Le dice san Pablo a los Corintios:
"La conciencia, es verdad, no me remuerde; pero tampoco por eso quedo absuelto: mi juez es el Señor.
Así, pues, no juzguéis antes de tiempo, dejad que venga el Señor. Él iluminará lo que esconden las tinieblas y pondrá al descubierto los designios del corazón; entonces cada uno recibirá de Dios lo que merece".
Si lo leemos muy literal podríamos pensar que san Pablo tiene una conciencia laxa, y que poco le importa lo que digan de él, o lo que él haga, sea bueno o sea malo. Pero no es así. Si a esta carta le agregamos tantos otros párrafos donde él habla de su vida espiritual, vamos a descubrir que, diariamente, está en una lucha constante para hacer lo que debe, a pesar de que no siempre le sale, sino que, muchas veces, hace lo que no quiere. Pero, a pesar de eso siempre busca la Voluntad de Dios en todo momento, no se detiene a llorar por el camino, sino que sigue en marcha hacia la meta.
Y, así como nos cuenta de esa lucha, también nos cuenta de sus logros: "no soy yo quien vive en mí, sino que es Cristo quien vive en mí", y eso es un logro que tenemos que seguir buscando cada día: que sea Jesús quien viva en nosotros y por nosotros, porque, en realidad, somos "servidores de Cristo", y lo que tenemos que hacer es mostrarlo a Él a través de nuestra vida.
Pero también este párrafo nos muestra algo: no juzguemos sólo una parte de la vida de los demás. En realidad no tenemos por qué juzgar la vida de los demás, pues no conocemos su interior, no conocemos el contexto, no conocemos toda su vida y no sabemos el por qué ha actuado como lo ha hecho. En cambio ayudemos al que cae, al que quiere levantarse, al que queire seguir caminando y recorriendo el camino hasta la meta final.
Porque lo importane no es que juzgue mi vida o la vida de los demás, sino qué es lo que hago después de haberlo juzgado: ayudo a convertir, me ayudo para cambiar, o simplemente me comporto como todo hombre mundano que sólo se lamenta y se queda esperando algún milagro, o me entretengo con los comentarios que dañan a mis hermanos por sus pecados.
Porque, tengamos en cuenta que siempre el Señor mira en lo más profundo de nuestro corazón y Él sabrá cómo he respondido, qué he hecho por mi hermano, cómo lo he tratado y en esa medida seré yo juzgado y tratado: "porque con la misma vara con que mediereis sereis medidos". Por eso la mejor vara que el Señor nos ha dado para medir, no es la de la justicia, sino la de la misericordia, para ayudar a quien se cae, y no sólo para condenarlo.
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