viernes, 1 de abril de 2016

Anunciar con amor

Hoy me fijado en una cosa de este evangelio de la pesca milagrosa o de la tercera aparición de Jesús a los apóstoles. Que quizás no nos diga nada, pero me sorprendió: es la actitud de Pedro y de Juan.
Juan o el discípulo a quien Jesús amaba le dice a Pedro "Es el Señor". Para Juan no hace falta verlo claramente a Jesús, le basta con escuchar su voz para reconocerlo, porque es la Voz del Amado, la Voz de aquél a quién escucho con el corazón y desde el corazón. Hay entre ellos una relación diferente que hace que no necesite más nada para saber de su presencia, porque él ya sabe que Jesús está ahí. Por eso su reacción ante la Voz del Señor es anunciar que Él está ahí: "Es el Señor" le dice a Pedro que aún no lo ha reconocido.
Pedro, que también lo quería a Jesús, pero no tenía la misma relación que Juan, no reconoce su voz, ni tan siquiera reconoce el signo de la pesca milagrosa, pero sí reconoce la Verdad en los labios de Juan y se deja conducir por esa Verdad. No le hace falta a Pedro preguntar nada más, ni cómo lo reconoció, ni preguntarle a los otros si realmente es verdad, sólo confía en Juan porque Él habla con la Verdad del corazón, con la Verdad de aquél que conoce lo que dice.
Juan no se apresura para ir al encuentro del Señor, sabe y confía que Él lo está esperando, pero sobre todo sabe que siempre estará con Él, porque el amor siempre está al lado de quien ama.
Pedro sí que se apresura para ir con Jesús, no porque desconfiara sino porque necesita estar con Él, necesita, quizás vivir lo que está viviendo Juan. Pero, sobre todo no quiere perderse un momento de su presencia, porque Él es todo para Pedro.
En nuestras vidas pasa muchas veces esta misma situación: lo necesitamos pero no sabemos dónde está y cuando nos lo dicen quizás, no creemos porque necesitamos más signos, más respuestas. O, quizás, muchas veces lo que sabemos que Él nos va a decir no es lo que queremos escuchar y por eso no nos tiramos como Pedro al agua para ir a su encuentro.
Pero también tenemos, como Juan, que anunciar que ¡El es el Señor! y dónde se lo puede encontrar, pero anunciar con la certeza del corazón que se siente amado por el Señor, con la alegría de sabernos amados y salvados por Él, para que realmente quien escucha nuestro anuncio no dude en saber que es Verdad lo que anunciamos.

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