De las cartas de san Cipriano, obispo y mártir
Cipriano a su hermano Cornelio.
Hemos tenido noticia, hermano muy amado, del testimonio glorioso
que habéis dado de vuestra fe y fortaleza; y hemos recibido con tanta alegría
el honor de vuestra confesión que nos consideramos partícipes y socios de
vuestros méritos y alabanzas. En efecto, si formamos todos una misma Iglesia,
si tenemos todos una sola alma y un solo corazón, ¿qué sacerdote no se
congratulará de las alabanzas tributadas a un colega suyo, como si se tratara
de las suyas propias? ¿O qué hermano no se alegrará siempre de las alegrías de
sus otros hermanos?
No hay manera de expresar cuán grande ha sido aquí la alegría
y el regocijo, al enterarnos de vuestra victoria y vuestra fortaleza: de cómo tú
has ido a la cabeza de tus hermanos en la confesión del nombre de Cristo, y de
cómo esta confesión tuya, como cabeza de tu Iglesia, se ha visto a su vez
robustecida por la confesión de los hermanos; de este modo, precediéndolos en el
camino hacia la gloria, has hecho que fueran muchos los que te siguieran, y ha
sido un estímulo para que el pueblo confesara su fe el hecho de que te mostraras
tú, el primero, dispuesto a confesarla en nombre de todos; y, así, no sabemos
qué es lo más digno de alabanza en vosotros, si tu fe generosa y firme o la
inseparable caridad de los hermanos. Ha quedado públicamente comprobada la
fortaleza del obispo que está al frente de su pueblo y ha quedado de manifiesto
la unión entre los hermanos que han seguido sus huellas. Por el hecho de tener
todos vosotros un solo espíritu y una sola voz, toda la Iglesia de Roma ha
tenido parte en vuestra confesión.
Ha brillado en todo su fulgor, hermano muy amado, aquella fe vuestra,
de la que habló el Apóstol. Él preveía ya en espíritu esta vuestra fortaleza y
valentía, tan digna de alabanza, y pregonaba lo que más tarde había de suceder,
atestiguando vuestros merecimientos, ya que, alabando a vuestros antecesores, os
incitaba a vosotros a imitarlos. Con vuestra unanimidad y fortaleza, habéis dado a
los demás hermanos un magnífico ejemplo de estas virtudes. Y, teniendo en cuenta
que la providencia del Señor nos advierte y pone en guardia y que los saludables
avisos de la misericordia divina nos previenen que se acerca ya el día de nuestra
lucha y combate, os exhortamos de corazón, en cuanto podemos, hermano muy amado,
por fa mutua caridad que nos une, a que no dejemos de insistir junto con todo el
pueblo, en los ayunos, vigilias y oraciones. Porque éstas son nuestras armas
celestiales, que nos harán mantener firmes y perseverar con fortaleza; éstas son
las defensas espirituales y los dardos divinos que nos protegen.
Acordémonos siempre unos de otros, con grande concordia y unidad de
espíritu, encomendémonos siempre mutuamente en la oración y prestémonos ayuda con
mutua caridad cuando llegue el momento de la tribulación y de la angustia.
miércoles, 16 de septiembre de 2020
Una fe generosa y firme
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