De los escritos de san Pío de Pietralcina, presbítero
Mediante asiduos golpes de cincel salutífero y cuidadoso despojo, el divino
Artífice busca preparar piedras para construir un edificio eterno, como nuestra
madre, la santa Iglesia Católica, llena de ternura, canta en el himno del oficio
de la dedicación de una iglesia. Y así es en verdad.
Toda alma destinada a la gloria eterna puede ser considerada una piedra
constituida para levantar un edificio eterno. Al constructor que busca erigir
una edificación le conviene ante todo pulir lo mejor posible las piedras que va
a utilizar en la construcción. Lo consigue con el martillo y el cincel. Del
mismo modo el Padre celeste actúa con las almas elegidas que, desde toda la
eternidad, con suma sabiduría y providencia, han sido destinadas para la
erección de un edificio eterno. El alma, si quiere reinar con Cristo en la
gloria eterna, ha de ser pulida con golpes de martillo y cincel, que el Artífice
divino usa para preparar las piedras, es decir, las almas elegidas. ¿Cuáles son
estos golpes de martillo y cincel? Hermana mía, las oscuridades, los miedos, las
tentaciones, las tristezas del espíritu y los miedos espirituales, que tienen un
cierto olor a enfermedad, y las molestias del cuerpo.
Dad gracias a la infinita piedad del Padre eterno que, de esta manera, conduce
vuestra alma a la salvación. ¿Por qué no gloriarse de estas circunstancias
benévolas del mejor de todos los padres? Abrid el corazón al médico celeste de
las almas y, llenos de confianza, entregaos a sus santísimos brazos: como a los
elegidos, os conduce a seguir de cerca a Jesús en el monte Calvario. Con alegría
y emoción observo cómo actúa la gracia en vosotros.
No olvidéis que el Señor ha dispuesto todas las cosas que arrastran vuestras
almas. No tengáis miedo a precipitaros en el mal o en la afrenta de Dios. Que os
baste saber que en toda vuestra vida nunca habéis ofendido al Señor que, por el
contrario, ha sido honrado más y más.
Si este benevolentísimo Esposo de vuestra alma se oculta, lo hace no porque
quiera vengarse de vuestra maldad, tal como pensáis, sino porque pone a prueba
todavía más vuestra fidelidad y constancia y, además, os cura de algunas
enfermedades que no son consideradas tales por los ojos carnales, es decir,
aquellas enfermedades y culpas de las que ni siquiera el justo está inmune. En
efecto, dice la Escritura: “Siete veces cae el justo” (Pr 24, 16).
Creedme que, si no os viera tan afligidos, me alegraría menos, porque entendería
que el Señor os quiere dar menos piedras preciosas... Expulsad, como
tentaciones, las dudas que os asaltan... Expulsad también las dudas que afectan
a vuestra forma de vida, es decir, que no escucháis los llamamientos divinos y
que os resistís a las dulces invitaciones del Esposo. Todas esas cosas no
proceden del buen espíritu sino del malo. Se trata de diabólicas artes que
intentan apartaros de la perfección o, al menos, entorpecer el camino hacia
ella. ¡No abatáis el ánimo!
Cuando Jesús se manifieste, dadle gracias; si se oculta, dadle gracias: todas
las cosas son delicadezas de su amor. Os deseo que entreguéis el espíritu con
Jesús en la cruz: “Todo está cumplido” (Jn 19, 30).
miércoles, 23 de septiembre de 2020
Piedras en el edificio eterno
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