructores de Paz.
Al verlo, Pedro dice a Jesús: - «Señor, y éste ¿qué?»
Jesús le contesta: - «Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿a ti qué? Tú sígueme.»
Hay, en cada uno de nosotros, algo que puede ser un don, una virtud, o un gran defecto: la curiosidad. Sí, la curiosidad es algo bueno si se lo emplea para el bien, claro. Pero como todo don puede ser mal empleado. La curiosidad es aquello que nos lleva a investigar lo que no conocemos, gracias a ello se han inventado muchas cosas buenas, se han conocido otras tantas. Desde pequeños comenzamos a usar la curiosidad para conocer el mundo que nos rodea.
Pero cuando usamos la curiosidad para solamente ser chismosos, ya no es tan buena. Por eso, cuando Pedro quiere "curiosear" sobre el futuro de Juan, Jesús le responde con una respuesta ambigua, pero termina diciéndole ¿a tí qué? Como decir ¿a ti que te importa?
Y ante eso nos tenemos que preguntar ¿a mí por qué me importa conocer tantas cosas de los demás? Claro que puede ser por algo bueno: saber si le sucede algo para ayudarle, para echarle una mano; saber si puedo acompañarlo en el dolor, si puedo darle esperanza, seguridad, confianza en sí mismo para que puede seguir adelante. La curiosidad la podemos emplear para ayudar al hermano, pues es cierto que la vida de mi hermano es responsabilidad mía, porque Dios le dijo a Caín: "eres responsable de la vida de tu hermano y su sangre clama a mí desde la tierra".
Y, Jesús, nos ha dicho: "quien le hace algo a uno de estos pequeños mis hermanos me lo hace a mí", o "porque tuve hambre y me disteis de comer....". Él está en mi hermano, y si me intereso por mi hermano me intereso por Jesús.
Claro que también podemos decir cuál es el efecto inverso o contrario de la situación: que sólo me interese de la vida de mi hermano para echarle tierra encima, para hacerle más daño con mis comentarios, para dañar su imagen o su fama, para dar a conocer su pecado ante la comunidad, para poder hacer que haya una desavenencia con alguien, o generar una pelea con otros. Y, si lo hago con mi hermano es a Jesús a quien se lo hago, pues Él nos dijo: "tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber", "si alguien le hace algo al más pequeño de mis hermanos, más le valdría colgarse una piedra de moler al cuello y tirarse al mar".
La curiosidad es buena, nos ayuda a crecer si la usamos para el bien, y nos ayuda a morir si la usamos para el mal. No dejemos que los malos hábitos del mundo nos lleven a obrar mal con nuestros hermanos, sino que "busquemos el Reino de Dios y su justicia" para que podamos ser constructores de buenas relaciones fraternas para que la paz comience a existir entre nosotros y nuestras comunidad, para que la paz sea un don que construyamos cada día, y no que seamos creadores de discordia, de desavenencias, de enemistades, de guerras y divisiones entre nosotros.
El Espíritu que viene en nuestra ayuda es quien nos da el Don de Ciencia para iluminar nuestras capacidades de ser servidores de la Verdad, la Justicia, y, así constructores de Paz.
viernes, 22 de mayo de 2015
Me amas más que éstos?
Cada vez que llega este evangelio a la liturgia del día me es imposible no prestarle atención, porque el diálogo entre Jesús y Pedro es realmente, para mí, algo maravilloso. Que Jesús te pregunte directamente si le amas, pero no sólo una vez sino tres, es que realmente necesita, no comprobar nuestro amor pues lo sabe, sino que se nos queden grabadas las palabras que utilizamos para responder. Porque cuando hacemos explícito un deseo o una declaración nuestras palabras atan nuestra vida a lo que hemos dicho (o, por lo menos tendría que ser así)
En este diálogo de amor podemos descubrir que la relación con Jesús, nuestra vida cristiana, no es simplemente un conocer normas y reglamentos, sino que es una relación de amor, pero de un amor de pertenencia, de entrega. Aunque hoy día cuando hablamos de amor no pensemos en la pertenencia de mi vida al de mi amado, pero es así: le entrego mi vida para que él la perfeccione, así como él entrega su vida en mis manos para que yo la complete y perfeccione.
Es un amor esponsal, nos unimos y nos atamos uno al otro para vivir un mismo ideal, para recorrer un mismo camino, para alcanzar una misma meta, para acompañarnos y ayudarnos, para sostenernos y cobijarnos, para alentarnos.
No es un amor cualquiera. No es una relación cualquiera, porque no a cualquiera a le entrego mi vida, no con cualquiera me uno para alcanzar una meta, para lograr un ideal. No a cualquiera le confío mis temores, mis secretos, mis dudas, mis alegría y penas, mis lágrimas y risas, mis oscuridades y mis luces.
Jesús nos dio su Vida para que nosotros tuviéramos vida en abundancia, y por eso nos llama a vivir un amor de pertenencia con él, pues no se puede permanecer en el Amor de Dios, si no estamos unidos a Dios. No podemos estar unidos a Dios y no ser Fieles a Su Palabra. No podemos ser Fieles a Su Palabra si no vivimos Su Voluntad. No puedo decir ¡Te amo! y no estar con el amado, y no estar junto a Él. No puedo decir ¡Te amor! y seguir mi vida viviendo mi propia voluntad, mis propios mandamientos.
Es Él quien primero nos ha amado, porque es Él quien primero nos ha dado la vida para poder amarnos, por eso Él nos pregunta en la intimidad del corazón: "¿me amas más que éstos?" Porque si nuestro amor no es más grande que el de los demás hombres, porque si no lo amamos más que a nuestra propia vida no tendremos el deseo de seguirlo, no tendremos la disponibilidad de "renunciar a nosotros mismos" para hacer Su Voluntad. Por que si no lo amamos más que al mundo tendremos nuestro corazón dividido y queremos hacer la vida del mundo pero que también Él nos ame.
O me amas o no me amas, o estas conmigo o contra mí, o recoges conmigo o desparramas. Que tu Sí sea Sí y que tu No sea No, se frío o caliente pues a los tibios los vomitaré de mi boca. Son todas palabras de Jesús, pues no quiere medios amores, quiere que nuestra entrega de amor sea plena y total, porque lo que Él nos ha dado vale más que todo lo que podemos considerar valioso en el mundo, como dice Pablo: todo lo considero basura con tal de ganar a Cristo.
En este diálogo de amor podemos descubrir que la relación con Jesús, nuestra vida cristiana, no es simplemente un conocer normas y reglamentos, sino que es una relación de amor, pero de un amor de pertenencia, de entrega. Aunque hoy día cuando hablamos de amor no pensemos en la pertenencia de mi vida al de mi amado, pero es así: le entrego mi vida para que él la perfeccione, así como él entrega su vida en mis manos para que yo la complete y perfeccione.
Es un amor esponsal, nos unimos y nos atamos uno al otro para vivir un mismo ideal, para recorrer un mismo camino, para alcanzar una misma meta, para acompañarnos y ayudarnos, para sostenernos y cobijarnos, para alentarnos.
No es un amor cualquiera. No es una relación cualquiera, porque no a cualquiera a le entrego mi vida, no con cualquiera me uno para alcanzar una meta, para lograr un ideal. No a cualquiera le confío mis temores, mis secretos, mis dudas, mis alegría y penas, mis lágrimas y risas, mis oscuridades y mis luces.
Jesús nos dio su Vida para que nosotros tuviéramos vida en abundancia, y por eso nos llama a vivir un amor de pertenencia con él, pues no se puede permanecer en el Amor de Dios, si no estamos unidos a Dios. No podemos estar unidos a Dios y no ser Fieles a Su Palabra. No podemos ser Fieles a Su Palabra si no vivimos Su Voluntad. No puedo decir ¡Te amo! y no estar con el amado, y no estar junto a Él. No puedo decir ¡Te amor! y seguir mi vida viviendo mi propia voluntad, mis propios mandamientos.
Es Él quien primero nos ha amado, porque es Él quien primero nos ha dado la vida para poder amarnos, por eso Él nos pregunta en la intimidad del corazón: "¿me amas más que éstos?" Porque si nuestro amor no es más grande que el de los demás hombres, porque si no lo amamos más que a nuestra propia vida no tendremos el deseo de seguirlo, no tendremos la disponibilidad de "renunciar a nosotros mismos" para hacer Su Voluntad. Por que si no lo amamos más que al mundo tendremos nuestro corazón dividido y queremos hacer la vida del mundo pero que también Él nos ame.
O me amas o no me amas, o estas conmigo o contra mí, o recoges conmigo o desparramas. Que tu Sí sea Sí y que tu No sea No, se frío o caliente pues a los tibios los vomitaré de mi boca. Son todas palabras de Jesús, pues no quiere medios amores, quiere que nuestra entrega de amor sea plena y total, porque lo que Él nos ha dado vale más que todo lo que podemos considerar valioso en el mundo, como dice Pablo: todo lo considero basura con tal de ganar a Cristo.
jueves, 21 de mayo de 2015
Transformados por el Espíritu Santo
"En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos al cielo, oró, diciendo:
- «Padre santo, no sólo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también lo sean en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado".
La Unidad, es el signo más claro y perfecto de la vida en Cristo, en Dios. Una unidad en el amor, en la verdad porque Dios es Amor y Verdad, y quien vive en Dios, por Dios y para Dios vive en la Verdad y en el Amor.
Claro que en la Santísima Trinidad todo es pureza, todo es infinitud, todo es perfección, y, en nosotros creemos que no tenemos nada de eso porque vemos el pecado, la imperfección, la impureza, lo terreno, lo mundano. Y, por una parte es cierto, somos humanos e imperfectos, Pero Gracias a Dios se nos ha infundido el Espíritu Santo que ha transformado nuestro ser dándonos la filiación divina que nos purificó de nuestro pecado, que nos elevó a la dignidad de hijos de Dios, que nos abrió las puertas al Reino Celestial e hizo que el la muerte del pecado se alejara de nosotros para otorgarnos el don de la vida eterna. ¡Esa es la gloria que nos dio al Hijo al darnos Su Palabra y Su Vida!
Y, al volver al Padre, nos envió su Espíritu para que nos santificara día a día, pero su Espíritu no viene a nosotros si no lo llamamos, si no estamos dispuestos a vivir en la Voluntad del Padre, en vivir la vida del Hijo, porque el Espíritu Santo sólo nos conduce por el Camino que el Hijo nos ha mostrado.
Nos dice San Cirilo de Alejandría:
"En efecto, mientras Cristo convivió visiblemente con los suyos, éstos experimentaban -según es mi opinión- su protección continua; mas, cuando llegó el tiempo en que tenía que subir al Padre celestial, entonces fue necesario que siguiera presente, en medio de sus adictos, por el Espíritu, y que este Espíritu habitara en nuestros corazones, para que nosotros, teniéndolo en nuestro Interior, exclamáramos confiadamente: «Padre», y nos sintiéramos con fuerza para la práctica de las virtudes y, además, poderosos e invencibles frente a las acometidas del demonio y las persecuciones de los hombres, por la posesión del Espíritu que todo lo puede.
Samuel, en efecto, dice a Saúl: Te invadirá el Espíritu del Señor, te convertirás en otro hombre. Y san Pablo afirma: Y todos nosotros, reflejando como en un espejo en nuestro rostro descubierto la gloria del Señor, nos vamos transformando en su propia imagen, hacia una gloria cada vez mayor, por la acción del Señor, que es Espíritu. Porque el Señor es Espíritu.
Vemos, pues, la transformación que obra el Espíritu en aquellos en cuyo corazón habita. Fácilmente los hace pasar del gusto de las cosas terrenas a la sola esperanza de las celestiales, y del temor y la pusilanimidad a una decidida y generosa fortaleza de alma. Vemos claramente que así sucedió en los discípulos, los cuales, una vez fortalecidos por el Espíritu, no se dejaron intimidar por sus perseguidores, sino que permanecieron tenazmente adheridos al amor de Cristo".
No dejemos, pues, de implorar su venida a nuestros corazones para que nos transforme y nos de la perseverancia de permanecer en Fidelidad a la Vida que Dios quiere que vivamos para apóstoles de Su Palabra y de Su Vida.
- «Padre santo, no sólo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también lo sean en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado".
La Unidad, es el signo más claro y perfecto de la vida en Cristo, en Dios. Una unidad en el amor, en la verdad porque Dios es Amor y Verdad, y quien vive en Dios, por Dios y para Dios vive en la Verdad y en el Amor.
Claro que en la Santísima Trinidad todo es pureza, todo es infinitud, todo es perfección, y, en nosotros creemos que no tenemos nada de eso porque vemos el pecado, la imperfección, la impureza, lo terreno, lo mundano. Y, por una parte es cierto, somos humanos e imperfectos, Pero Gracias a Dios se nos ha infundido el Espíritu Santo que ha transformado nuestro ser dándonos la filiación divina que nos purificó de nuestro pecado, que nos elevó a la dignidad de hijos de Dios, que nos abrió las puertas al Reino Celestial e hizo que el la muerte del pecado se alejara de nosotros para otorgarnos el don de la vida eterna. ¡Esa es la gloria que nos dio al Hijo al darnos Su Palabra y Su Vida!
Y, al volver al Padre, nos envió su Espíritu para que nos santificara día a día, pero su Espíritu no viene a nosotros si no lo llamamos, si no estamos dispuestos a vivir en la Voluntad del Padre, en vivir la vida del Hijo, porque el Espíritu Santo sólo nos conduce por el Camino que el Hijo nos ha mostrado.
Nos dice San Cirilo de Alejandría:
"En efecto, mientras Cristo convivió visiblemente con los suyos, éstos experimentaban -según es mi opinión- su protección continua; mas, cuando llegó el tiempo en que tenía que subir al Padre celestial, entonces fue necesario que siguiera presente, en medio de sus adictos, por el Espíritu, y que este Espíritu habitara en nuestros corazones, para que nosotros, teniéndolo en nuestro Interior, exclamáramos confiadamente: «Padre», y nos sintiéramos con fuerza para la práctica de las virtudes y, además, poderosos e invencibles frente a las acometidas del demonio y las persecuciones de los hombres, por la posesión del Espíritu que todo lo puede.
Samuel, en efecto, dice a Saúl: Te invadirá el Espíritu del Señor, te convertirás en otro hombre. Y san Pablo afirma: Y todos nosotros, reflejando como en un espejo en nuestro rostro descubierto la gloria del Señor, nos vamos transformando en su propia imagen, hacia una gloria cada vez mayor, por la acción del Señor, que es Espíritu. Porque el Señor es Espíritu.
Vemos, pues, la transformación que obra el Espíritu en aquellos en cuyo corazón habita. Fácilmente los hace pasar del gusto de las cosas terrenas a la sola esperanza de las celestiales, y del temor y la pusilanimidad a una decidida y generosa fortaleza de alma. Vemos claramente que así sucedió en los discípulos, los cuales, una vez fortalecidos por el Espíritu, no se dejaron intimidar por sus perseguidores, sino que permanecieron tenazmente adheridos al amor de Cristo".
No dejemos, pues, de implorar su venida a nuestros corazones para que nos transforme y nos de la perseverancia de permanecer en Fidelidad a la Vida que Dios quiere que vivamos para apóstoles de Su Palabra y de Su Vida.
miércoles, 20 de mayo de 2015
Consagrados en la Verdad
"Yo les he dado tu palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.
No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del mal.
No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.
Conságralos en la verdad; tu palabra es verdad".
Antes de volver al Padre, en la Última Cena, Jesús hace una hermosa oración que lleva consigo un montón de advertencias y consejos, además de pedidos al Padre para que nos proteja y nos cuide.
