De los Sermones de san León Magno, papa
En todo tiempo, amados hermanos, la misericordia del Señor
llena la tierra, y todo fiel halla en la misma naturaleza motivo de adoración a
Dios, ya que el cielo y la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos nos hablan
de la bondad y omnipotencia del que los ha creado, y la admirable belleza de los
elementos puestos a nuestro servicio exige de la creatura racional el justo
tributo de la acción de gracias.
Pero al volver de nuevo estos días, marcados de manera
especial por 10s misterios de nuestra redención, y que preceden inmediatamente a
la celebración de la Pascua, se nos intima una mayor diligencia en prepararnos
con la purificación de nuestro espíritu.
En efecto, es propio de la fiesta de Pascua que toda la
Iglesia se regocije por el perdón de sus pecados, y ello no sólo en los que
renacerán por el sagrado bautismo, sino también en los que han sido ya
anteriormente agregados a la porción de los hijos adoptivos.
Pues, si bien lo que nos hace hombres nuevos es
principalmente el baño de regeneración, sin embargo, como nos es también
necesaria a todos la cotidiana renovación contra la herrumbre de nuestra
condición mortal, y nadie hay que no tenga el deber de afanarse continuamente
por una mayor perfección, es necesario un esfuerzo por parte de todos para que
el día de nuestra redención nos halle a todos renovados.
Por tanto, amados hermanos, lo que cada cristiano ha de hacer
en todo tiempo ahora debemos hacerlo con más intensidad y entrega, para que así
la institución apostólica de esta cuarentena de días logre su objetivo mediante
nuestro ayuno, el cual ha de consistir mucho más en la privación de nuestros
vicios que en la de los alimentos.
Junto al razonable y santo ayuno, nada más provechoso que la
limosna, denominación que incluye una extensa gama de obras de misericordia, de
modo que todos los fieles son capaces de practicarla, por diversas que sean sus
posibilidades. En efecto, con relación al amor que debemos a Dios y a los
hombres, siempre está en nuestras manos la buena voluntad, que ningún obstáculo
puede impedir. Los ángeles dijeron: Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra
paz a los hombres de buena voluntad; con ello nos enseñaron que todo aquel que
por amor se compadece de cualquier miseria ajena se enriquece, no sólo con la
virtud de su buena voluntad, sino también con el don de la paz.
Las obras de misericordia son variadísimas, y así todos los
cristianos que lo son de verdad, tanto si son ricos como si son pobres, tienen
ocasión de practicarlas a la medida de sus posibilidades; y aunque no todos
puedan ser iguales en la cantidad de lo que dan, todos pueden serio en su buena
disposición.
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