El Espíritu Santo, en cuanto que es Dios, junto con el Padre y el Hijo, nos
renueva en el bautismo y nos retorna de nuestro estado deforme a nuestra
primitiva hermosura, llenándonos de su gracia, de manera que ya nada nos queda
por desear; nos libra del pecado y de la muerte;
nos convierte de terrenales, esto es, salidos de la tierra y del polvo, en
espirituales; nos hace partícipes de la gloria divina, hijos y herederos de Dios
Padre, conformes a la imagen del Hijo, coherederos y hermanos de éste. para ser
glorificados y reinar con él; en vez de la tierra nos da el cielo y nos abre
generosamente las puertas del paraíso, honrándonos más que a los mismos ángeles;
y con las aguas sagradas de la piscina bautismal apaga el gran fuego
inextinguible del infierno.
Hay en el hombre un doble nacimiento, uno natural, otro del Espíritu divino.
Acerca de uno y otro escribieron los autores sagrados. Yo voy a citar el nombre de cada uno
de ellos, así como su doctrina.
Juan: A cuantos lo recibieron, a los que creen en su nombre, dio poder de
llegar a ser hijos de Dios, los cuales traen su origen no de la sangre ni del deseo carnal
ni de la voluntad del hombre, sino del mismo Dios. Todos los que creen en Cristo, afirma,
han recibido el poder de llegar a ser hijos de Dios, esto es, del Espíritu Santo, y de llegar
a ser del mismo linaje de Dios. Y, para demostrar que este Dios que nos engendra es el Espíritu
Santo, añade estas palabras de Cristo en persona: Te aseguro que el que no nazca de agua y
de Espíritu no puede entrar en el reino de Dios.
La piscina bautismal, en efecto, da a luz de manera visible al cuerpo visible de
la Iglesia, por el ministerio de los sacerdotes; pero el Espíritu de Dios, invisible a todo ser
racional, bautiza espiritualmente en sí mismo y regenera, por ministerio de los ángeles, nuestro
cuerpo y nuestra alma.
Juan el Bautista, en relación con aquella expresión: De agua y de Espíritu,
dice, refiriéndose a Cristo: Él os bautizará con el Espíritu Santo y con fuego.
Ya que nosotros somos como una vasija de barro, por eso necesitamos en primer lugar ser
purificados por el agua, después ser fortalecidos y perfeccionados por el fuego espiritual (Dios,
en efecto, es un fuego devorador); y, así, necesitamos del Espíritu Santo para nuestra perfección
y renovación, ya que este fuego espiritual es también capaz de regar, y esta agua espiritual es
capaz de fundir como el fuego.
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