En este párrafo del Evangelio de hoy hay unas cuantas cosas que son muy interesantes y profundas para nuestra vida. Algo que siempre recuerdo y tenemos que recordar: "no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo". No es que nos la queramos dar de seres extraterrestres o mejores que los demás, pero hay una realidad que supera lo que nosotros hemos querido: somos seres espirituales, y hemos sido hecho hijos en el Hijo. Por eso no somos del mundo, hemos sido consagrados por el bautismo y transformados por el Espíritu Santo que se nos ha dado.
A esa realidad se refiere Jesús. Él podría al haberse encarnado volverse tan humano que olvidara su realidad de Hijo de Dios, pero en todo momentos nos recuerda que no es así, que Él vivió en una búsqueda constante de la Voluntad de Dios, y como dice el escritor de la carta a los Hebreos "por el sufrimiento aprendió lo que significa obedecer".
Jesús no quiere que Dios nos quite del mundo, porque el mundo es el campo de siembra de la Palabra de Dios, de la Buena Noticia que hemos recibido, y por eso debemos estar en él para poder dar testimonio claro y real de lo que creemos, de lo queremos vivir: una vida en santidad, una vida iluminada por la Palabra de Dios, una vida de obediencia filial en el amor al Padre, una vida consagrada en la verdad para indicar el camino que conduzca a la Vida Nueva en el Espíritu.
El Padre nos ha consagrado en la Verdad porque el Hijo es la Verdad, porque su Palabra es Verdad ¿cuándo? Cuando el agua bautismal fue derramada sobre nosotros y fuimos ungidos con el santo crisma, ese día fuimos consagrados al Padre, ese día fuimos purificados y ungidos como sacerdotes, profetas y reyes, unidos a Cristo nuestro Señor y Rey. Desde ese día ya no somos sólo hombres que viven en el mundo, sino que somos cristianos que peregrinan en el mundo teniendo como meta el Reino de los Cielos. Una peregrinación y una misión, pues mientras peregrinamos hacia el Cielo vamos dejando huellas de Cristo en la historia, huellas claras que van anunciando el Camino, huellas que marcan el camino, huellas que hablan de lo que vivimos, de cómo lo vivimos y de lo que queremos vivir; huellas que serán seguidas por quienes vienen detrás y que, por eso, aunque no lo queramos, nos hacen referentes de vida, testigos de lo que creemos, responsables de lo que vivimos, y apóstoles de la Vida que hemos recibido.
Por eso Jesús le pedía al Padre que nos libre del mal, para que no nos dejemos conquistar por falsas teorías, por falsas doctrinas que no son la Palabra de Dios, sino que son palabras humanas que no dan vida, sino que la quitan, la perturban. Dejemos que el Espíritu Santo nos ilumine, nos guíe y nos fortalezca para que cada día recorramos este camino de santidad e iluminemos el camino de los que no saben por dónde ir.
No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del mal.
No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.
Conságralos en la verdad; tu palabra es verdad".
Antes de volver al Padre, en la Última Cena, Jesús hace una hermosa oración que lleva consigo un montón de advertencias y consejos, además de pedidos al Padre para que nos proteja y nos cuide.
En este párrafo del Evangelio de hoy hay unas cuantas cosas que son muy interesantes y profundas para nuestra vida. Algo que siempre recuerdo y tenemos que recordar: "no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo". No es que nos la queramos dar de seres extraterrestres o mejores que los demás, pero hay una realidad que supera lo que nosotros hemos querido: somos seres espirituales, y hemos sido hecho hijos en el Hijo. Por eso no somos del mundo, hemos sido consagrados por el bautismo y transformados por el Espíritu Santo que se nos ha dado.
A esa realidad se refiere Jesús. Él podría al haberse encarnado volverse tan humano que olvidara su realidad de Hijo de Dios, pero en todo momentos nos recuerda que no es así, que Él vivió en una búsqueda constante de la Voluntad de Dios, y como dice el escritor de la carta a los Hebreos "por el sufrimiento aprendió lo que significa obedecer".
Jesús no quiere que Dios nos quite del mundo, porque el mundo es el campo de siembra de la Palabra de Dios, de la Buena Noticia que hemos recibido, y por eso debemos estar en él para poder dar testimonio claro y real de lo que creemos, de lo queremos vivir: una vida en santidad, una vida iluminada por la Palabra de Dios, una vida de obediencia filial en el amor al Padre, una vida consagrada en la verdad para indicar el camino que conduzca a la Vida Nueva en el Espíritu.
El Padre nos ha consagrado en la Verdad porque el Hijo es la Verdad, porque su Palabra es Verdad ¿cuándo? Cuando el agua bautismal fue derramada sobre nosotros y fuimos ungidos con el santo crisma, ese día fuimos consagrados al Padre, ese día fuimos purificados y ungidos como sacerdotes, profetas y reyes, unidos a Cristo nuestro Señor y Rey. Desde ese día ya no somos sólo hombres que viven en el mundo, sino que somos cristianos que peregrinan en el mundo teniendo como meta el Reino de los Cielos. Una peregrinación y una misión, pues mientras peregrinamos hacia el Cielo vamos dejando huellas de Cristo en la historia, huellas claras que van anunciando el Camino, huellas que marcan el camino, huellas que hablan de lo que vivimos, de cómo lo vivimos y de lo que queremos vivir; huellas que serán seguidas por quienes vienen detrás y que, por eso, aunque no lo queramos, nos hacen referentes de vida, testigos de lo que creemos, responsables de lo que vivimos, y apóstoles de la Vida que hemos recibido.
Por eso Jesús le pedía al Padre que nos libre del mal, para que no nos dejemos conquistar por falsas teorías, por falsas doctrinas que no son la Palabra de Dios, sino que son palabras humanas que no dan vida, sino que la quitan, la perturban. Dejemos que el Espíritu Santo nos ilumine, nos guíe y nos fortalezca para que cada día recorramos este camino de santidad e iluminemos el camino de los que no saben por dónde ir.
martes, 19 de mayo de 2015
El Espíritu nos lleva a ser como Dios
Antes de irse de Éfeso a Jerusalén San Pablo le dice a los presbíteros:
"No sé lo que me espera allí, sólo sé que el Espíritu Santo, de ciudad en ciudad, me asegura que me aguardan cárceles y luchas. Pero a mí no me importa la vida; lo que me importa es completar mi carrera, y cumplir el encargo que me dio el Señor Jesús: ser testigo del Evangelio, que es la gracia de Dios".
En un pequeño trozo de su discurso hay muchas cosas que definen su personalidad, pero más aún su disponibilidad al llamado del Señor: "lo que me importa es completar mi carrera, y cumplir el encargo que me dio el Señor Jesús". Pablo, incluso cuando era judío, tenía una conciencia muy clara de lo que tenía que hacer y cómo vivir, su vida era la fidelidad a Dios: en un principio como buen judío muy observante de la Ley y por eso, por el celo que le inflamaba el corazón comenzó una persecución a los cristianos; pero cuando Jesús lo llamó ese mismo fuego fue incrementado por el Espíritu Santo y "comenzó su carrera" a favor de Jesús, sin importarle lo que tuviera que "padecer por ello", pues había descubierto el Camino de la Vida.
Él mismo lo afirma en una de sus cartas porque cuando conoció la Ley conoció al pecado, pero la nueva Ley de Cristo lo liberó de esa condena:
"Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte".
Cuando se vive aferrado a la letra de Ley esa letra mata, porque no tiene vida, pero cuando se vive aferrado al Espíritu que habita en la Ley, ese espíritu vivifica y fortalece para la Vida. Porque es el Espíritu quien nos da la Vida Nueva, quien nos hace capaces de entender que no sólo he de cumplir, sino que he de vivir mi vida en Cristo, porque Él es la Vida del mundo. Y hoy, a pesar de todo, somos muchos los que sólo nos conformamos con cumplir ciertos aspectos del cristianismo, creyendo que así hacemos bien las cosas, y no lo dejamos al Espíritu que anime nuestra vida viviendo el llamado de Jesús: "ser testigos del Evangelio", dejando que sea el Espíritu Santo quien anime cada día de mi vida y me lleve a ser Fiel a la Vida que el Señor nos está pidiendo vivir.
Es cierto que en muchos corazones habita el temor de lo que Dios nos pueda pedir, el temor que tengamos que dejar aquello que más nos gusta y agrada que es vivir a nuestra manera y según el estilo del mundo, pero la lucha interna que sufren los que van en contra del Espíritu Santo termina por hacerles perder lo mejor que anhelamos:
"De esta comunión con el Espíritu procede la presciencia de lo futuro, la penetración de los misterios, la comprensión de lo oculto, la distribución de los dones, la vida sobrenatural, el consorcio con los ángeles; de aquí proviene aquel gozo que nunca terminará, de aquí la permanencia en la vida divina, de aquí el ser semejantes a Dios, de aquí, finalmente lo más sublime que se puede desear: que el hombre llegue a ser como Dios" (San Basilio Magno)
"No sé lo que me espera allí, sólo sé que el Espíritu Santo, de ciudad en ciudad, me asegura que me aguardan cárceles y luchas. Pero a mí no me importa la vida; lo que me importa es completar mi carrera, y cumplir el encargo que me dio el Señor Jesús: ser testigo del Evangelio, que es la gracia de Dios".
En un pequeño trozo de su discurso hay muchas cosas que definen su personalidad, pero más aún su disponibilidad al llamado del Señor: "lo que me importa es completar mi carrera, y cumplir el encargo que me dio el Señor Jesús". Pablo, incluso cuando era judío, tenía una conciencia muy clara de lo que tenía que hacer y cómo vivir, su vida era la fidelidad a Dios: en un principio como buen judío muy observante de la Ley y por eso, por el celo que le inflamaba el corazón comenzó una persecución a los cristianos; pero cuando Jesús lo llamó ese mismo fuego fue incrementado por el Espíritu Santo y "comenzó su carrera" a favor de Jesús, sin importarle lo que tuviera que "padecer por ello", pues había descubierto el Camino de la Vida.
Él mismo lo afirma en una de sus cartas porque cuando conoció la Ley conoció al pecado, pero la nueva Ley de Cristo lo liberó de esa condena:
"Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte".
Cuando se vive aferrado a la letra de Ley esa letra mata, porque no tiene vida, pero cuando se vive aferrado al Espíritu que habita en la Ley, ese espíritu vivifica y fortalece para la Vida. Porque es el Espíritu quien nos da la Vida Nueva, quien nos hace capaces de entender que no sólo he de cumplir, sino que he de vivir mi vida en Cristo, porque Él es la Vida del mundo. Y hoy, a pesar de todo, somos muchos los que sólo nos conformamos con cumplir ciertos aspectos del cristianismo, creyendo que así hacemos bien las cosas, y no lo dejamos al Espíritu que anime nuestra vida viviendo el llamado de Jesús: "ser testigos del Evangelio", dejando que sea el Espíritu Santo quien anime cada día de mi vida y me lleve a ser Fiel a la Vida que el Señor nos está pidiendo vivir.
Es cierto que en muchos corazones habita el temor de lo que Dios nos pueda pedir, el temor que tengamos que dejar aquello que más nos gusta y agrada que es vivir a nuestra manera y según el estilo del mundo, pero la lucha interna que sufren los que van en contra del Espíritu Santo termina por hacerles perder lo mejor que anhelamos:
"De esta comunión con el Espíritu procede la presciencia de lo futuro, la penetración de los misterios, la comprensión de lo oculto, la distribución de los dones, la vida sobrenatural, el consorcio con los ángeles; de aquí proviene aquel gozo que nunca terminará, de aquí la permanencia en la vida divina, de aquí el ser semejantes a Dios, de aquí, finalmente lo más sublime que se puede desear: que el hombre llegue a ser como Dios" (San Basilio Magno)
lunes, 18 de mayo de 2015
Conocemos al Espíritu Santo?
"Allí encontró unos discípulos y les preguntó:
- «¿Recibisteis el Espíritu Santo al aceptar la fe?»
Contestaron:
- «Ni siquiera hemos oído hablar de un Espíritu Santo.»
Si hoy viniera Pablo y nos preguntara a muchos tampoco sabríamos quién es el Espíritu Santo, y, sobre todo, porque alguno no se han atrevido a recibirlo (sacramento de la Confirmación) y otros porque no nos atrevemos a conocerlo y a otros no se nos ha anunciado.
Claro que todos lo hemos recibido en el Bautismo, porque ese día es el Espíritu Santo quien es infundido en nosotros y por Él somos capaces de llamar a Dios ¡Abba! ¡Padre! y es Él quien nos transforma en hijos de Dios. Pero recibirlo no es conocerlo.
Para comenzar tenemos que saber que como el Padre y el Hijo, el Espíritu Santo es una Persona Divina (la conocemos como la tercera Persona de la Santísima Trinidad) pero no por ello deja de ser menos que el Padre y el Hijo, sino que los tres son Dios y Personas, Personas Divinas. Cada una con una identidad particular y actúan con el mismo fin y sentido.
Ante que Jesús ascendiera al Cielo les prometió a los apóstoles enviarles el Paráclito, el Espíritu Defensor, aquél que les haría recordar y hacer conocer todo lo que Jesús no les había podido contar. Y así fue que a los 10 días de su ascensión, el Espíritu descendió sobre los apóstoles y María, en oración, y transformó sus vidas.
Es el mismo Espíritu que descendió en María para que fuera concebido el Verbo en su seno. Es el mismo Espíritu que hacía hablar a los profetas y les anunciaba lo que estaba por venir y los que Dios quería decir a su Pueblo.
Se podría decir que el Espíritu Santo es el protagonista en esta época de la historia, después de la ascensión del Señor, el Espíritu viene a santificar a todos los hombres, para que todos iluminados y encendidos por el Fuego de Su Amor y por la Luz de su Ciencia podamos anunciar sin miedos y con valentía la Buena Noticia de la Salvación.
Él es el Amor de Dios que desciende a nuestros corazones y con su infinito calor y fuerza hace grandes cosas sobre los que lo invocan, sobre los que se dejan conducir.
Él es el Fuego de Dios que quema nuestras debilidades, nuestras frialdades y nuestros pecados haciendo que nos encendamos en deseos de santidad para que su calor siga encendiendo al mundo con el Fuego de su Amor, de su Verdad.
Es el viento huracanado que nos libra del aire viciado de la mundanidad que se nos va acumulando y disipa las tinieblas de nuestro corazón para que veamos y aceptemos la Voluntad de Dios que nos llama a ser Fieles a la Vida que Él ha infundido en nuestros corazones, Vida de Dios, Vida de Amor, Vida de entrega, Vida en abundancia.
¡Cuántas cosas se podrían decir del Espíritu Santo! Pero sólo en el diálogo sincero y sereno con Él podemos llegar a entender, comprender y recibir. Dejemos que Él hable en nuestro corazones y nos encienda con el Fuego de Su Amor, y nos de la perfecta alegría de ser hijos de Dios.
- «¿Recibisteis el Espíritu Santo al aceptar la fe?»
Contestaron:
- «Ni siquiera hemos oído hablar de un Espíritu Santo.»
Si hoy viniera Pablo y nos preguntara a muchos tampoco sabríamos quién es el Espíritu Santo, y, sobre todo, porque alguno no se han atrevido a recibirlo (sacramento de la Confirmación) y otros porque no nos atrevemos a conocerlo y a otros no se nos ha anunciado.
Claro que todos lo hemos recibido en el Bautismo, porque ese día es el Espíritu Santo quien es infundido en nosotros y por Él somos capaces de llamar a Dios ¡Abba! ¡Padre! y es Él quien nos transforma en hijos de Dios. Pero recibirlo no es conocerlo.
Para comenzar tenemos que saber que como el Padre y el Hijo, el Espíritu Santo es una Persona Divina (la conocemos como la tercera Persona de la Santísima Trinidad) pero no por ello deja de ser menos que el Padre y el Hijo, sino que los tres son Dios y Personas, Personas Divinas. Cada una con una identidad particular y actúan con el mismo fin y sentido.
