"El primer hombre, que proviene de la tierra, es terrenal; el segundo hombre es del cielo. Como el hombre terrenal, así son los de la tierra; como el celestial, así son los del cielo. Y lo mismo que hemos llevado la imagen del hombre terrenal, llevaremos también la imagen del celestial".
Esta realidad de la que nos habla San Pablo no es sólo una realidad virtual o una realidad que se dió en Adán y Jesús, sino es nuestra propia realidad, nuestra propia vida. Nacimos como hombres terrenales, y, en la Pila Bautismal, volvimos a nacer como hombre espirituales, como hijos de Dios, configurados, por Gracia del Espíritu Santo, a imagen de Jesús resucitado. Esa es nuestra realidad, en un cuerpo mortal y terrenal, vive un hombre vivificado por el Espíritu que es imagen del Hombre Espiritual que alcanzará su plenitud cuando sea llamado a compartir la Vida en la Casa Paterna.
Mientras tanto hay dos hombres es cada uno de nosotros, dos realidad, como también le llama San Pablo: la carne y el espíritu, que luchan entre sí para poder dar vida a lo que cada uno quiere. ¿Cuál ganará? Eso depende de lo que querramos ser, de lo que sepamos que tenemos que ser y no de lo que queremos ser, o de lo que el mundo quiere que seamos.
El hombre terrenal, la carne, nuestros instintos y sentimientos nos hacen gustar y soñar diferentes realidades, pues vivimos y nos movemos en un mundo que no ha conocido y no quiere conocer a Dios. Un mundo que no respeta la vida y que quiere dominar sobre el Espíritu del Señor, buscando la constante destrucción del hombre por el hombre, engañandonos con pseudo verdades que nos quieren hacer creer de una dignidad que nos lleva a la masificación del individuo.
En cambio, el hombre espiritual que gusta de la Verdad Plena, sabe que hay una Voluntad, la de Dios, que nos lleva a la originalidad de nuestro ser y que, con el sacrificiio de "llevar a esclavitud" nuestra carne, alcanzaremos la verdad de nuestro ser, y la perfecta individualidad de nuestra vida nos dará la dignidad y plenitud que anhela todo ser humano, varón y mujer.
Por eso, San Pablo habla siempre de esa lucha interior entre la carne y el espíritu, sobre todo, porque consciente o inconscientemente el hombre espiritual va surgiendo y nos hace buscar y anhelar los bienes celestiales, que son los que dan verdadero sentido a la vida humana.
No pemitamos que los vientos cambiantes del mundo nos vayan llevando de un lado para el otro sin encontrar el verdadero sentido de nuestras vidas, sino que dejemos que soplo del Espíritu Santo nos indique y nos ayude a encontrar y recorrer el Camino que le da sentido y plenitud a nuestra vida.
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