sábado, 9 de abril de 2016

Los sustos de Dios

" Habían remado unos veinticinco o o treinta estadios, cuando vieron a Jesús que se acercaba a la barca, caminando sobre el mar, y se asustaron. Pero él les dijo: – «Soy yo, no temáis».
Hay momentos en nuestras vidas que no nos damos cuenta que hemos comenzado a remar solos, por tal o cual motivo, salimos a la mar y comenzamos solos a remar hacia la otra orilla. Y después de tanto remar nos hemos cansando, es lo lógico, pues después de largas jornadas de trabajo, de oscuridad, de dolor, de cruz, llega el cansancio.
Los apóstoles, después de tanto remar, están cansados, había sido un día largo, y con el cansancio uno no tiene todas las luces. A muchos cuando estamos muy cansados se nos apagan todas las luces y se nos encienden los temperamentos más duros, el genio más fuerte.
Y, en ese momento aparece Jesús caminando sobre el agua. Claro no tenía otra forma de llegar a ellos. En nuestra vida, a veces, Jesús no tiene otra forma para decirnos que tenemos que parar, que tenemos que dejarlo subir a nuestra vida, si no es dándonos un buen susto. Cuando nos asustamos recién nos damos cuenta que tenemos que reaccionar, que hacer otra cosa, o, simplemente tenemos que abrir los ojos para ver y mirar lo que la vida, y, en este caso el Señor nos quiere decir.
Así, cuando Jesús ha llamado nuestra atención, lo primero que nos dice es: "Soy yo, no temáis". Pues Él quiere poder estar con nosotros, que si bien nos ha dejado andar mucho tiempo solos, llega el momento en que necesitamos que vuelva, y no siempre nos damos cuenta que lo necesitamos.
No siempre nos damos cuenta que nos hemos vuelto tan autosuficientes que dejamos de lado a los que quieren estar con nosotros, a los que quieren darnos una mano para caminar, y, sobre todo, nos alejamos del Señor que quiere darnos la tranquilidad y la sabiduría para poder caminar hacia buen destino.
Por eso, ante los sustos que nos da Dios en nuestras vidas, no es para que nos paralicemos, sino para que abramos los ojos, miremos a nuestro alrededor y reconozcamos la situación en la que estamos. De este modo podremos mejorar el ritmo, la marcha, el caminar y, sobre todo, el Señor podrá volver a subir a mi vida para acoopañarme y con el Señor, muchas veces, podrán subir todos aquellos que por el cansancio fui dejando a un lado en mi vida.

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