Ante que Jesús ascendiera al Cielo les prometió a los apóstoles enviarles el Paráclito, el Espíritu Defensor, aquél que les haría recordar y hacer conocer todo lo que Jesús no les había podido contar. Y así fue que a los 10 días de su ascensión, el Espíritu descendió sobre los apóstoles y María, en oración, y transformó sus vidas.
Es el mismo Espíritu que descendió en María para que fuera concebido el Verbo en su seno. Es el mismo Espíritu que hacía hablar a los profetas y les anunciaba lo que estaba por venir y los que Dios quería decir a su Pueblo.
Se podría decir que el Espíritu Santo es el protagonista en esta época de la historia, después de la ascensión del Señor, el Espíritu viene a santificar a todos los hombres, para que todos iluminados y encendidos por el Fuego de Su Amor y por la Luz de su Ciencia podamos anunciar sin miedos y con valentía la Buena Noticia de la Salvación.
Él es el Amor de Dios que desciende a nuestros corazones y con su infinito calor y fuerza hace grandes cosas sobre los que lo invocan, sobre los que se dejan conducir.
Él es el Fuego de Dios que quema nuestras debilidades, nuestras frialdades y nuestros pecados haciendo que nos encendamos en deseos de santidad para que su calor siga encendiendo al mundo con el Fuego de su Amor, de su Verdad.
Es el viento huracanado que nos libra del aire viciado de la mundanidad que se nos va acumulando y disipa las tinieblas de nuestro corazón para que veamos y aceptemos la Voluntad de Dios que nos llama a ser Fieles a la Vida que Él ha infundido en nuestros corazones, Vida de Dios, Vida de Amor, Vida de entrega, Vida en abundancia.
¡Cuántas cosas se podrían decir del Espíritu Santo! Pero sólo en el diálogo sincero y sereno con Él podemos llegar a entender, comprender y recibir. Dejemos que Él hable en nuestro corazones y nos encienda con el Fuego de Su Amor, y nos de la perfecta alegría de ser hijos de Dios.
domingo, 17 de mayo de 2015
Con Jesús alcanzamos la plenitud
Es hermoso lo que San Pablo nos dice:
"Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos..."
Al escribirle a los Efesios, y ahora a nosotros, San Pablo nos anime a mirar con mayor profundidad nuestra vida como hijos de Dios, como santos en su presencia. Una realidad que la tenemos oculta bajo le vestido humano de todos los días, pues no nos damos cuenta que ya no somos sólo humanos, sino que desde el día de nuestro bautismo somos hijos de Dios, y por eso miembros del Cuerpo de Cristo, hemos recibido la filiación divina gracias a la muerte y resurrección de Jesús, por medio de la cual el Padre nos devolvió la dignidad que el pecado original nos había quitado.
Cuando nos miramos con los ojos de la fe podemos llegar a descubrir que nuestra vida no debe parecerse a la vida del mundo, sino que anhelamos otra vida, la vida celestial aquí en la tierra, pero una vida en plenitud. Por eso nos invita San Pablo a buscar primero los bienes del Cielo, no a andar con la mirada elevada al Cielo sin pisar la tierra, sino que pisando la tierra vivir los valores del cielo.
Es decir, en cada momento de nuestra vida tener en cuenta quiénes somos: hijos de Dios, santos en su presencia, que buscan y anhelan vivir los consejos evangélicos, los valores sobrenaturales de la fe, la esperanza y la caridad, dando muestras que no nos dejamos convencer por la tibieza humana o la mediocridad del mundo, sino que intentamos vivir y, por eso defendemos, los valores que creemos verdaderos. No anteponemos la mirada del mundo a nuestra vida de fe, sino que siendo hombres, varones y mujeres, de fe defendemos con nuestra vida lo que creemos y lo que Jesús nos invita a vivir.
Por eso sigue diciendo San Pablo, más adelante: "Y él ha constituido a unos, apóstoles, a otros, profetas, a otros evangelizadores, a otros pastores y maestros, para el perfeccionamiento de los santos, en función de su ministerio, y para la edificación del cuerpo de Cristo; hasta que lleguemos todos a la unidad en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios, al hombre perfecto, a la medida de Cristo en su plenitud."
Un camino difícil pero no imposible, para el que necesitamos la fortaleza del espíritu y la seguridad que hemos sido llamados a vivir una Vida Nueva que nace del mismo Espíritu y que se manifiesta en nuestra vida de cada día, para lo cual tenemos que tener en cuenta que "ya no seamos niños sacudidos por las olas y llevados al retortero por todo viento de doctrina, en la trampa de los hombres, que con astucia conduce al error, sino que, realizando la verdad en el amor, hagamos crecer todas las cosas hacia él, que es la cabeza".
"Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos..."
Al escribirle a los Efesios, y ahora a nosotros, San Pablo nos anime a mirar con mayor profundidad nuestra vida como hijos de Dios, como santos en su presencia. Una realidad que la tenemos oculta bajo le vestido humano de todos los días, pues no nos damos cuenta que ya no somos sólo humanos, sino que desde el día de nuestro bautismo somos hijos de Dios, y por eso miembros del Cuerpo de Cristo, hemos recibido la filiación divina gracias a la muerte y resurrección de Jesús, por medio de la cual el Padre nos devolvió la dignidad que el pecado original nos había quitado.
Cuando nos miramos con los ojos de la fe podemos llegar a descubrir que nuestra vida no debe parecerse a la vida del mundo, sino que anhelamos otra vida, la vida celestial aquí en la tierra, pero una vida en plenitud. Por eso nos invita San Pablo a buscar primero los bienes del Cielo, no a andar con la mirada elevada al Cielo sin pisar la tierra, sino que pisando la tierra vivir los valores del cielo.
Es decir, en cada momento de nuestra vida tener en cuenta quiénes somos: hijos de Dios, santos en su presencia, que buscan y anhelan vivir los consejos evangélicos, los valores sobrenaturales de la fe, la esperanza y la caridad, dando muestras que no nos dejamos convencer por la tibieza humana o la mediocridad del mundo, sino que intentamos vivir y, por eso defendemos, los valores que creemos verdaderos. No anteponemos la mirada del mundo a nuestra vida de fe, sino que siendo hombres, varones y mujeres, de fe defendemos con nuestra vida lo que creemos y lo que Jesús nos invita a vivir.
Por eso sigue diciendo San Pablo, más adelante: "Y él ha constituido a unos, apóstoles, a otros, profetas, a otros evangelizadores, a otros pastores y maestros, para el perfeccionamiento de los santos, en función de su ministerio, y para la edificación del cuerpo de Cristo; hasta que lleguemos todos a la unidad en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios, al hombre perfecto, a la medida de Cristo en su plenitud."
Un camino difícil pero no imposible, para el que necesitamos la fortaleza del espíritu y la seguridad que hemos sido llamados a vivir una Vida Nueva que nace del mismo Espíritu y que se manifiesta en nuestra vida de cada día, para lo cual tenemos que tener en cuenta que "ya no seamos niños sacudidos por las olas y llevados al retortero por todo viento de doctrina, en la trampa de los hombres, que con astucia conduce al error, sino que, realizando la verdad en el amor, hagamos crecer todas las cosas hacia él, que es la cabeza".
sábado, 16 de mayo de 2015
Pedid en mi nombre
"Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre; pedid, y recibiréis, para que vuestra alegría sea completa. Os he hablado de esto en comparaciones; viene la hora en que ya no hablaré en comparaciones, sino que os hablaré del Padre claramente.
Aquel día pediréis en mi nombre, y no os digo que yo rogaré al Padre por vosotros, pues el Padre mismo os quiere, porque vosotros me queréis y creéis que yo salí de Dios".
Pedid en mi nombre... me quedé pensando en qué podía significar eso y me vino una imagen a la cabeza, la imagen de cuando éramos pequeños (aunque también de mayores nos pasa) cuando nuestra madre nos enviaba a hacer la compra a la tienda, al almacén. Íbamos con una nota con la lista de cosas y, si éramos de familia de sueldo mensual había que apuntar todo en la cuenta para pagar a fin de mes. Comprábamos en nombre de nuestros padres y el tendero nos daba todo por la confianza que tenía en nuestros padres.
Así también nos sucede en la vida espiritual. ¿Qué pedimos a Dios Padre? Hay que preguntarle al Hijo o al Espíritu Santo, que Ellos nos ayuden a hacer la lista de pedido, porque necesitamos muchas cosas. ¿Para qué? Como lo dice el mismo Jesús: para que vuestra alegría sea completa. Y es Él mismo quién sabe cómo alcanzar esa alegría completa, porque Él la vivió, porque Él alcanzó esa alegría completa y verdadera, y nos lo ha anunciado varias veces que su gozo es que nosotros la alcancemos.
También me parece muy lindo, en este evangelio, las palabras finales sobre cuántos nos quiere el Padre porque queremos al Hijo. Pero sabemos que quererlo no sólo es quererlo afectivamente sino efectivamente, los afectos sirven al principio para entablar un diálogo, pero luego la relación de amor con Jesús, la vivimos efectivamente: amando como Él nos ha manado, permaneciendo en Él y guardando sus mandamientos, y por supuesto, sin olvidar lo que María nos dijo: "haced lo que Él os diga".
Unas pistas muy simples y sencillas para conquistar la tan anhela alegría, la felicidad de nuestra vida no radica en que no nos pase nada, en que tengamos todo bien organizado y la salud de un roble. Cuando, unidos al Señor, vamos conquistando la perfecta alegría las cosas de la vida cambian de sentido, porque el sentido de la Vida se lo da la luz que llevo en mi interior. Cuando esa luz se deja de alimentar con la Verdadera Luz todo se va cubriendo de oscuridad, y no hay mejor luz que la alegría que brota del Espíritu que se nos ha dado: el espíritu de hijos que nos hace decir ¡Abba! ¡Padre! y vivir seguros y confiados en las manos del Padre.
Aquel día pediréis en mi nombre, y no os digo que yo rogaré al Padre por vosotros, pues el Padre mismo os quiere, porque vosotros me queréis y creéis que yo salí de Dios".
Pedid en mi nombre... me quedé pensando en qué podía significar eso y me vino una imagen a la cabeza, la imagen de cuando éramos pequeños (aunque también de mayores nos pasa) cuando nuestra madre nos enviaba a hacer la compra a la tienda, al almacén. Íbamos con una nota con la lista de cosas y, si éramos de familia de sueldo mensual había que apuntar todo en la cuenta para pagar a fin de mes. Comprábamos en nombre de nuestros padres y el tendero nos daba todo por la confianza que tenía en nuestros padres.
Así también nos sucede en la vida espiritual. ¿Qué pedimos a Dios Padre? Hay que preguntarle al Hijo o al Espíritu Santo, que Ellos nos ayuden a hacer la lista de pedido, porque necesitamos muchas cosas. ¿Para qué? Como lo dice el mismo Jesús: para que vuestra alegría sea completa. Y es Él mismo quién sabe cómo alcanzar esa alegría completa, porque Él la vivió, porque Él alcanzó esa alegría completa y verdadera, y nos lo ha anunciado varias veces que su gozo es que nosotros la alcancemos.
También me parece muy lindo, en este evangelio, las palabras finales sobre cuántos nos quiere el Padre porque queremos al Hijo. Pero sabemos que quererlo no sólo es quererlo afectivamente sino efectivamente, los afectos sirven al principio para entablar un diálogo, pero luego la relación de amor con Jesús, la vivimos efectivamente: amando como Él nos ha manado, permaneciendo en Él y guardando sus mandamientos, y por supuesto, sin olvidar lo que María nos dijo: "haced lo que Él os diga".
Unas pistas muy simples y sencillas para conquistar la tan anhela alegría, la felicidad de nuestra vida no radica en que no nos pase nada, en que tengamos todo bien organizado y la salud de un roble. Cuando, unidos al Señor, vamos conquistando la perfecta alegría las cosas de la vida cambian de sentido, porque el sentido de la Vida se lo da la luz que llevo en mi interior. Cuando esa luz se deja de alimentar con la Verdadera Luz todo se va cubriendo de oscuridad, y no hay mejor luz que la alegría que brota del Espíritu que se nos ha dado: el espíritu de hijos que nos hace decir ¡Abba! ¡Padre! y vivir seguros y confiados en las manos del Padre.
viernes, 15 de mayo de 2015
22 años de sacerdote
Hoy es un día muy especial: hace 22 años que Dios me regaló el Don del sacerdocio ministerial, hace 22 años que soy sacerdote, cura. Un regalo que jamás pensé recibir y que siempre le agradeceré a Dios. Sí, porque ser sacerdote es un regalo inmenso que, por lo menos yo, nunca creí merecer porque desde que decidí (allá por marzo del 84) aceptar esta vocación jamás pude pensar que Dios me iba a cuidar, mimar, y sostener tanto para que, a pesar de mis pecados e imperfecciones, Él pudiera llegar a tantas y tantas almas, y, con cada una de ellas regalarme más Gracias y más Gracias.
En estos días de recuerdos me encontraba con algo que le escribía a un joven (hace muchos años) que tenía miedo para darle el Sí a Dios en esta vida. Hoy, por la Gracia de Dios, ese joven es sacerdote y esto es lo que le decía en aquél tiempo:
"Si quieres decir que si por miedo a despreciar la plenitud de tu vida, todavía no has madurado, todavía no sabes elegir. Y, ¿hace falta tiempo? No, sólo Amor, un Amor que no se mira a sí mismo, que sólo quiere darse porque sabe que al darse será cuando reciba. Un Amor que no busca consuelos, porque sabe que sólo consolando será consolado.
Un Amor que no mide la finitud de la criatura, sino que no descansará hasta enlazarse con el Amor Divino. Y ese Amor Divino es quien te está llamando.
¿Podrás entregarte a los que sufren? No, sufrirás con los que sufren, y a ellos les entregará tu vida en el Pan de Vida que cada día les ofrecerás.
¿Podrás dar la salud a los enfermos? No. Les darás la Vida eterna con cada palabra, con cada gesto, con cada entrega, pues en la entrega del Altar le das la Vida a quien la necesite, y una Vida que no muere, que no acaba: la Vida Eterna.
¡Cuánto tendría para decirte! Y, ¡cuán cortas son las palabras! Si pudiera con una palabra llegar hasta tu corazón y borrar el miedo que te impide dar el Sí, no dudaría en escribirla. Pero... esa palabra sólo la sabes tú... y nadie más".
Es que gracias al P. Efraín pude comprender que no necesitaba Dios más que mi disposición a amar, a amarlo a Él y a los que Él ponía en mi camino, porque si bien el sacerdocio ministerial lo ejercemos nosotros, no somos nosotros quienes sanamos el alma, quienes damos la Vida, quienes enviamos el Espíritu Santo a los corazones. Nosotros, los sacerdotes, sólo somos instrumentos en Sus Manos, y en Sus Manos somos conducidos por donde Él quiere (y a veces puede)
Mucho tuvo que lidiar P. Efraín con mis defectos e imperfecciones, pero mucho más tuvo que lidiar con el que creyera que yo no podría con esto. Pero con su tesón y su fe, su amor de padre y la fuerza del Espíritu pudo llegar a hacerme no sólo vivir, sino a gustar esta hermosa vocación recibida. Los años vividos junto a Él han sido la mejor de las experiencias de vida sacerdotal, aunque no siempre todo ha sido fácil y divertido, sino que también hemos tenido que pasar por caminos duros y oscuros, pero Dios fue cubriendo cada paso, sosteniendo en cada caída, dándonos Su Mano para levantarnos, y regalándonos su Amor, su Vida en cada Eucaristía celebrada, en cada Eucaristía vivida, en cada Eucaristía entregada.
