En el oficio de lecturas de hoy se nos ofrece una carta de unos de los mártires, san Pablo Le-Bao-Thinh que le envió a lo seminaristas desde la cárcel, rescato este párrafo:
"Yo, Pablo, encadenado por el nombre de Cristo, quiero narrarles las tribulaciones en las que me veo sumergido cada día, de tal modo, que ustedes, por amor a Dios, le ofrezcan conmigo ardientes alabanzas, porque es eterna su misericordia. Esta cárcel es realmente la imagen del infierno eterno: a toda clase de crueles suplicios, como son las esposas, las cadenas de hierro y las ligaduras, se añaden el odio, las venganzas, las calumnias, las palabras obscenas, las disputas, los actos perversos, los juramentos injustos, las maldiciones y por último las angustias y la tristeza. Pero Dios que en otro tiempo libró a los tres jóvenes del horno encendido, siempre me está presente, y me ha librado de estas tribulaciones y las ha convertido en dulzura, porque es eterna su misericordia.
En medio de estos tormentos, que suelen quebrantar a los demás, por la gracia de Dios, yo estoy colmado de gozo y alegría, porque no estoy solo sino con Cristo".
Ser cristiano no es fácil, y lo es menos sin contar con la Gracia de Dios. No todos tendremos que pasar por un martirio cruento como el de ellos, pero sí todos hemos de vivir el Amor a Dios como ellos, y ese, quizás, sea nuestro martirio diario.
Sí, nuestro martirio diario de tener que dejar de lado nuestros deseos, pero también nuestras desesperanzas, nuestros suspiros de desconformidad por lo que nos toca vivir, nuestros resoplidos por no tener tal o cual cosa, por tener que aceptar tal o cual dolor. Somos, generalmente, muy quejosos a la ahora de tener que aceptar alguna contrariedad, por eso los mártires nos enseñan que todo puede ser vivido con gozo si Dios está con nosotros.
Claro está que nosotros tenemos que estar con Dios. Porque muchas veces le decimos al Señor: ¿Por qué me abandonaste?, cuando en realidad no hemos ido nosotros a su encuentro.
Y esa me parece la más grande de las tonterías que cometemos: creer que podemos, los cristianos, vivir sin Dios. Que un ateo o un agnóstico crea que puede vivir sin Dios es lógico. Pero quienes hemos conocido su Amor y hemos saboreado la dulzura de su Gracia en nuestras vidas ¿cómo podemos aceptar alejarnos de Dios?
Y no digo que reneguemos de Dios, pero sí que no nos acerquemos a Él. Nos damos cuenta que no podemos amar, que no podemos tener esperanza, que nos cuesta perdonar, que no podemos ofrecerle al Señor nuestra alabanza, nuestro sacrificio... Pero ¡no! no vamos a Él. Creemos que con nuestro deseos y con nuestros falsos y tontos argumentos vamos a conseguir la Gracia suficiente y necesaria para combatir los malos deseos y malos sentimientos, para tener fuerza para subir el Camino de la santidad.
No dejemos que las tinieblas y la maldad se adueñen del mundo que ha sido puesto en nuestras manos para alcanzarle la Luz y la Paz, no dejemos que tontos argumentos nos impidan llevar el Reino de Dios al mundo. Vayamos al Señor, busquemos al Señor, escuchemos al Señor, alimentémonos con el Señor.
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