El hombre estrena claridad
de corazón, cada mañana;
se hace la gracia más cercana
y es más sencilla la verdad... (Del himno del oficio)
de corazón, cada mañana;
se hace la gracia más cercana
y es más sencilla la verdad... (Del himno del oficio)
Varias veces lo he recordado y muchas más lo recordaré, y es este final del evangelio de hoy:
"...Y el amo felicitó al administrador injusto, por la astucia con que había procedido. Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz.»
Ciertamente Jesús no quiere alabar la corrupción del administrador, un tema que hoy lo tenemos muy presente, y con el que todos estamos muy hartos. Sino que Jesús se asombra de la habilidad de para hacer que el pecado, que el mal sea algo bueno para alguien. Que alguien tenga habilidad suprema para el mal y no la tenga para el bien.
O sea, siempre me impresionó este evangelio, porque indirectamente Jesús nos está tirando un palo a nosotros, los hijos de la luz. A los hijos de las luz nos está diciendo que no somos astutos.
¿Por qué quiere Jesús que seamos astutos? Leamos bien el evangelio: el administrador al saber que se iba a quedar sin trabajo y ya siendo mayor, decidió hacer de amigos que le puedan ofrecer algo bueno, y por eso, antes de perder el trabajo se puso a pensar de qué manera conseguir algo para no tener que perder todo.
Nosotros, los hijos de luz hemos sido beneficiados, el día de nuestro bautismo, con una Vida Nueva en el Espíritu y somos herederos del Reino de Dios. Se nos ha dado un espíritu de hijos con el que llamamos a Dios ¡Abba! ¡Papá! y poseemos todos los bienes necesarios para tener una vida de bienaventurados y plena en el espíritu.
Pero... vamos detrás de otras vidas que nos ofrece el mundo, más fáciles, con más bienestrar, buscando la seguridad en los bienes terrenos... Y por todo lo que anhelamos día a día, vamos perdiendo la vida espiritual porque no tenemos tiempo para Dios, para aquél que nos da lo mejor que podemos tener, que nos puede transformar en alegría nuestras tristezas, en gozo el dolor, en vida la muerte, en paz la guerra, en descanso el agobio...
En realidad, no somos astutos y creemos que somos inteligentes porque le creemos a los que nos dicen que Dios no existe, y creemos que hacemos bien cuando no defendemos lo que creemos, y creemos que somos mejores porque negamos quienes somos ante el mundo. No, no somos astutos porque dejamos que la Luz del Espíritu se vaya apagando y nos quedamos ocultos para no defender la verdad, la justicia, el amor, nuestros ideales, nuestra fe.
Y, por eso el mundo va perdiendo la vida, porque los hijos de la luz que somos o mejor que creemos en el Camino que nos conduce a la Vida, no somos astutos para dar a conocer y para vivir la Vida Nueva que puede salvar al hombre.
"...Y el amo felicitó al administrador injusto, por la astucia con que había procedido. Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz.»
Ciertamente Jesús no quiere alabar la corrupción del administrador, un tema que hoy lo tenemos muy presente, y con el que todos estamos muy hartos. Sino que Jesús se asombra de la habilidad de para hacer que el pecado, que el mal sea algo bueno para alguien. Que alguien tenga habilidad suprema para el mal y no la tenga para el bien.
O sea, siempre me impresionó este evangelio, porque indirectamente Jesús nos está tirando un palo a nosotros, los hijos de la luz. A los hijos de las luz nos está diciendo que no somos astutos.
¿Por qué quiere Jesús que seamos astutos? Leamos bien el evangelio: el administrador al saber que se iba a quedar sin trabajo y ya siendo mayor, decidió hacer de amigos que le puedan ofrecer algo bueno, y por eso, antes de perder el trabajo se puso a pensar de qué manera conseguir algo para no tener que perder todo.
Nosotros, los hijos de luz hemos sido beneficiados, el día de nuestro bautismo, con una Vida Nueva en el Espíritu y somos herederos del Reino de Dios. Se nos ha dado un espíritu de hijos con el que llamamos a Dios ¡Abba! ¡Papá! y poseemos todos los bienes necesarios para tener una vida de bienaventurados y plena en el espíritu.
Pero... vamos detrás de otras vidas que nos ofrece el mundo, más fáciles, con más bienestrar, buscando la seguridad en los bienes terrenos... Y por todo lo que anhelamos día a día, vamos perdiendo la vida espiritual porque no tenemos tiempo para Dios, para aquél que nos da lo mejor que podemos tener, que nos puede transformar en alegría nuestras tristezas, en gozo el dolor, en vida la muerte, en paz la guerra, en descanso el agobio...
En realidad, no somos astutos y creemos que somos inteligentes porque le creemos a los que nos dicen que Dios no existe, y creemos que hacemos bien cuando no defendemos lo que creemos, y creemos que somos mejores porque negamos quienes somos ante el mundo. No, no somos astutos porque dejamos que la Luz del Espíritu se vaya apagando y nos quedamos ocultos para no defender la verdad, la justicia, el amor, nuestros ideales, nuestra fe.
Y, por eso el mundo va perdiendo la vida, porque los hijos de la luz que somos o mejor que creemos en el Camino que nos conduce a la Vida, no somos astutos para dar a conocer y para vivir la Vida Nueva que puede salvar al hombre.
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