No sabéis cuánto tendría para decir de todo lo que Dios va regalando a quien, a pesar de todo, cada día intenta vivir en Fidelidad a la Vida que le ha sido regalada. Hoy en día no es una de las vocaciones más valoradas y apreciadas, pero quienes hemos tenido y tenemos la Gracia de vivirla sabemos que no hay mejor regalo que consagrar el Pan y el Vino para poder entregar a los hombres el Pan de la Vida, para alimentar un deseo constante de unidad en el Amor para que el mundo crea que somos hijos de un mismo Dios, para que no se pierda nunca la esperanza de transformar el mundo, de crear un Hombre Nuevo, porque Jesús vino y nos llamó y dejó en nuestro corazón la llama ardiente de su Espíritu para que todos, tú y yo, seamos capaces de unirnos en Su Espíritu y saber que es posible que construyamos juntos Su Reino aquí en la Tierra, como en el Cielo.
Gracias a Dios por este regalo del sacerdocio. Gracias a los que han compartido conmigo estos años. Gracias a los que han sabido escuchar. Y Gracias también a los que han permitido que fuerza capaz, con la Gracia de Dios, saltar las piedras del camino.
En estos días de recuerdos me encontraba con algo que le escribía a un joven (hace muchos años) que tenía miedo para darle el Sí a Dios en esta vida. Hoy, por la Gracia de Dios, ese joven es sacerdote y esto es lo que le decía en aquél tiempo:
"Si quieres decir que si por miedo a despreciar la plenitud de tu vida, todavía no has madurado, todavía no sabes elegir. Y, ¿hace falta tiempo? No, sólo Amor, un Amor que no se mira a sí mismo, que sólo quiere darse porque sabe que al darse será cuando reciba. Un Amor que no busca consuelos, porque sabe que sólo consolando será consolado.
Un Amor que no mide la finitud de la criatura, sino que no descansará hasta enlazarse con el Amor Divino. Y ese Amor Divino es quien te está llamando.
¿Podrás entregarte a los que sufren? No, sufrirás con los que sufren, y a ellos les entregará tu vida en el Pan de Vida que cada día les ofrecerás.
¿Podrás dar la salud a los enfermos? No. Les darás la Vida eterna con cada palabra, con cada gesto, con cada entrega, pues en la entrega del Altar le das la Vida a quien la necesite, y una Vida que no muere, que no acaba: la Vida Eterna.
¡Cuánto tendría para decirte! Y, ¡cuán cortas son las palabras! Si pudiera con una palabra llegar hasta tu corazón y borrar el miedo que te impide dar el Sí, no dudaría en escribirla. Pero... esa palabra sólo la sabes tú... y nadie más".
Es que gracias al P. Efraín pude comprender que no necesitaba Dios más que mi disposición a amar, a amarlo a Él y a los que Él ponía en mi camino, porque si bien el sacerdocio ministerial lo ejercemos nosotros, no somos nosotros quienes sanamos el alma, quienes damos la Vida, quienes enviamos el Espíritu Santo a los corazones. Nosotros, los sacerdotes, sólo somos instrumentos en Sus Manos, y en Sus Manos somos conducidos por donde Él quiere (y a veces puede)
Mucho tuvo que lidiar P. Efraín con mis defectos e imperfecciones, pero mucho más tuvo que lidiar con el que creyera que yo no podría con esto. Pero con su tesón y su fe, su amor de padre y la fuerza del Espíritu pudo llegar a hacerme no sólo vivir, sino a gustar esta hermosa vocación recibida. Los años vividos junto a Él han sido la mejor de las experiencias de vida sacerdotal, aunque no siempre todo ha sido fácil y divertido, sino que también hemos tenido que pasar por caminos duros y oscuros, pero Dios fue cubriendo cada paso, sosteniendo en cada caída, dándonos Su Mano para levantarnos, y regalándonos su Amor, su Vida en cada Eucaristía celebrada, en cada Eucaristía vivida, en cada Eucaristía entregada.
No sabéis cuánto tendría para decir de todo lo que Dios va regalando a quien, a pesar de todo, cada día intenta vivir en Fidelidad a la Vida que le ha sido regalada. Hoy en día no es una de las vocaciones más valoradas y apreciadas, pero quienes hemos tenido y tenemos la Gracia de vivirla sabemos que no hay mejor regalo que consagrar el Pan y el Vino para poder entregar a los hombres el Pan de la Vida, para alimentar un deseo constante de unidad en el Amor para que el mundo crea que somos hijos de un mismo Dios, para que no se pierda nunca la esperanza de transformar el mundo, de crear un Hombre Nuevo, porque Jesús vino y nos llamó y dejó en nuestro corazón la llama ardiente de su Espíritu para que todos, tú y yo, seamos capaces de unirnos en Su Espíritu y saber que es posible que construyamos juntos Su Reino aquí en la Tierra, como en el Cielo.
Gracias a Dios por este regalo del sacerdocio. Gracias a los que han compartido conmigo estos años. Gracias a los que han sabido escuchar. Y Gracias también a los que han permitido que fuerza capaz, con la Gracia de Dios, saltar las piedras del camino.
jueves, 14 de mayo de 2015
Somos apóstoles del Señor, testigos de su resurrección
Nosotros, tú y yo, también, como San Matías hemos sido llamados para ser apóstoles. Sí, a veces penamos que a nosotros no nos toca esa misión de tener que anunciar la Palabra de Dios, la misión de tener que ayudar y amar a los demás, la misión de llevar el consuelo, la paz, la verdad, la justicia. Que eso de tener que ser misioneros, de tener que vivir el amor de Jesús y todas esas cosas del evangelio son para los elegidos y no para todos.
Aunque parezca mentira parece que hoy en día son muchos los que piensan que el apostolado sólo lo tienen que hacer los curas y los religiosos o consagrados. Que el resto de la gente no tiene nada que hacer. Pero, lamentablemente, siempre hay alguien que nos recuerda que todos somos apóstoles, pertenecemos a una Iglesia apóstolica y no sólo por estar asentada sobre la fe de los apóstoles, sino porque todos hemos sido llamados a llevar la Buena Noticia a todos los hombres.
Y, entonces, ¿qué es ser apóstol? Lo define muy bien San Pedro cuando van a ser la elección de uno para cubrir el lugar que dejó Judas Iscariote entre los Doce:
"Hace falta, por tanto, que uno se asocie a nosotros como testigo de la resurrección de Jesús, uno de los que nos acompañaron mientras convivió con nosotros el Señor Jesús, desde que Juan bautizaba, hasta el día de su ascensión.»
"Testigo de la resurrección", es lo más importante de nuestra fe, porque como diría San Pablo: "si Cristo no hubiese resucitado vana sería nuestra fe", por eso lo esencial es creer en la resurrección de Jesús. Si creo entonces voy a más, buscaré y llegaré al encuentro del resucitado para alcanzar una relación personal, como lo hicieron los apóstoles. Una relación personal que para ellos comenzó antes de la resurrección, pero que, también luego pudieron confirmar su resurrección con su presencia real.
El gozo de encontrarnos cada día con el Resucitado es lo que sostiene y fortalece nuestra vida de fe, de entrega, de confianza, de esperanza; es ese gozo el que enciende, con la Gracia del Espíritu, la llama del amor y la llama del anuncio. No podemos anunciar lo que no conocemos ni vivimos, peor tampoco podemos dejar de anunciar el gozo de lo que vivimos porque hemos llegado a conocerlo. ¿Quién puede llegar a ocultar el fuego que arde en un corazón lleno del Amor de Dios? No se puede ocultar, no se puede dejar encerrado un fuego tan fuerte que transforma y convierte los corazones.
Somos testigos, somos apóstoles, cada uno en su propio lugar y en su propia vocación; pero todos anunciamos lo que vivimos. Dejemos que el Espíritu nos lleve a un diálogo íntimo y vivo con el Resucitado para que nuestra vida sea espejo de su Vida.
Aunque parezca mentira parece que hoy en día son muchos los que piensan que el apostolado sólo lo tienen que hacer los curas y los religiosos o consagrados. Que el resto de la gente no tiene nada que hacer. Pero, lamentablemente, siempre hay alguien que nos recuerda que todos somos apóstoles, pertenecemos a una Iglesia apóstolica y no sólo por estar asentada sobre la fe de los apóstoles, sino porque todos hemos sido llamados a llevar la Buena Noticia a todos los hombres.
Y, entonces, ¿qué es ser apóstol? Lo define muy bien San Pedro cuando van a ser la elección de uno para cubrir el lugar que dejó Judas Iscariote entre los Doce:
"Hace falta, por tanto, que uno se asocie a nosotros como testigo de la resurrección de Jesús, uno de los que nos acompañaron mientras convivió con nosotros el Señor Jesús, desde que Juan bautizaba, hasta el día de su ascensión.»
"Testigo de la resurrección", es lo más importante de nuestra fe, porque como diría San Pablo: "si Cristo no hubiese resucitado vana sería nuestra fe", por eso lo esencial es creer en la resurrección de Jesús. Si creo entonces voy a más, buscaré y llegaré al encuentro del resucitado para alcanzar una relación personal, como lo hicieron los apóstoles. Una relación personal que para ellos comenzó antes de la resurrección, pero que, también luego pudieron confirmar su resurrección con su presencia real.
El gozo de encontrarnos cada día con el Resucitado es lo que sostiene y fortalece nuestra vida de fe, de entrega, de confianza, de esperanza; es ese gozo el que enciende, con la Gracia del Espíritu, la llama del amor y la llama del anuncio. No podemos anunciar lo que no conocemos ni vivimos, peor tampoco podemos dejar de anunciar el gozo de lo que vivimos porque hemos llegado a conocerlo. ¿Quién puede llegar a ocultar el fuego que arde en un corazón lleno del Amor de Dios? No se puede ocultar, no se puede dejar encerrado un fuego tan fuerte que transforma y convierte los corazones.
Somos testigos, somos apóstoles, cada uno en su propio lugar y en su propia vocación; pero todos anunciamos lo que vivimos. Dejemos que el Espíritu nos lleve a un diálogo íntimo y vivo con el Resucitado para que nuestra vida sea espejo de su Vida.
miércoles, 13 de mayo de 2015
No tenemos un Dios desconocido
"Pablo, de pie en medio del Areópago, dijo:
- «Atenienses, veo que sois casi nimios en lo que toca a religión. Porque, paseándome por ahí y fijándome en vuestros monumentos sagrados, me encontré un altar con esta inscripción: "Al Dios desconocido."
¿Es esta una realidad sólo de hace mucho o también es una realidad hoy? ¿Pero sólo desconocen a Dios los que no creen o hay muchos que dicen creer y también lo desconocen? Por que conocer a alguien no significa saber de su existencia pues sabemos de muchas cosas, pero no sabemos si todas existen, o, por lo menos no las hemos visto a todas, y no tenemos seguridad de su existencia.
Pero cuando nos hemos encontrado con algo o con alguien y hemos notado o visto su existencia, entonces sí que conocemos mejor lo que hemos visto o sentido o vivido y, por lo tanto, podemos dar razones de esa realidad. Pero cuando no podemos dar razones a favor tampoco las podemos dar en contra y, por lo tanto, no podemos defender algo que no realmente no conocemos.
Sí, lo se es un trabalenguas, hoy me levanté un poco complicado.
Pero a lo que me refiero que necesitamos un contacto más existencial con nuestro Dios, por eso Jesús nos mostró a un Dios Padre, quien nos envió a un Dios Hijo, y se nos dio un Dios Espíritu Santo. Los tres nos han dado razones de sus existencias, y, aunque no los veamos, los que nos hemos animado a dejarlos entrar en nuestras vidas tenemos una constante y cierta relación personal con ellos. Por eso las palabras de San Pablo no nos son ajenas:
"Quería que lo buscasen a él, a ver si, al menos a tientas, lo encontraban; aunque no está lejos de ninguno de nosotros, pues en él vivimos, nos movemos y existimos; así lo dicen incluso algunos de vuestros poetas: "Somos estirpe suya."
Cuando ha surgido en nosotros el deseo de encontrarlo lo hemos encontrado, y los que lo hemos encontrado hemos recibido su Espíritu para poder entablar un diálogo filial, un diálogo fraterno y nos hemos dejado iluminar tanto en nuestra vida, que su Amor nos ha enamorado y por eso, aunque muchas veces no podemos dar razones intelectuales damos razones vitales de su existencia, porque sabemos que sin Él nuestra vida carece de sentido, que sin Él nuestra vida está vacía, sin esperanza, sin alegría. Por que Dios es la causa de nuestra alegría, de nuestra esperanza, y nos anima constantemente con Su Amor que nos ayuda a llamarlo cada día ¡Abba! ¡Padre! y nos sostiene, nos escucha y nos da fuerzas para vivir intensamente nuestra vida.
Sí, Dios no es un Dios desconocido para nosotros, pero necesitamos alimentar esa certeza con la oración, la reflexión de la palabra, el amor fraterno y la vida sacramental, no dejemos de alimentar esta relación de amor, por que como toda relación de personas que se aman, si no se alimenta pierde intensidad hasta desaparecer. Y no nos preocupemos si no entendemos todo lo que nos quiere decir, porque como dice Jesús:
«Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues lo que hable no será suyo: hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir".
- «Atenienses, veo que sois casi nimios en lo que toca a religión. Porque, paseándome por ahí y fijándome en vuestros monumentos sagrados, me encontré un altar con esta inscripción: "Al Dios desconocido."
¿Es esta una realidad sólo de hace mucho o también es una realidad hoy? ¿Pero sólo desconocen a Dios los que no creen o hay muchos que dicen creer y también lo desconocen? Por que conocer a alguien no significa saber de su existencia pues sabemos de muchas cosas, pero no sabemos si todas existen, o, por lo menos no las hemos visto a todas, y no tenemos seguridad de su existencia.
Pero cuando nos hemos encontrado con algo o con alguien y hemos notado o visto su existencia, entonces sí que conocemos mejor lo que hemos visto o sentido o vivido y, por lo tanto, podemos dar razones de esa realidad. Pero cuando no podemos dar razones a favor tampoco las podemos dar en contra y, por lo tanto, no podemos defender algo que no realmente no conocemos.
Sí, lo se es un trabalenguas, hoy me levanté un poco complicado.
Pero a lo que me refiero que necesitamos un contacto más existencial con nuestro Dios, por eso Jesús nos mostró a un Dios Padre, quien nos envió a un Dios Hijo, y se nos dio un Dios Espíritu Santo. Los tres nos han dado razones de sus existencias, y, aunque no los veamos, los que nos hemos animado a dejarlos entrar en nuestras vidas tenemos una constante y cierta relación personal con ellos. Por eso las palabras de San Pablo no nos son ajenas:
"Quería que lo buscasen a él, a ver si, al menos a tientas, lo encontraban; aunque no está lejos de ninguno de nosotros, pues en él vivimos, nos movemos y existimos; así lo dicen incluso algunos de vuestros poetas: "Somos estirpe suya."
Cuando ha surgido en nosotros el deseo de encontrarlo lo hemos encontrado, y los que lo hemos encontrado hemos recibido su Espíritu para poder entablar un diálogo filial, un diálogo fraterno y nos hemos dejado iluminar tanto en nuestra vida, que su Amor nos ha enamorado y por eso, aunque muchas veces no podemos dar razones intelectuales damos razones vitales de su existencia, porque sabemos que sin Él nuestra vida carece de sentido, que sin Él nuestra vida está vacía, sin esperanza, sin alegría. Por que Dios es la causa de nuestra alegría, de nuestra esperanza, y nos anima constantemente con Su Amor que nos ayuda a llamarlo cada día ¡Abba! ¡Padre! y nos sostiene, nos escucha y nos da fuerzas para vivir intensamente nuestra vida.
Sí, Dios no es un Dios desconocido para nosotros, pero necesitamos alimentar esa certeza con la oración, la reflexión de la palabra, el amor fraterno y la vida sacramental, no dejemos de alimentar esta relación de amor, por que como toda relación de personas que se aman, si no se alimenta pierde intensidad hasta desaparecer. Y no nos preocupemos si no entendemos todo lo que nos quiere decir, porque como dice Jesús:
«Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues lo que hable no será suyo: hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir".
martes, 12 de mayo de 2015
Somos instrumentos de Dios, no somos Dios
El párrafo de los Hechos de los Apóstoles de hoy nos narra al final la conversión del carcelero de Pablo y Silas:
"El carcelero pidió una lámpara, saltó dentro, y se echó temblando a los pies de Pablo y Silas; los sacó y les preguntó:
- «Señores, ¿qué tengo que hacer para salvarme?»
