"En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados".
"En cada mujer que en tierra nació,
María dejó un rastro de Dios,
un sueño de Madre María les dió:
cuidar la vida y amar".
Hoy en el día de la Madre (en España) no he podido de dejar de pensar en esta canción de María, porque en ella se ve reflejado, también, ese pasaje de la carta de San Juan: Él nos amó, y nos amó primero, así como nuestras madres que nos amaron primero antes que nadie, pues ya sentían en su cuerpo la presencia de un nuevo ser, de una nueva persona que no era alguien más, que no es algo más, sino que es su propio hijo.
Saber que en ellas hay una vida nueva es sentir y conocer ese rastro de Dios en su propio cuerpo, ese rastro de Dios que es dar vida y vida en abundancia, y una vida llena de amor pues desde el primer momento, junto con el hijo que va naciendo, va naciendo el amor por ese hijo de sus entrañas. Y, sin querer caer en la herejía, se podría decir que, como Dios, nos aman desde antes de nuestro nacimiento, pues siempre está ese sueño en su corazón: ser madres.
Hoy, al leer las lecturas que la liturgia nos ofrece en este VI Domingo de Pascua, nos podemos dejar de pensar en ¡cuánto amor nos ha dado el Padre al regalarnos una madre, aquí en la tierra, y una Madre que nos cuida desde el Cielo! Es que somos tan pequeños e indefensos que necesitamos de mucho amor para poder aprender a entregarlo. No conocemos o no aprendemos a amar si no nos enseñan a amar, y esa enseñanza comienza cuando desde nuestra concepción comenzamos a ser amados.
Por eso en este siglo tan en tinieblas frente al desprecio por la vida por nacer, tenemos que pedir mucho al Espíritu Santo que nos ayude a comprender que toda vida, aun desde el primer instante de la concepción merece ser amada. Y que toda vida, aún hasta el último aliento que le quede aquí en la tierra merece nuestro amor.
Porque, en definitiva, todos, varones y mujeres, tenemos en nuestro corazón ese deseo de ser amados y de amar, un sueño que Dios dejó en nuestro corazón, y no podemos dejar de hacerlo realidad a cada instante de nuestra vida, pues si dejamos de pensarlo o de vivirlo, perdemos lo esencial de nosotros mismos, que es lo que nos diferencia de otros animales: la capacidad de amar con todo nuestro ser.
Hoy, en cada misa, serán tenidas en cuenta todas las madres: las presentes y las ausentes, y, especialmente, claro está, mi madre, o como les decimos en argentina "mi vieja", que siempre desde la distancia, pero en la cercanía constante del amor siempre está a mi lado. Y por eso le doy Gracias a Dios por haberme dado la oportunidad de tenerla a mi lado, de aprender de ella a amar y (aunque sigo aprendiendo) a dar sin pedir nada a cambio. Un abrazo de corazón y mi bendición para ella y para cada una de vosotras.
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