Del Sermón de san León Magno, papa, Sobre las bienaventuranzas
Con toda razón se promete a los limpios de corazón la bienaventuranza de la
visión divina. Nunca una vida manchada podrá contemplar el esplendor de la luz
verdadera, pues aquello mismo que constituirá el gozo de las almas limpias será
el castigo de las que estén manchadas. Que huyan, pues, las tinieblas de la
vanidad terrena y que los ojos del alma se purifiquen de las inmundicias del
pecado, para que así puedan saciarse gozando en paz de la magnífica visión de
Dios.
Pero para merecer este don es necesario lo que a continuación sigue: Dichosos
los que obran la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Esta
bienaventuranza, amadísimos, no puede referirse a cualquier clase de concordia o
armonía humana, sino que debe entenderse precisamente de aquella a la que alude
el Apóstol cuando dice: Estad en paz con Dios, o. a la que se refiere el profeta
al afirmar: Mucha paz tienen los que aman tus leyes, y nada los hace tropezar.
Esta paz no se logra ni con los lazos de la más íntima amistad ni con una
profunda semejanza de carácter, si todo ello no está fundamentado en una total
comunión de nuestra voluntad con la voluntad de Dios. Una amistad fundada en
deseos pecaminosos, en pactos que arrancan de la injusticia y en el acuerdo que
parte de los vicios nada tiene que ver con el logro de esta paz. El amor del
mundo y el amor de Dios no concuerdan entre sí, ni puede uno tener su parte
entre los hijos de Dios si no se ha separado antes del consorcio de los que
viven según la carne. Mas los que sin cesar se esfuerzan por mantener la unidad
del Espíritu, con el vínculo de la paz, jamás se apartan de la ley divina,
diciendo, por ello, fielmente en la oración: Hágase tu voluntad en la tierra
corno en el cielo.
Éstos son los que obran la paz, éstos los que viven santamente unánimes y
concordes, y por ello merecen ser llamados con el nombre eterno de hijos de Dios
y coherederos, de Cristo; todo ello lo realiza el amor de Dios y el amor del
prójimo, y de tal manera lo realiza que ya no sienten ninguna adversidad ni
temen ningún tropiezo, sino, que, superado el combate de todas las tentaciones,
descansan tranquilamente en la paz de Dios, por nuestro Señor Jesucristo, que
con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina por los siglos de los siglos.
Amén.
lunes, 7 de septiembre de 2020
Mucha paz tienen los que aman tus leyes
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