Le contestaron:
- «Cree en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu familia.»
Y le explicaron la palabra del Señor, a él y a todos los de su casa.
El carcelero se los llevó a aquellas horas de la noche, les lavó las heridas, y se bautizó en seguida con todos los suyos, los subió a su casa, les preparó la mesa, y celebraron una fiesta de familia por haber creído en Dios".
Es cierto que el testimonio de los cristianos, en este caso Pablo y Silas, permite a los que no creen creer, así como muchas veces hace que los que crean no crean. Es decir lo que vivimos nosotros, los cristianos, es importante para mostrar el valor y el brillo de la fe. Somos instrumentos en manos del Padre y, por medio nuestro, quiere mostrarse al mundo.
Y eso es lo que tenemos que tener en cuenta: somos instrumentos que manifiestan el amor de Dios, pero no somos Dios. No tenemos que hacer que la gente crea en nosotros, por más santos que seamos, sino que por nosotros llegue a Dios, porque como le dice Pablo al carcelero: "cree en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu familia", porque no somos los cristianos los que salvamos al hombre, sino que es Jesús quién entregó su Vida por la salvación de todos los hombres.
¿Por qué esta reflexión? Porque me parece importante que entendamos que es cierto que el testimonio de un religioso, un sacerdote, un laico pueden acercarnos a Dios, no debemos hacer que esa conversión quede "pegada" a una persona humana, sino que debemos tener en claro que debemos llevar a la persona hacia Dios, que es quien salva. Porque si ponemos, como ha pasado en estos días: "si tal persona sigue así vuelvo a creer en Dios", y ¿cuando esa persona se muera, o deje de ser como es, tu fe se perderá? Entonces no crees en Dios, crees en esa persona.
Y vuelvo a los mismo, los cristianos somos importantes porque somos como "la cara (en el mundo)" de Cristo, pero somos instrumentos de Cristo para llevar al mundo Su Mensaje no nuestro mensaje, para llevar al mundo Su Vida no nuestra vida, para llevar al mundo Su Espíritu y no nuestro espíritu, para llevar al mundo Su Salvación y no nuestra salvación porque nosotros no salvamos a nadie.
Y Jesús confiando en nosotros nos ha dicho: "vosotros sois la sal de mundo... vosotros sois la luz del mundo..." pero sólo si permanecemos unidos a Él, si vivimos en Su mismo Espíritu, si guardamos sus mandamientos, si vivimos el mandamiento que Él nos dijo: amaos unos a otros como Yo os he amado.
"El carcelero pidió una lámpara, saltó dentro, y se echó temblando a los pies de Pablo y Silas; los sacó y les preguntó:
- «Señores, ¿qué tengo que hacer para salvarme?»
Le contestaron:
- «Cree en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu familia.»
Y le explicaron la palabra del Señor, a él y a todos los de su casa.
El carcelero se los llevó a aquellas horas de la noche, les lavó las heridas, y se bautizó en seguida con todos los suyos, los subió a su casa, les preparó la mesa, y celebraron una fiesta de familia por haber creído en Dios".
Es cierto que el testimonio de los cristianos, en este caso Pablo y Silas, permite a los que no creen creer, así como muchas veces hace que los que crean no crean. Es decir lo que vivimos nosotros, los cristianos, es importante para mostrar el valor y el brillo de la fe. Somos instrumentos en manos del Padre y, por medio nuestro, quiere mostrarse al mundo.
Y eso es lo que tenemos que tener en cuenta: somos instrumentos que manifiestan el amor de Dios, pero no somos Dios. No tenemos que hacer que la gente crea en nosotros, por más santos que seamos, sino que por nosotros llegue a Dios, porque como le dice Pablo al carcelero: "cree en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu familia", porque no somos los cristianos los que salvamos al hombre, sino que es Jesús quién entregó su Vida por la salvación de todos los hombres.
¿Por qué esta reflexión? Porque me parece importante que entendamos que es cierto que el testimonio de un religioso, un sacerdote, un laico pueden acercarnos a Dios, no debemos hacer que esa conversión quede "pegada" a una persona humana, sino que debemos tener en claro que debemos llevar a la persona hacia Dios, que es quien salva. Porque si ponemos, como ha pasado en estos días: "si tal persona sigue así vuelvo a creer en Dios", y ¿cuando esa persona se muera, o deje de ser como es, tu fe se perderá? Entonces no crees en Dios, crees en esa persona.
Y vuelvo a los mismo, los cristianos somos importantes porque somos como "la cara (en el mundo)" de Cristo, pero somos instrumentos de Cristo para llevar al mundo Su Mensaje no nuestro mensaje, para llevar al mundo Su Vida no nuestra vida, para llevar al mundo Su Espíritu y no nuestro espíritu, para llevar al mundo Su Salvación y no nuestra salvación porque nosotros no salvamos a nadie.
Y Jesús confiando en nosotros nos ha dicho: "vosotros sois la sal de mundo... vosotros sois la luz del mundo..." pero sólo si permanecemos unidos a Él, si vivimos en Su mismo Espíritu, si guardamos sus mandamientos, si vivimos el mandamiento que Él nos dijo: amaos unos a otros como Yo os he amado.
lunes, 11 de mayo de 2015
El Espíritu viene en nuestra ayuda
«Cuando venga el Defensor, que os enviaré desde el Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí; y también vosotros daréis testimonio, porque desde el principio estáis conmigo".
¡Cuantas realidades nos narra Jesús en la Última Cena! Cada párrafo nos va hablando de una nueva realidad mística, espiritual, pero no ajena a nosotros, sino que nos va "ubicando" en lo que somos: seres espirituales, a partir de nuestro bautismo.
En esta semana iremos escuchando muchos relatos acerca de lo que va a ocurrir cuando Él se vaya al Padre, pues en esta semana nos preparamos para la Fiesta de la Ascensión del Señor a los Cielos, que será el próximo domingo. Y, por eso, Jesús va a "poner sobre aviso" a los apóstoles que, aunque Él se vaya, no los dejará solos; una realidad que en ese momento ellos no comprendieron.
Aún hoy nos cuesta descubrir la presencia del Espíritu Santo en nuestras vidas, o poder entender su misión o relación con nosotros; más que nada porque siempre tenemos como presente la imagen de la palomita que baja de los cielos, o las llamas de fuego del día de Pentecostés.
En cambio el Espíritu Santo, como el Hijo y el Padre, es Persona Divina, la Segunda Persona de la Divina Trinidad, es Persona Distinta y Diferente al Padre y al Hijo, pero Dios igual que los tres. Y así como en cada Eucaristía recibimos al Hijo en su Cuerpo y Sangra, Alma y Divinidad, así también recibimos al Espíritu Santo en el Día de nuestro Bautismo. Es Él quien desde nuestro interior nos hace "clamar ¡Abba! ¡Padre! a nuestro Dios", y es Él quien sabe antes que yo y mejor que yo qué es lo que necesito, y por eso es quién me enseña a orar y a pedir lo que es necesario para mi vida espiritual.
¡Cuantas realidades nos narra Jesús en la Última Cena! Cada párrafo nos va hablando de una nueva realidad mística, espiritual, pero no ajena a nosotros, sino que nos va "ubicando" en lo que somos: seres espirituales, a partir de nuestro bautismo.
En esta semana iremos escuchando muchos relatos acerca de lo que va a ocurrir cuando Él se vaya al Padre, pues en esta semana nos preparamos para la Fiesta de la Ascensión del Señor a los Cielos, que será el próximo domingo. Y, por eso, Jesús va a "poner sobre aviso" a los apóstoles que, aunque Él se vaya, no los dejará solos; una realidad que en ese momento ellos no comprendieron.
Aún hoy nos cuesta descubrir la presencia del Espíritu Santo en nuestras vidas, o poder entender su misión o relación con nosotros; más que nada porque siempre tenemos como presente la imagen de la palomita que baja de los cielos, o las llamas de fuego del día de Pentecostés.
En cambio el Espíritu Santo, como el Hijo y el Padre, es Persona Divina, la Segunda Persona de la Divina Trinidad, es Persona Distinta y Diferente al Padre y al Hijo, pero Dios igual que los tres. Y así como en cada Eucaristía recibimos al Hijo en su Cuerpo y Sangra, Alma y Divinidad, así también recibimos al Espíritu Santo en el Día de nuestro Bautismo. Es Él quien desde nuestro interior nos hace "clamar ¡Abba! ¡Padre! a nuestro Dios", y es Él quien sabe antes que yo y mejor que yo qué es lo que necesito, y por eso es quién me enseña a orar y a pedir lo que es necesario para mi vida espiritual.
domingo, 10 de mayo de 2015
Soy un hombre como tú
"Cuando iba a entrar Pedro, salió Cornelio a su encuentro y se echó a sus pies a modo de homenaje, pero Pedro lo alzó, diciendo:
-«Levántate, que soy un hombre como tú.»
"Soy un hombre como tú". Una afirmación simple, completa y extraordinaria. Los apóstoles, aquellos que fueron, son y serán elegidos por Jesús para anunciar la Buena Noticia, son sólo hombre como todos, con sus virtudes y sus defectos, con sus días de pecado y sus días de santidad. Pero ¿qué es lo que tienen de diferente? El haber podido responder a la llamada del Señor.
Pedro al responder a aquél llamado del Señor "dejó todo y lo siguió", y por eso recibió el Don del Espíritu Santo para manifestar a los hombres el gozo de la salvación y mostrar el Camino de la Vida.
Pero San Pedro no es diferente de cada uno de nosotros, es hombre como cada uno de nosotros, tan humano que llegó a negar a Jesús incluso habiendo afirmado contra viento y marea que iría con Él hasta la muerte. Y como nosotros tuvo la valentía de convertirse, nuevamente, y ser así la Piedra donde se comenzó a asentar este Nuevo Edificio que es la Iglesia.
San Pedro nos anima de ese modo a descubrir qué grandes cosas podemos lograr si nos dejamos llevar por el Espíritu de Dios, si, a pesar de nuestros miedos, pecados y defectos, respondemos con generosidad al llamado del Señor. Quizás no a ser apóstoles, quizás no a ser sacerdotes o religiosos, pero sí a ser santos que es el primer paso hacia la Voluntad de Dios.
Por que en el camino de santidad Dios nos puede llamar a vivir cualquier estilo de vida, no pensando en nuestras capacidades sino en la Fuerza del Espíritu que Él mismo nos dará cuando nosotros demos nuestro ¡SÍ!
Claro que esta visión del hombre elegido es mucha veces contradictoria, porque así como muchos se inclinan para adorar a un elegido, a los dos días también se levantan para apedrearlo. Le pasó a Jesús y a todos los que lo siguieron. Porque así como los elegidos son humanos, también los que no responden a su llamado son humanos. Y como hombres todos tendemos a elevar a quienes apreciamos y a despeñar a quienes no queremos.
Lo importante de todo esto es que no tenemos que tener en cuenta, a la hora del llamado del Señor, ni nuestra realidad pues si Él nos llama es por que sabe quienes somos y qué valemos, y por eso nos dará todo lo necesario para llegar a ser quienes Él necesita. Ni tampoco de la valoración de los demás que hoy puede ser de 100 y mañana de -100, pues todo dependerá de si decimos lo que ellos quieren oír o si anunciamos la Verdad.
-«Levántate, que soy un hombre como tú.»
"Soy un hombre como tú". Una afirmación simple, completa y extraordinaria. Los apóstoles, aquellos que fueron, son y serán elegidos por Jesús para anunciar la Buena Noticia, son sólo hombre como todos, con sus virtudes y sus defectos, con sus días de pecado y sus días de santidad. Pero ¿qué es lo que tienen de diferente? El haber podido responder a la llamada del Señor.
Pedro al responder a aquél llamado del Señor "dejó todo y lo siguió", y por eso recibió el Don del Espíritu Santo para manifestar a los hombres el gozo de la salvación y mostrar el Camino de la Vida.
Pero San Pedro no es diferente de cada uno de nosotros, es hombre como cada uno de nosotros, tan humano que llegó a negar a Jesús incluso habiendo afirmado contra viento y marea que iría con Él hasta la muerte. Y como nosotros tuvo la valentía de convertirse, nuevamente, y ser así la Piedra donde se comenzó a asentar este Nuevo Edificio que es la Iglesia.
San Pedro nos anima de ese modo a descubrir qué grandes cosas podemos lograr si nos dejamos llevar por el Espíritu de Dios, si, a pesar de nuestros miedos, pecados y defectos, respondemos con generosidad al llamado del Señor. Quizás no a ser apóstoles, quizás no a ser sacerdotes o religiosos, pero sí a ser santos que es el primer paso hacia la Voluntad de Dios.
Por que en el camino de santidad Dios nos puede llamar a vivir cualquier estilo de vida, no pensando en nuestras capacidades sino en la Fuerza del Espíritu que Él mismo nos dará cuando nosotros demos nuestro ¡SÍ!
Claro que esta visión del hombre elegido es mucha veces contradictoria, porque así como muchos se inclinan para adorar a un elegido, a los dos días también se levantan para apedrearlo. Le pasó a Jesús y a todos los que lo siguieron. Porque así como los elegidos son humanos, también los que no responden a su llamado son humanos. Y como hombres todos tendemos a elevar a quienes apreciamos y a despeñar a quienes no queremos.
Lo importante de todo esto es que no tenemos que tener en cuenta, a la hora del llamado del Señor, ni nuestra realidad pues si Él nos llama es por que sabe quienes somos y qué valemos, y por eso nos dará todo lo necesario para llegar a ser quienes Él necesita. Ni tampoco de la valoración de los demás que hoy puede ser de 100 y mañana de -100, pues todo dependerá de si decimos lo que ellos quieren oír o si anunciamos la Verdad.
sábado, 9 de mayo de 2015
¿Fiel a Dios o fiel al mundo?
"En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
- «Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros.
Si fuerais del mundo, el mundo os amaría como cosa suya, pero como no sois del mundo, sino que yo os he escogido sacándoos del mundo, por eso el mundo os odia".
Claro que hay que saber entender el odio y las persecuciones que recibimos, porque muchas veces algunos creen que son perseguidos porque siempre se les exige lo mismo, se les señala lo mismo, se les marca lo mismo, pero no es este el caso del que habla Jesús.
Jesús habla de que seremos perseguidos a causa de nuestra fe, porque los que tienen fe y viven en la Verdad, el Amor, la Justicia serán perseguidos por aquellos que no quieren estar en la Verdad, que no quieren vivir el Amor y que creyendo que hacen justicia son injustos.
Somos muchos los que, más de una vez, nos hemos quedado quietecitos mientras los demás defenestraban a nuestros hermanos, mientras se vivían injusticias en nuestras comunidades. Somos muchos los que, más de una vez, por medio a que me tilden de "chupacirios", "comehostias", o tantos otras cosas (que parecen insultos) nos hemos quedado calladitos sin jugarnos en favor de la verdad o el amor.
Somos muchos los que nos hemos conformado con hipocresía del mundo sin salir a defender nuestra fe, lo que realmente nos pide Jesús vivir. hemos preferido defender las infidelidades, los insultos a nuestra fe, antes que hacer ver el error, la verdad, los valores de nuestra fe.
Parece como si nuestra fe, aquello en lo que creemos, por lo cual rezamos todos los días, que aquél Sacrificio de Jesús en la Cruz para darnos Vida no fuera tan importante para mí. Parece como si los valores del Evangelio no fueran valores para mí, porque son más valiosos los oros del mundo que los dones del Espíritu. Parece que debo ser más fiel al mundo que no me da vida, a ser Fiel al Señor de la Vida, y me quedo disfrutando de los bienes pasajeros y efímeros antes de aferrarme a los bienes celestiales y eternos.
