Del prólogo al Comentario de san Jerónimo, presbítero, sobre el libro del profeta Isaías
Cumplo con mi deber, obedeciendo los preceptos de Cristo, que dice:
Ocupaos en examinar las Escrituras, y también: Buscad y hallaréis,
para que no tenga que decirme, como a los judíos: Estáis en un error; no
entendéis las Escrituras ni el poder de Dios. Pues si, como dice el apóstol
Pablo, Cristo es el poder de Dios y la sabiduría de Dios, y el que no conoce las
Escrituras no conoce el poder de Dios ni su sabiduría, de ahí se sigue que ignorar
las Escrituras es ignorar a Cristo.
Por esto quiero imitar al amo de casa, que de su provisión saca lo
nuevo y lo antiguo, y a la esposa que dice en el Cantar de los cantares: He
guardado para ti, mi amado, lo nuevo y lo antiguo; y, así, expondré el libro
de Isaías, haciendo ver en él no sólo al profeta, sino también al evangelista y
apóstol. Él, en efecto, refiriéndose a sí mismo y a los demás evangelistas, dice:
¡Qué hermosos son los pies de los que anuncian el bien, de los que anuncian la
paz! Y Dios le habla como a un apóstol, cuando dice: ¿A quién mandaré?
¿Quién irá a ese pueblo? Y él responde: Aquí estoy, mándame.
Nadie piense que yo quiero resumir en pocas palabras el contenido de
este libro, ya que él abarca todos los misterios del Señor: predice, en efecto, al
Emmanuel que nacerá de la Virgen, que realizará obras y signos admirables, que
morirá, será sepultado y resucitará del país de los muertos, y será el Salvador de
todos los hombres. ¿Para qué vaya hablar de física, de ética, de lógica? Este libro
es como un compendio de todas las Escrituras y encierra en sí cuanto es capaz de
pronunciar la lengua humana y sentir el hombre mortal. El mismo libro contiene unas
palabras que atestiguan su carácter misterioso y profundo: Cualquier visión se
os volverá -dice- como el texto de un libro sellado: se lo dan a uno que
sabe leer, diciéndole: «Por favor, lee esto.» y él responde: «No puedo, porque está
sellado.» Y se lo dan a uno que no sabe leer, diciéndole: «Por favor, lee esto.» Y
él responde: «No sé leer.»
Y si a alguno le parece débil esta argumentación, que oiga lo que dice
el Apóstol: Cuanto a los dotados del carisma de profecía, que hablen dos o tres,
y que los demás den su dictamen; y, si algún otro que está sentado recibiera una
revelación, que calle el que está hablando. ¿Qué razón tienen los profetas para
silenciar su boca, para callar o hablar, si el Espíritu es quien habla por boca de
ellos? Por consiguiente, si recibían del Espíritu lo que decían, las cosas que
comunicaban estaban llenas de sabiduría y de sentido. Lo que llegaba a oídos de los
profetas no era el sonido de una voz material, sino que era Dios quien hablaba en
su interior, como dice uno de ellos: El ángel que hablaba en mí, y también:
Que clama en nuestros corazones: «¡Padre!», y asimismo: Voy a escuchar lo
que dice el Señor.
miércoles, 30 de septiembre de 2020
Ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo
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