sábado, 26 de mayo de 2018

Comenzar a ser Niños en Dios

Dice Jesús:
"En verdad os digo que que quien no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él".
La infancia espiritual un camino de perfección muy difícil y duro para nosotros, los adultos. Decía Mons. Castagna (el obispo que me ordenó sacerdote): "hay que ser muy fuerte para ser niño". Una espiritualidad que nos enseñó la Doctora de la Iglesia Santa Teresita de Lisieux, y ella misma nos muestra lo difícil que es llegar a ser niño en Dios, pues hay que saber renunciar, todos los días y a cada instante, a nuestra condición de adultos, a nuestra "sabiduría" de adultos para aprender a confiar en la Providencia de Dios que va guiando nuestro caminar.
¿Por qué hay que ser muy fuerte para ser niños en Dios, para vivir la infancia espiritual? Porque, simplemente, va contra nuestro orden de ser, contra nuestro actuar cotidiana, contra nuestra propia naturaleza humana y, sobre todo, contra el ritmo que va teniendo el mundo de hoy. Hoy nadie quiere "dejarse conducir", "dejarse guiar", ni tan siquiera los pequeñajos que suben un palmo del suelo, todos desde que comenzamos a tomar consciencia de nuestro YO queremos ser libres, no queremos que nadie nos condicione en nuestro actuar, menos en este siglo XXI donde todos comenzamos a esgrimir nuestros derechos (sin tener encuenta nuestras obligaciones, y sin tener en cuenta, sobre todo, los derechos de los demás, pues esos no importan)
La espiritualidad de la infancia espiritual nada tiene que ver con un infantilismo o un providencialismo que nos deja de brazos cruzados esperando que todo nos venga de arriba, sino que nos lleva a un trabajo diario en la renuncia de nuestro propioi YO y en la búsqueda constante de la Voluntad de Dios, y, por eso mismo, de la aceptación de Su Voluntad. Saber qué es lo que Dios quiere no se aprende de un día para otro, sino que necesitamos un esfuerzo diario para encontrarnos con el Señor, cada uno según su propio estilo de vida: laical o consagrado, pues la oración y la reflexión de la Palabra no llevan los mismos tiempos en la vida laical que en la consagrada, pues un laico no puede estar horas rezando para encontrarse con Dios, pues tiene un montón de ocupaciones en donde Dios le pide actuar. En cambio el consagrado necesita de más tiempo para encontrarse con el Señor y vivir su consagración a Él.
Pero sí en uno como en otro el desasimiento de uno mismo sólo lo podemos lograr si estamos verdaderamente unidos al Señor, y con la Gracia del Espíritu Santo, y la recepción de la Eucaristía que nos fortalece en el Espíritu, podemos aceptar, diariamente, la muerte de nuestro YO para poder buscar la Voluntad de Dios, pues si no renunciamos primero a nuestros planes ¿cómo podemos aceptar los de Dios?
Así, con actitud humilde y alegre podremos confiar en la Providencia para que nos muestre, día a día, el Camino a recorrer y nos lleve de Su Mano para poder alcanzar los más altos Ideales que Él pensó para nosotros: tanto en la actividad como en la pasividad, en la acción como en la contemplación, en la saludo como en la enfermedad, en el ocio o el negociio, trabajando o descansando, pues cada día tiene su propio afán y en este día he de buscar qué es lo que Él quiere para mí.
Así, como dice Santa Teresita, abriendo mi corazón al comenzar el día al Señor podré "hacer sobrenaturales las cosas naturales y extraordianrias las cosas ordianrias", pues todo lo haré desde el Amor que el Señor me tiene y con el Amor que el Señor me da.

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