Hoy, cuando miramos los informativos de la TV o escuchamos las noticias de la radio o las leemos en el periódico vemos cuántos son nuestros hermanos que día a día son asesinados por ser cristianos. Y nosotros seguimos casi normalmente nuestra rutina. Seguro que cuando vemos la noticia nos horrorizamos, pero como sucede en el informativo, enseguida pasamos a otra noticia y nos olvidamos de esa crueldad, y ni siquiera elevamos una oración al cielo por ellos, y menos pidiendo para que nosotros no los dejemos solos con nuestro testimonio.
Porque nuestra entrega, nuestra fidelidad al Evangelio, nuestros sacrificios diarios por ser Fieles a la Vida cristiana hacen que esos martirios no pierdan sentido, hacen que su sangre derramada como la de Jesús en la Cruz no queden sin dar frutos, porque sus martirios son Gracias que Dios derrama sobre todos los que necesitan de la fuerza de Dios para continuar siendo Fieles, son Gracias para la Salvación de todos los hombres.
Hoy, nosotros como ellos debemos dar nuestra vida, entregarnos con todo nuestro ser en Fidelidad a Dios para dar Vida Nueva al mundo. Que nuestras persecuciones sean por nuestra fidelidad a Dios y no por nuestras fidelidades al mundo.
- «Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros.
Si fuerais del mundo, el mundo os amaría como cosa suya, pero como no sois del mundo, sino que yo os he escogido sacándoos del mundo, por eso el mundo os odia".
Claro que hay que saber entender el odio y las persecuciones que recibimos, porque muchas veces algunos creen que son perseguidos porque siempre se les exige lo mismo, se les señala lo mismo, se les marca lo mismo, pero no es este el caso del que habla Jesús.
Jesús habla de que seremos perseguidos a causa de nuestra fe, porque los que tienen fe y viven en la Verdad, el Amor, la Justicia serán perseguidos por aquellos que no quieren estar en la Verdad, que no quieren vivir el Amor y que creyendo que hacen justicia son injustos.
Somos muchos los que, más de una vez, nos hemos quedado quietecitos mientras los demás defenestraban a nuestros hermanos, mientras se vivían injusticias en nuestras comunidades. Somos muchos los que, más de una vez, por medio a que me tilden de "chupacirios", "comehostias", o tantos otras cosas (que parecen insultos) nos hemos quedado calladitos sin jugarnos en favor de la verdad o el amor.
Somos muchos los que nos hemos conformado con hipocresía del mundo sin salir a defender nuestra fe, lo que realmente nos pide Jesús vivir. hemos preferido defender las infidelidades, los insultos a nuestra fe, antes que hacer ver el error, la verdad, los valores de nuestra fe.
Parece como si nuestra fe, aquello en lo que creemos, por lo cual rezamos todos los días, que aquél Sacrificio de Jesús en la Cruz para darnos Vida no fuera tan importante para mí. Parece como si los valores del Evangelio no fueran valores para mí, porque son más valiosos los oros del mundo que los dones del Espíritu. Parece que debo ser más fiel al mundo que no me da vida, a ser Fiel al Señor de la Vida, y me quedo disfrutando de los bienes pasajeros y efímeros antes de aferrarme a los bienes celestiales y eternos.
Hoy, cuando miramos los informativos de la TV o escuchamos las noticias de la radio o las leemos en el periódico vemos cuántos son nuestros hermanos que día a día son asesinados por ser cristianos. Y nosotros seguimos casi normalmente nuestra rutina. Seguro que cuando vemos la noticia nos horrorizamos, pero como sucede en el informativo, enseguida pasamos a otra noticia y nos olvidamos de esa crueldad, y ni siquiera elevamos una oración al cielo por ellos, y menos pidiendo para que nosotros no los dejemos solos con nuestro testimonio.
Porque nuestra entrega, nuestra fidelidad al Evangelio, nuestros sacrificios diarios por ser Fieles a la Vida cristiana hacen que esos martirios no pierdan sentido, hacen que su sangre derramada como la de Jesús en la Cruz no queden sin dar frutos, porque sus martirios son Gracias que Dios derrama sobre todos los que necesitan de la fuerza de Dios para continuar siendo Fieles, son Gracias para la Salvación de todos los hombres.
Hoy, nosotros como ellos debemos dar nuestra vida, entregarnos con todo nuestro ser en Fidelidad a Dios para dar Vida Nueva al mundo. Que nuestras persecuciones sean por nuestra fidelidad a Dios y no por nuestras fidelidades al mundo.
viernes, 8 de mayo de 2015
El Espíritu Santo y nosotros...
Desde hace unos días en las lecturas del libro de los Hechos de los apóstoles veíamos cómo se comenzada a vivir un primera dificultad en la Iglesia naciente: la conversión de los gentiles y el cómo recibirlos en la Iglesia, si tenían que ser circuncidados o no. Un tema que llevó a una discusión en el seno de la nueva comunidad. Por eso, ante la diferencia Pablo y Bernabé, junto a los demás, subieron a Jerusalén donde se celebró el Primer Concilio, el primer encuentro para ver qué era lo que Dios pedía ante esta nueva realidad. La respuesta a las comunidades comienza con una hermosa frase:
"Hemos decidido, el Espíritu Santo, y nosotros..."
No son pocas las veces que en las comunidades hay diferencias, conflictos, rivalidades, y tantas otras cosillas que hacen que la gente se divida, que cada uno vaya por un lado, que otros se vayan, que algunos se crean con toda la verdad, y tantas otras cosas más que no hacen a lo esencial de lo que tenemos que vivir.
¿Cómo solucionar los conflictos? Lo primero que hicieron los apóstoles fue encontrarse, pero para encontrarse para solucionar un conflicto, tuvieron que preparar el corazón pues lo que iban a buscar no era fortalecer cada uno su propia opinión, si no buscar la Verdad de Dios, buscar la Voluntad de Dios, su Luz para saber por dónde había que seguir. Cada uno tuvo que renunciar a sí mismo para dejarse iluminar por el Espíritu Santo y, entre todos, llegar a descubrir la Verdad.
Por que lo que buscamos los que aceptamos el llamado de Jesús y formamos una comunidad cristiana, no es hacer nuestra voluntad, sino vivir la Voluntad de Dios, buscar su Verdad y recorrer Su Camino para dar Vida al mundo, así como Jesús nos la dio a nosotros. Por eso Él nos decía:
"No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure.
De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a otros.»
No hemos elegido nosotros el Camino, hemos aceptado recorrerlo.
No somos nosotros la Verdad, vivimos en la Verdad, por eso debemos buscarla y dejarnos iluminar.
No somos nosotros la Vida, nos ha sido dada una Vida Nueva y en abundancia, para que nosotros la compartamos y la anunciemos.
No somos el Amor, Dios nos llenado de Su Amor para que vivamos unidos en el Amor de Dios.
Así libres de nosotros mismos e intentando cada día dejarnos iluminar por el Espíritu Santo podremos recorrer el Camino de la Vida, viviendo el Amor de Dios que nos lleva a la Verdad y nos da la perfecta alegría y nos llena de Paz.
"Hemos decidido, el Espíritu Santo, y nosotros..."
No son pocas las veces que en las comunidades hay diferencias, conflictos, rivalidades, y tantas otras cosillas que hacen que la gente se divida, que cada uno vaya por un lado, que otros se vayan, que algunos se crean con toda la verdad, y tantas otras cosas más que no hacen a lo esencial de lo que tenemos que vivir.
¿Cómo solucionar los conflictos? Lo primero que hicieron los apóstoles fue encontrarse, pero para encontrarse para solucionar un conflicto, tuvieron que preparar el corazón pues lo que iban a buscar no era fortalecer cada uno su propia opinión, si no buscar la Verdad de Dios, buscar la Voluntad de Dios, su Luz para saber por dónde había que seguir. Cada uno tuvo que renunciar a sí mismo para dejarse iluminar por el Espíritu Santo y, entre todos, llegar a descubrir la Verdad.
Por que lo que buscamos los que aceptamos el llamado de Jesús y formamos una comunidad cristiana, no es hacer nuestra voluntad, sino vivir la Voluntad de Dios, buscar su Verdad y recorrer Su Camino para dar Vida al mundo, así como Jesús nos la dio a nosotros. Por eso Él nos decía:
"No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure.
De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a otros.»
No hemos elegido nosotros el Camino, hemos aceptado recorrerlo.
No somos nosotros la Verdad, vivimos en la Verdad, por eso debemos buscarla y dejarnos iluminar.
No somos nosotros la Vida, nos ha sido dada una Vida Nueva y en abundancia, para que nosotros la compartamos y la anunciemos.
No somos el Amor, Dios nos llenado de Su Amor para que vivamos unidos en el Amor de Dios.
Así libres de nosotros mismos e intentando cada día dejarnos iluminar por el Espíritu Santo podremos recorrer el Camino de la Vida, viviendo el Amor de Dios que nos lleva a la Verdad y nos da la perfecta alegría y nos llena de Paz.
jueves, 7 de mayo de 2015
Su Alegría, nuestra alegría
Dice Jesús:
"Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud.»
¿Cuál fue la alegría de Jesús? Si uno mira su vida, y generalmente la vemos siempre, nos quedamos, las más de las veces, con lo que ha tenido que padecer por nosotros, por nuestros pecados. Llegar al final de su vida y ser condenado injustamente, castigado y crucificado, para morir en la soledad de la Cruz. Eso no es alegría. Es lo que pensaríamos. O, mejor, muchas veces pensamos que lo que nos exige el evangelio no es vivir en la alegría.
Pero podríamos hacer un paralelismo y poner esta alegría en la misma línea que aquella frase de hace unos días: "os doy mi paz, pero no como la que os da el mundo". Nuestra alegría y nuestra paz no es como la que nos da el mundo, es decir, no son pasajeras, sino que son eternas, son reales, son las que brotan de la presencia de Dios en nuestras vidas, y de la coherencia de nuestro vivir con nuestro creer.
La alegría de Jesús, la alegría de Dios, trasciendo todo nuestro vivir y todo nuestro ser, porque es un deseo de plenitud de nuestro ser, de lo más íntimo que hay en nosotros, que, generalmente, no nos ponemos a discernir porque nos quedamos en el actuar, en el parecer, y no llegamos a mirar nuestro ser, no llegamos a discernir qué es lo que el Padre Dios quiere que "seamos".
Cuando sólo nos quedamos en el parecer cada día, en cada instante, estamos como realizando un papel, como actuando, poniéndonos una careta depende la situación que nos toca vivir. Y hay muchos que se creen que ese rol actoral es verdadero, o que la gente se cree lo que están actuando. Pero cuando se quitan la máscara por las noches se sienten solos, se encuentran con la soledad de aquél que hizo reír a mucha gente pero que no tiene dentro de sí la alegría plena del que se ha encontrado a sí mismo y busca cada día su propio Ideal.
Jesús nos plantea un papel protagónico en nuestra vida y nos da la clave para que al final del día, y, sobre todo, al final de nuestra vida podamos vivir y sentir la alegría del vivir. Y nos lo ofrece porque Él lo vivió, porque Él lo experimentó y así nos lo entrega.
«Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor.
Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.
Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud.»
El Amor al Padre es un amor activo, que no sólo ama de sentimiento, sino que ama de acción. Un amor que escucha y obedece, porque sabe que su Palabra es el verdadero camino, que su Palabra es Vida y Sentido. Su Palabra es un Camino que da Sentido a nuestra Vida, por eso Él se hizo Camino, Verdad y Vida, para que nosotros pudiésemos ver que para alcanzar la plenitud de nuestra alegría debíamos recorrer ese mismo Camino iluminados por la Verdad de Su Palabra que llena de Sentido nuestra Vida.
No perdamos nunca de vista hacia dónde vamos porque el recorrido que Jesús nos muestra es el único que nos permite vivir la alegría que deseamos, no como nos la da el mundo, sino aquella que nos da Dios.
"Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud.»
¿Cuál fue la alegría de Jesús? Si uno mira su vida, y generalmente la vemos siempre, nos quedamos, las más de las veces, con lo que ha tenido que padecer por nosotros, por nuestros pecados. Llegar al final de su vida y ser condenado injustamente, castigado y crucificado, para morir en la soledad de la Cruz. Eso no es alegría. Es lo que pensaríamos. O, mejor, muchas veces pensamos que lo que nos exige el evangelio no es vivir en la alegría.
Pero podríamos hacer un paralelismo y poner esta alegría en la misma línea que aquella frase de hace unos días: "os doy mi paz, pero no como la que os da el mundo". Nuestra alegría y nuestra paz no es como la que nos da el mundo, es decir, no son pasajeras, sino que son eternas, son reales, son las que brotan de la presencia de Dios en nuestras vidas, y de la coherencia de nuestro vivir con nuestro creer.
La alegría de Jesús, la alegría de Dios, trasciendo todo nuestro vivir y todo nuestro ser, porque es un deseo de plenitud de nuestro ser, de lo más íntimo que hay en nosotros, que, generalmente, no nos ponemos a discernir porque nos quedamos en el actuar, en el parecer, y no llegamos a mirar nuestro ser, no llegamos a discernir qué es lo que el Padre Dios quiere que "seamos".
Cuando sólo nos quedamos en el parecer cada día, en cada instante, estamos como realizando un papel, como actuando, poniéndonos una careta depende la situación que nos toca vivir. Y hay muchos que se creen que ese rol actoral es verdadero, o que la gente se cree lo que están actuando. Pero cuando se quitan la máscara por las noches se sienten solos, se encuentran con la soledad de aquél que hizo reír a mucha gente pero que no tiene dentro de sí la alegría plena del que se ha encontrado a sí mismo y busca cada día su propio Ideal.
Jesús nos plantea un papel protagónico en nuestra vida y nos da la clave para que al final del día, y, sobre todo, al final de nuestra vida podamos vivir y sentir la alegría del vivir. Y nos lo ofrece porque Él lo vivió, porque Él lo experimentó y así nos lo entrega.
«Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor.
Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.
Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud.»
El Amor al Padre es un amor activo, que no sólo ama de sentimiento, sino que ama de acción. Un amor que escucha y obedece, porque sabe que su Palabra es el verdadero camino, que su Palabra es Vida y Sentido. Su Palabra es un Camino que da Sentido a nuestra Vida, por eso Él se hizo Camino, Verdad y Vida, para que nosotros pudiésemos ver que para alcanzar la plenitud de nuestra alegría debíamos recorrer ese mismo Camino iluminados por la Verdad de Su Palabra que llena de Sentido nuestra Vida.
No perdamos nunca de vista hacia dónde vamos porque el recorrido que Jesús nos muestra es el único que nos permite vivir la alegría que deseamos, no como nos la da el mundo, sino aquella que nos da Dios.
miércoles, 6 de mayo de 2015
Estamos en el mundo pero no somos del mundo
Hoy, en el Oficio de Lecturas hay una lectura de Diogneto (siglo II) que, aunque parece algo muy lejano, es una hermosa definición de los cristianos:
"Para decirlo en pocas palabras: los cristianos son en el mundo lo que el alma es en el cuerpo. El alma, en efecto, se halla esparcida por todos los miembros del cuerpo; así también los cristianos se encuentran dispersos por todas las ciudades del mundo. El alma habita en el cuerpo, pero no procede del cuerpo; los cristianos viven en el mundo, pero no son del mundo. El alma invisible está encerrada en la cárcel del cuerpo visible; los cristianos viven visiblemente en el mundo, pero su religión es invisible. La carne aborrece y combate al alma, sin haber recibido de ella agravio alguno, sólo porque le impide disfrutar de los placeres; también el mundo aborrece a los cristianos, sin haber recibido agravio de ellos, porque se oponen a sus placeres".
