sábado, 9 de marzo de 2019

Conversión

"Esto dice el Señor:
Cuando alejes de ti la opresión, el dedo acusador y al calumnia, cuando ofrezcas al hambriento de lo tuyo y sacies al alma afligida, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad como el mediodía.
El Señor te guiará siempre, hartará tu alma en tierra abrasada, dará vigor a tus huesos.
Serás un huerto bien regado, un manantial de aguas que no engañan".
Cuando descubrimos que no somos todo lo bueno que nos creemos, cuando descubrimos que aún quedan en nuestro corazón rencores por quitar, cuando nos damos cuenta que podemos perdonar, es que ha llegado el día de nuestra conversión. Porque convertirnos no es un paso tan difícil, sino que necesitamos descubrir qué es lo que tenemos que convertir. Quizás no sean grandes pecados los que haya en nuestro corazón, sino pequeñas cosas que hemos ido guardando a través del tiempo y que hemos querido olvidar, pero que no lo hemos logrado.
La conversión nos trae la paz, nos deja el corazón libre para poder llenarlo con la Gracia de Dios que es lo que nos tranquiliza, lo que nos ilumina, nos fortalece y nos llena de alegría para serguir entregándonos, para seguir creyendo y teniendo esperanza en el nuevo día, para seguir trabajando por un mundo verdaderamente nuevo, donde la fraternidad, el respeto y la paz vuelvan a reinar en nuestras vidas.
Pero todo nace de un corazón arrepentido y humillado ante el Señor, de un corazón que ha descubierto el camino para encontrar la paz. Es corazón, como dice el Señor, será "un manantial de aguas que no engañan" porque de él verterá siempre el amor que brotó del Corazón de Jesús.
Siempre me gusta insistir en que no tengamos miedo de reconocernos pecados, de reconocer nuestros errores, defectos, y ¡tantas cosas que tenemos! porque cuanto más nos reconocemos débiles más viene el Señor a fortalecernos. Porque así se lo dijo Él a los fariseos:
«No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan».
Cada día el Señor nos espera para sanar nuestras heridas, para robustecer nuestras debilidades, para iluminar nuestras tinieblas y oscuridades, para esclarecer nuestras dudas, para liberarnos de nuestros rencores, para devolvernos la alegría de la salvación y encendernos en la esperanza de volver a ser nuevos cada día. Pero para ello necesita que descubramos que lo necesitamos, y no sólo para nosotros mismos, sino para que nosotros podamos ser buenos instrumentos en sus manos y así como Él nos da lo que necesitamos, eso mismo se lo entreguemos a aquellos que todavía no lo conocen y lo necesitan.

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