A esto se refería Jesús cuando nos decía, en la Última Cena: "estáis en el mundo pero no sois del mundo...", "sin Mí no podéis hacer nada". Nuestra vida que, desde el bautismo, es una vida cristiana, sobre todo desde el día que esa realidad se hizo consciente en nosotros, no es diferente a los demás, pero tenemos una misión particular: "vosotros sois la luz del mundo", "vosotros sois la sal de la tierra", "sois como la levadura en la masa".
Cuando el Señor nos eligió y nosotros respondimos a Su llamado (cada uno en su propio estilo de vida) aceptamos vivir una vida que no es la vida del mundo, sino la Vida de Cristo, aceptamos vivir según la Voluntad de Dios. Quizás, y más que quizás, ninguno nos planteamos qué significaba ser cristiano, qué implicaciones tendría en nuestra vida abrazar una vida de fe, una vida de acuerdo a la Voluntad de Dios, de acuerdo a su Ley dentro de este Cuerpo que es la Iglesia.
Porque al fundar Jesús este nuevo Pueblo de Dios, que es la iglesia, nos dio una singularidad, un particular estilo de vida que Diogneto expresa muy bien, pero que para poder llevarlo a la práctica necesitamos poder estar de acuerdo con lo que Dios nos pide vivir desde Su Evangelio. Por que la Palabra de Dios es nuestra Ley primera, y es la que debemos tener como el fundamento de nuestra fe, una Ley que ningún hombre sobre la tierra puede modificar "no he venido a abolir la Ley y los Profetas, sino a darle plenitud", dijo Jesús.
Por eso esta definición de Diogneto es un canto a la esperanza, es la motivación primera de todos nuestros esfuerzos por alcanzar la santidad, por vivir en santidad, por estar en el combate diario "de la carne contra el espíritu y del espíritu contra la carne", para hacer no lo quiero sino lo que debo. Nuestra plenitud y nuestra Paz son frutos del constante deseo de ser Fieles a la Vida que el Padre nos dio por medio de su Hijo Jesucristo que murió y resucitó para nuestra salvación y la del mundo entero.
"Para decirlo en pocas palabras: los cristianos son en el mundo lo que el alma es en el cuerpo. El alma, en efecto, se halla esparcida por todos los miembros del cuerpo; así también los cristianos se encuentran dispersos por todas las ciudades del mundo. El alma habita en el cuerpo, pero no procede del cuerpo; los cristianos viven en el mundo, pero no son del mundo. El alma invisible está encerrada en la cárcel del cuerpo visible; los cristianos viven visiblemente en el mundo, pero su religión es invisible. La carne aborrece y combate al alma, sin haber recibido de ella agravio alguno, sólo porque le impide disfrutar de los placeres; también el mundo aborrece a los cristianos, sin haber recibido agravio de ellos, porque se oponen a sus placeres".
A esto se refería Jesús cuando nos decía, en la Última Cena: "estáis en el mundo pero no sois del mundo...", "sin Mí no podéis hacer nada". Nuestra vida que, desde el bautismo, es una vida cristiana, sobre todo desde el día que esa realidad se hizo consciente en nosotros, no es diferente a los demás, pero tenemos una misión particular: "vosotros sois la luz del mundo", "vosotros sois la sal de la tierra", "sois como la levadura en la masa".
Cuando el Señor nos eligió y nosotros respondimos a Su llamado (cada uno en su propio estilo de vida) aceptamos vivir una vida que no es la vida del mundo, sino la Vida de Cristo, aceptamos vivir según la Voluntad de Dios. Quizás, y más que quizás, ninguno nos planteamos qué significaba ser cristiano, qué implicaciones tendría en nuestra vida abrazar una vida de fe, una vida de acuerdo a la Voluntad de Dios, de acuerdo a su Ley dentro de este Cuerpo que es la Iglesia.
Porque al fundar Jesús este nuevo Pueblo de Dios, que es la iglesia, nos dio una singularidad, un particular estilo de vida que Diogneto expresa muy bien, pero que para poder llevarlo a la práctica necesitamos poder estar de acuerdo con lo que Dios nos pide vivir desde Su Evangelio. Por que la Palabra de Dios es nuestra Ley primera, y es la que debemos tener como el fundamento de nuestra fe, una Ley que ningún hombre sobre la tierra puede modificar "no he venido a abolir la Ley y los Profetas, sino a darle plenitud", dijo Jesús.
Por eso esta definición de Diogneto es un canto a la esperanza, es la motivación primera de todos nuestros esfuerzos por alcanzar la santidad, por vivir en santidad, por estar en el combate diario "de la carne contra el espíritu y del espíritu contra la carne", para hacer no lo quiero sino lo que debo. Nuestra plenitud y nuestra Paz son frutos del constante deseo de ser Fieles a la Vida que el Padre nos dio por medio de su Hijo Jesucristo que murió y resucitó para nuestra salvación y la del mundo entero.
martes, 5 de mayo de 2015
Su Camino nuestra paz
El escritor de los hechos de los apóstoles narra cómo era la predicación de San Pablo, hoy nos cuenta cómo animaba a los discípulos:
"animando a los discípulos y exhortándolos a perseverar en la fe, diciéndoles que hay que pasar mucho para entrar en el reino de Dios".
A todos nos gusta que nos animen a vivir el evangelio, a vivir nuestra fe, pero no que nos digan que "hay que pasar mucho para entrar en el reino de Dios", porque esa parte de nuestra vida no nos atrae mucho.
Eso sí, nos agrada que hoy Jesús nos diga que:
«La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde".
Porque lo que todos anhelamos es vivir en paz, tener paz en nuestro día a día. Pero vemos que también Jesús pone un pero en esta frase "no os la doy yo como la da el mundo". Entonces ¿cuál es la paz que nos da Jesús?
La paz que brota de la coherencia en la vida, la paz que brota de la Gracia que Él nos da cuando no acobardamos por ser Fieles a la Vida que Él nos pide vivir, la paz que surge en el corazón cuando sabemos que hemos obrado como nos pide el Padre y no como nos muestra el mundo, la paz que brota cuando sabemos que hemos caminado en la Verdad, la paz que se nos da cuando hemos renunciado a nosotros mismos y hemos sido colmados con el Espíritu para vivir Su Voluntad aquí en la tierra como en el Cielo, la paz que brota cuando a pesar de las dificultades seguimos intentado caminar en santidad, la paz que a pesar de los piedras que ponen en nuestro caminar las podemos sortear gracias a la Gracia del Señor.
No, no es fácil para el cristiano vivir radicalmente su fe en estos tiempos, pero tampoco es imposible si asumimos que es el único Camino para encontrar la Paz que anhelamos. El Camino sabemos que no es fácil por que Jesús lo recorrió primero y nos dejó sus huellas marcadas para que vayamos pisando sobre ellas, pero sabemos que en ese Caminar no estuvo solo, sino que el Padre lo acompañó, lo fortaleció, lo llevó porque Él buscó siempre Su Voluntad, incluso en el momento de mayor dolor renunció a sí mismo y aceptó el Cáliz que el Padre le presentaba.
Cada uno de nosotros tenemos nuestro propio Cáliz para beber, y a cada uno nos cuesta aceptarlo por que nuestra naturaleza humana no quiere ese vino pero sabemos que sólo bebiendo de ese Vino de Redención se nos dará la Gracia necesaria para seguir andando, para seguir en fidelidad a Su Voluntad. Por que también nosotros como Jesús tenemos que llevar a plenitud estas palabras:
"es necesario que el mundo comprenda que yo amo al Padre, y que lo que el Padre me manda yo lo hago.»
Y la Paz del Señor residirá cada día en nuestro corazón para que siempre nos sintamos confirmados y acompañados y fortalecidos por aquél que es nuestra Vida.
"animando a los discípulos y exhortándolos a perseverar en la fe, diciéndoles que hay que pasar mucho para entrar en el reino de Dios".
A todos nos gusta que nos animen a vivir el evangelio, a vivir nuestra fe, pero no que nos digan que "hay que pasar mucho para entrar en el reino de Dios", porque esa parte de nuestra vida no nos atrae mucho.
Eso sí, nos agrada que hoy Jesús nos diga que:
«La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde".
Porque lo que todos anhelamos es vivir en paz, tener paz en nuestro día a día. Pero vemos que también Jesús pone un pero en esta frase "no os la doy yo como la da el mundo". Entonces ¿cuál es la paz que nos da Jesús?
La paz que brota de la coherencia en la vida, la paz que brota de la Gracia que Él nos da cuando no acobardamos por ser Fieles a la Vida que Él nos pide vivir, la paz que surge en el corazón cuando sabemos que hemos obrado como nos pide el Padre y no como nos muestra el mundo, la paz que brota cuando sabemos que hemos caminado en la Verdad, la paz que se nos da cuando hemos renunciado a nosotros mismos y hemos sido colmados con el Espíritu para vivir Su Voluntad aquí en la tierra como en el Cielo, la paz que brota cuando a pesar de las dificultades seguimos intentado caminar en santidad, la paz que a pesar de los piedras que ponen en nuestro caminar las podemos sortear gracias a la Gracia del Señor.
No, no es fácil para el cristiano vivir radicalmente su fe en estos tiempos, pero tampoco es imposible si asumimos que es el único Camino para encontrar la Paz que anhelamos. El Camino sabemos que no es fácil por que Jesús lo recorrió primero y nos dejó sus huellas marcadas para que vayamos pisando sobre ellas, pero sabemos que en ese Caminar no estuvo solo, sino que el Padre lo acompañó, lo fortaleció, lo llevó porque Él buscó siempre Su Voluntad, incluso en el momento de mayor dolor renunció a sí mismo y aceptó el Cáliz que el Padre le presentaba.
Cada uno de nosotros tenemos nuestro propio Cáliz para beber, y a cada uno nos cuesta aceptarlo por que nuestra naturaleza humana no quiere ese vino pero sabemos que sólo bebiendo de ese Vino de Redención se nos dará la Gracia necesaria para seguir andando, para seguir en fidelidad a Su Voluntad. Por que también nosotros como Jesús tenemos que llevar a plenitud estas palabras:
"es necesario que el mundo comprenda que yo amo al Padre, y que lo que el Padre me manda yo lo hago.»
Y la Paz del Señor residirá cada día en nuestro corazón para que siempre nos sintamos confirmados y acompañados y fortalecidos por aquél que es nuestra Vida.
lunes, 4 de mayo de 2015
Él me eligió y yo lo elegí a Él
"Le dijo Judas, no el Iscariote:
- «Señor, ¿qué ha sucedido para que te reveles a nosotros y no al mundo?»
¿Por qué el Señor nos ha dado a nosotros el don de la fe y a otros no? ¿Por qué algunos creen y otros no? ¿Por qué nos cuesta creer?
El Don de la fe es un don que se nos ha dado a todos los hombres, todos creemos en algo o en alguien, aunque algunos hagan el esfuerzo de decir que no creen (aunque en realidad saben que existe para decir que no creen) Pero no todos tienen la capacidad o la disponibilidad de actualizar el don en sus vidas. Todos los hombres necesitamos re-ligarnos a algo o a alguien (es lo que significa religión) y cada uno elige, voluntaria y libremente, a qué o a quién re-ligarse.
Los que hemos aceptado el don de la fe cristiana lo hacemos para re-ligarnos a Cristo que es nuestra Vida, por eso intentamos cada día escuchar Su Palabra y, como Él, hacer la Voluntad del Padre. Claro que ese es el Ideal, pero no siempre escuchamos su Palabra y hacemos la Voluntad del Padre, porque para muchos la Palabra de Dios no sirve y la Voluntad de Dios no es para estos tiempos. Son los que quieren hacer un cristianismo a su propia medida, sin darse cuenta que cuando aceptamos seguir un camino, debemos aceptar también los límites que tiene ese Camino para poder llegar a donde ese Camino nos lleva.
Por eso, la pregunta de Judas es interesante ¿por qué revelas a nosotros y no al mundo? ¿Por qué Jesús se reveló a mi corazón? En realidad Jesús está en medio de todos, pero sólo algunos lo buscan, y sólo unos pocos lo eligen. Porque llegar a Él es encontrar el Camino del Amor, porque no sólo es una elección de algo para hacer, sino que el la elección de una Vida para Vivir, y ésta Vida es una Vida en el Amor.
Y así la pregunta sería ¿por qué me he enamorado de Cristo? ¿Por qué he aceptado su invitación a seguirle y no la han aceptado otros?
Él me ha elegido para que mi vida y mis palabras puedan dar testimonio del Amor del Padre y del Hijo por nosotros. Para que mi vida y mis palabras puedan ser el instrumento para que los hombres descubran a Dios. Él no ha querido mostrarse a todos, sino que ha querido habitar en mí para poder llegar a todos.
Somos así testigos creíbles de la resurrección de Jesús, somos testigos creíbles de la Vida en Cristo, de la Vida en Dios. Somos testigos creíbles de que vivir en Dios se puede y es nuestro gozo y el sentido de nuestra vida. Somos así testigos creíbles del gran Amor de Dios, de la Verdad de Dios, de la Vida de Dios. Por que no somos nosotros quienes hacen posible esta vida sino que es Dios mismo quien lo hace porque Él mora en nosotros:
«El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él".
Y no debemos preocuparnos por qué vamos a decir o cómo lo vamos a hacer por que es el Espíritu Santo quien nos ayudará en cada momento a vivir y hacer, sólo debemos ser dóciles instrumentos en sus Manos para recibir sus Dones y vivir según Su Voluntad, por eso Él nos ha elegido, y al elegirnos nos ha llevado a su lado para, cada día instruirnos, consolarnos, fortalecernos y enviarnos:
"Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho.»
- «Señor, ¿qué ha sucedido para que te reveles a nosotros y no al mundo?»
¿Por qué el Señor nos ha dado a nosotros el don de la fe y a otros no? ¿Por qué algunos creen y otros no? ¿Por qué nos cuesta creer?
El Don de la fe es un don que se nos ha dado a todos los hombres, todos creemos en algo o en alguien, aunque algunos hagan el esfuerzo de decir que no creen (aunque en realidad saben que existe para decir que no creen) Pero no todos tienen la capacidad o la disponibilidad de actualizar el don en sus vidas. Todos los hombres necesitamos re-ligarnos a algo o a alguien (es lo que significa religión) y cada uno elige, voluntaria y libremente, a qué o a quién re-ligarse.
Los que hemos aceptado el don de la fe cristiana lo hacemos para re-ligarnos a Cristo que es nuestra Vida, por eso intentamos cada día escuchar Su Palabra y, como Él, hacer la Voluntad del Padre. Claro que ese es el Ideal, pero no siempre escuchamos su Palabra y hacemos la Voluntad del Padre, porque para muchos la Palabra de Dios no sirve y la Voluntad de Dios no es para estos tiempos. Son los que quieren hacer un cristianismo a su propia medida, sin darse cuenta que cuando aceptamos seguir un camino, debemos aceptar también los límites que tiene ese Camino para poder llegar a donde ese Camino nos lleva.
Por eso, la pregunta de Judas es interesante ¿por qué revelas a nosotros y no al mundo? ¿Por qué Jesús se reveló a mi corazón? En realidad Jesús está en medio de todos, pero sólo algunos lo buscan, y sólo unos pocos lo eligen. Porque llegar a Él es encontrar el Camino del Amor, porque no sólo es una elección de algo para hacer, sino que el la elección de una Vida para Vivir, y ésta Vida es una Vida en el Amor.
Y así la pregunta sería ¿por qué me he enamorado de Cristo? ¿Por qué he aceptado su invitación a seguirle y no la han aceptado otros?
Él me ha elegido para que mi vida y mis palabras puedan dar testimonio del Amor del Padre y del Hijo por nosotros. Para que mi vida y mis palabras puedan ser el instrumento para que los hombres descubran a Dios. Él no ha querido mostrarse a todos, sino que ha querido habitar en mí para poder llegar a todos.
Somos así testigos creíbles de la resurrección de Jesús, somos testigos creíbles de la Vida en Cristo, de la Vida en Dios. Somos testigos creíbles de que vivir en Dios se puede y es nuestro gozo y el sentido de nuestra vida. Somos así testigos creíbles del gran Amor de Dios, de la Verdad de Dios, de la Vida de Dios. Por que no somos nosotros quienes hacen posible esta vida sino que es Dios mismo quien lo hace porque Él mora en nosotros:
«El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él".
Y no debemos preocuparnos por qué vamos a decir o cómo lo vamos a hacer por que es el Espíritu Santo quien nos ayudará en cada momento a vivir y hacer, sólo debemos ser dóciles instrumentos en sus Manos para recibir sus Dones y vivir según Su Voluntad, por eso Él nos ha elegido, y al elegirnos nos ha llevado a su lado para, cada día instruirnos, consolarnos, fortalecernos y enviarnos:
"Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho.»
domingo, 3 de mayo de 2015
Permanecer en Cristo para vivir en santidad
Dice hoy Jesús:
"Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí... Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada".
Sin mí no podéis hacer nada... dice el Señor. Y ¿qué es esta nada que no podemos hacer sin Él? Por que si miramos a nuestro alrededor hay mucha gente que vive sin Cristo y hacen muchas cosas. Y eso es cierto.
Pero Jesús se refiere a lo que el Padre quiere que seamos: "sed santos porque vuestro Padre Celestial es santo, sed perfectos porque vuestro Padre Celestial es perfecto".
Nuestro camino o nuestra meta como cristianos es la santidad, y no hay otra meta posible pues es Él quien nos ha llamado y nos ha dado Su Espíritu para que alcancemos esa meta. Pero llegar a la meta es una carrera constante, como la define San Pablo, una carrera en la que necesitamos permanecer en Su Camino, en Su senda para llegar hasta el final. Y esta carrera es una carrera en la perfección de la vivencia del Amor:
"Y éste es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros, tal como nos lo mandó.
Quien guarda sus mandamientos permanece en Dios, y Dios en él; en esto conocemos que permanece en nosotros: por el Espíritu que nos dio".
Un mandamiento nuevo que no es el que siempre tenemos en nuestra mente y en el corazón, porque el amor que Jesús nos pide vivir no es el amor que vivimos nosotros, sino "amar como Él nos amó", dice San Juan. Y ese amor es muy distinto al que habitualmente queremos vivir (aunque siempre se lo exigimos a los demos para con nosotros, pero no nosotros para con los demás)
Por eso, permanecer en Cristo no sólo es rezar encerrado en mi casa viendo pasar a los pecadores lejos de mí, sino estar en Él, vivir con Él, vivir para Él. Permanecer en Cristo es tener que, no sólo rezar y sentirme bien en mi burbuja de egoísmo y vanidad, sino salir de ella y buscarlo, buscarlo en mi hermano, buscarlo en su Palabra, buscarlo en la Eucaristía. Porque el Amor Verdadero que nos exige nuestra vida cristiana sólo es alimentado por el Pan de la Eucaristía, porque sólo ese Alimento me da la fuerza para "amar a mis enemigos y rezar por los que me persiguen", para amar al que tengo a mi lado y para amar al que está más alejado, para saludar a quien me ha despreciado y abrazar al que me necesita.
Nuestra vida es una Carrera hacia la santidad, una santidad en el Amor, y para correr necesitamos el alimento que nutre nuestro espíritu y que nos sostiene en las debilidades, y nos da fuerzas para amar sin medida, para amar como Él nos amó.
"Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí... Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada".
Sin mí no podéis hacer nada... dice el Señor. Y ¿qué es esta nada que no podemos hacer sin Él? Por que si miramos a nuestro alrededor hay mucha gente que vive sin Cristo y hacen muchas cosas. Y eso es cierto.
Pero Jesús se refiere a lo que el Padre quiere que seamos: "sed santos porque vuestro Padre Celestial es santo, sed perfectos porque vuestro Padre Celestial es perfecto".
Nuestro camino o nuestra meta como cristianos es la santidad, y no hay otra meta posible pues es Él quien nos ha llamado y nos ha dado Su Espíritu para que alcancemos esa meta. Pero llegar a la meta es una carrera constante, como la define San Pablo, una carrera en la que necesitamos permanecer en Su Camino, en Su senda para llegar hasta el final. Y esta carrera es una carrera en la perfección de la vivencia del Amor:
"Y éste es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros, tal como nos lo mandó.
Quien guarda sus mandamientos permanece en Dios, y Dios en él; en esto conocemos que permanece en nosotros: por el Espíritu que nos dio".
Un mandamiento nuevo que no es el que siempre tenemos en nuestra mente y en el corazón, porque el amor que Jesús nos pide vivir no es el amor que vivimos nosotros, sino "amar como Él nos amó", dice San Juan. Y ese amor es muy distinto al que habitualmente queremos vivir (aunque siempre se lo exigimos a los demos para con nosotros, pero no nosotros para con los demás)
Por eso, permanecer en Cristo no sólo es rezar encerrado en mi casa viendo pasar a los pecadores lejos de mí, sino estar en Él, vivir con Él, vivir para Él. Permanecer en Cristo es tener que, no sólo rezar y sentirme bien en mi burbuja de egoísmo y vanidad, sino salir de ella y buscarlo, buscarlo en mi hermano, buscarlo en su Palabra, buscarlo en la Eucaristía. Porque el Amor Verdadero que nos exige nuestra vida cristiana sólo es alimentado por el Pan de la Eucaristía, porque sólo ese Alimento me da la fuerza para "amar a mis enemigos y rezar por los que me persiguen", para amar al que tengo a mi lado y para amar al que está más alejado, para saludar a quien me ha despreciado y abrazar al que me necesita.
Nuestra vida es una Carrera hacia la santidad, una santidad en el Amor, y para correr necesitamos el alimento que nutre nuestro espíritu y que nos sostiene en las debilidades, y nos da fuerzas para amar sin medida, para amar como Él nos amó.
sábado, 2 de mayo de 2015
¿Quiero conocerte, Jesús?
Jesús le responde a Felipe: «Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe?" En cierto modo era verdad Felipe no lo conocía a Jesús como el quería, tampoco podía entender todo lo que Jesús le decía y les enseñaba. Felipe creía que iba a ser fácil para Jesús mostrarle a Dios Padre, por que ese era el deseo de Felipe: conocer a Dios Padre para creer.
A 2000 años todavía quedamos algunos que no conocemos a Jesús a pesar de los años que llevamos llamándonos cristianos. Aún muchos de los que somos "muy cristianos" le pedimos cosas extrañas o buscamos otros caminos junto con el de Jesús. Muchos somos los que aún no confiamos en Su Palabra, salvo que la palabra diga lo que quiero escuchar. Muchos aún no lo buscamos por Quién es sino por los milagros que hace.
En realidad somos muchos los cristianos que no conocemos a Cristo, porque no hemos estado hablando con Él, porque no le dejamos tiempo para que Él nos hable, para poder comprender lo que nos dice y cómo nos lo dice y el por qué nos lo pide.
Nos hemos quedado con un Jesús de la infancia y no ha madurado nuestra fe junto con nuestra edad. Por eso llega un momento en que Jesús no es nadie para mí, o, por lo menos, es un recuerdo pasajero que lo traigo a mi memoria cada vez que necesito un consuelo o una ayuda. Jesús queda en nuestra vida adulta como aquellos ahorros que de niño guardé y en momentos de necesidad los voy a buscar, pero esos ahorros en algunos casos han perdido valor; en su momento era mucho dinero, pero ahora no alcanza ni para un caramelo.
No Señor, en realidad no te conozco. Tú has crecido conmigo, pero yo no he crecido contigo, porque fui buscando otros rostros, otras palabras, otros caminos. Tu Vida no fue parte de mi vida cuando necesitaba probar el mundo, cuando comencé a valerme por mí mismo ya no te necesité. No, no te conozco.
Y ¿quiero conocerte? Realmente es algo importante en mi vida conocerte como lo hicieron los apóstoles, como lo hicieron los santos que, con la Gracia de tu Espíritu, pudieron entregar su vida y vivir Tu Vida en sus vidas. ¿Quiero conocerte de tal manera que quiera seguir Tus pasos? ¿Quiero conocerte de tal modo que tu vida contagie mi vida y mi lleve a vivir como Tú la Voluntad del Padre de los Cielos? ¿Quiero conocerte tanto que la entrega de Tu Amor por mí me lleve a entregarme por Ti? ¿Quiero conocerte tanto que ya no pueda dejar de mirarme en Tí para alcanzar yo también la Vida por el Camino que Tú recorriste?
Él nos conoce, nos conoce tanto como el Padre nos conoce, y nos Ama tanto como el Padre nos ama. No dudemos en dejar que entre en nuestra vida y que juntos comencemos un camino de amistad, un camino de amor para que Su Amor se haga Vida en mí, y mi vida se haga amor para los que me rodean.
A 2000 años todavía quedamos algunos que no conocemos a Jesús a pesar de los años que llevamos llamándonos cristianos. Aún muchos de los que somos "muy cristianos" le pedimos cosas extrañas o buscamos otros caminos junto con el de Jesús. Muchos somos los que aún no confiamos en Su Palabra, salvo que la palabra diga lo que quiero escuchar. Muchos aún no lo buscamos por Quién es sino por los milagros que hace.
En realidad somos muchos los cristianos que no conocemos a Cristo, porque no hemos estado hablando con Él, porque no le dejamos tiempo para que Él nos hable, para poder comprender lo que nos dice y cómo nos lo dice y el por qué nos lo pide.
Nos hemos quedado con un Jesús de la infancia y no ha madurado nuestra fe junto con nuestra edad. Por eso llega un momento en que Jesús no es nadie para mí, o, por lo menos, es un recuerdo pasajero que lo traigo a mi memoria cada vez que necesito un consuelo o una ayuda. Jesús queda en nuestra vida adulta como aquellos ahorros que de niño guardé y en momentos de necesidad los voy a buscar, pero esos ahorros en algunos casos han perdido valor; en su momento era mucho dinero, pero ahora no alcanza ni para un caramelo.
No Señor, en realidad no te conozco. Tú has crecido conmigo, pero yo no he crecido contigo, porque fui buscando otros rostros, otras palabras, otros caminos. Tu Vida no fue parte de mi vida cuando necesitaba probar el mundo, cuando comencé a valerme por mí mismo ya no te necesité. No, no te conozco.
Y ¿quiero conocerte? Realmente es algo importante en mi vida conocerte como lo hicieron los apóstoles, como lo hicieron los santos que, con la Gracia de tu Espíritu, pudieron entregar su vida y vivir Tu Vida en sus vidas. ¿Quiero conocerte de tal manera que quiera seguir Tus pasos? ¿Quiero conocerte de tal modo que tu vida contagie mi vida y mi lleve a vivir como Tú la Voluntad del Padre de los Cielos? ¿Quiero conocerte tanto que la entrega de Tu Amor por mí me lleve a entregarme por Ti? ¿Quiero conocerte tanto que ya no pueda dejar de mirarme en Tí para alcanzar yo también la Vida por el Camino que Tú recorriste?
Él nos conoce, nos conoce tanto como el Padre nos conoce, y nos Ama tanto como el Padre nos ama. No dudemos en dejar que entre en nuestra vida y que juntos comencemos un camino de amistad, un camino de amor para que Su Amor se haga Vida en mí, y mi vida se haga amor para los que me rodean.
viernes, 1 de mayo de 2015
Un día grande para meditar
Un día con muchas cosas para meditar, para reflexionar, no sólo de las lecturas que tienen una riqueza extraordinaria, sino de lo que celebramos hoy: la Fiesta de San José, obrero; el día internacional del trabajo; en España el día de la madre; y también comienza el mes de María. Todo en un sólo día. ¿Qué pensar y qué parte nos toca en todo esto? Cada uno, como Dios siempre tiene algo para todos, recibirá su parte.
Pero me quedo en la figura de San José que es quien hoy reúne todas las condiciones para este día. Sí, porque desde el silencio de su vida ha sido un modelo de fidelidad a la Voluntad de Dios, aceptando lo que Dios le pedía y asumiendo en su Vida un rol protagónico, desde el silencio, en la Historia de la Salvación.
Su vida de fe dignificó su trabajo, o, mejor dicho, su trabajo fue dignificado por su vida de fe, desde y con el que sostuvo al Hijo de Dios y le enseñó el valor del esfuerzo, del ganarse el pan con el sudor de su frente, el valor del estar agradecido a Dios por lo que podían ofrecerle desde su pequeño y gran lugar, pues desde su trabajo no sólo dignificaba su vida sino que fortalecía su vida y su familia.
Por su aceptación de la Voluntad de Dios San José aceptó a María como esposa, y vivió junto a Ella un Camino en la Verdad y el Amor, sabiendo y ofreciendo, con Ella y como Ella, su vida al Servicio del Amor a Dios. Junto a María dieron todo lo que tenían para que el Hijo de Dios "creciera en estatura y gracia", dándole no sólo el pan de cada día, sino el Pan de la Vida, el amor hacia su propia religión y su pueblo, el Amor y la Obediencia a Dios, su Padre.
San José como esposo no sólo se dignificó a sí mismo sino que, al aceptar a María como su esposa, la dignificó a Ella como mujer, como esposa y como madre, brindándole todo su amor, un amor que supo aceptar las oscuridades de la fe, y los dolores del camino. Un amor que fue fiel hasta que la muerte los separó.
Y San José, junto a María, supieron crecer, a la par de Su Hijo, en la oración, en la entrega generosa de su vida como ofrenda agradable a Dios, pues en todo momento "conservaban las cosas en sus corazones", pues no todo lo que vivieron lo comprendían, y, por eso, la oración fiel y constante los sostuvo en la Gracia que recibieron al aceptar ser los padres del Hijo de Dios.
Pero me quedo en la figura de San José que es quien hoy reúne todas las condiciones para este día. Sí, porque desde el silencio de su vida ha sido un modelo de fidelidad a la Voluntad de Dios, aceptando lo que Dios le pedía y asumiendo en su Vida un rol protagónico, desde el silencio, en la Historia de la Salvación.
Su vida de fe dignificó su trabajo, o, mejor dicho, su trabajo fue dignificado por su vida de fe, desde y con el que sostuvo al Hijo de Dios y le enseñó el valor del esfuerzo, del ganarse el pan con el sudor de su frente, el valor del estar agradecido a Dios por lo que podían ofrecerle desde su pequeño y gran lugar, pues desde su trabajo no sólo dignificaba su vida sino que fortalecía su vida y su familia.
Por su aceptación de la Voluntad de Dios San José aceptó a María como esposa, y vivió junto a Ella un Camino en la Verdad y el Amor, sabiendo y ofreciendo, con Ella y como Ella, su vida al Servicio del Amor a Dios. Junto a María dieron todo lo que tenían para que el Hijo de Dios "creciera en estatura y gracia", dándole no sólo el pan de cada día, sino el Pan de la Vida, el amor hacia su propia religión y su pueblo, el Amor y la Obediencia a Dios, su Padre.
San José como esposo no sólo se dignificó a sí mismo sino que, al aceptar a María como su esposa, la dignificó a Ella como mujer, como esposa y como madre, brindándole todo su amor, un amor que supo aceptar las oscuridades de la fe, y los dolores del camino. Un amor que fue fiel hasta que la muerte los separó.
Y San José, junto a María, supieron crecer, a la par de Su Hijo, en la oración, en la entrega generosa de su vida como ofrenda agradable a Dios, pues en todo momento "conservaban las cosas en sus corazones", pues no todo lo que vivieron lo comprendían, y, por eso, la oración fiel y constante los sostuvo en la Gracia que recibieron al aceptar ser los padres del Hijo de Dios.
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