“Maestro queremos que hagas lo que te vamos a pedir”,
¿cuántas veces hemos tenido la misma intención? O incluso ¿cuántos veces le
hemos exigido a Dios que haga lo que queremos? Quizás muchas, quizás no nos
hemos dado cuenta o quizás sí, pero no siempre nos ponemos a pensar qué es lo
que le exigimos a Dios y por qué se lo exigimos. Seguramente que tendremos
nuestras buenas razones, pero Jesús nos contestará, quizás como le contestó a
Santiago y a Juan: “No sabéis lo que pedís”.
¿Por qué no sabemos lo que pedimos? Si seguramente lo
sabemos y muy bien, porque siempre pedimos sabiendo lo que queremos, y eso es
cierto. Pero Jesús no se refiere a que no sabemos qué es lo que queremos, sino
que no sabemos qué es lo que pedimos, porque muchas veces pedimos sin saber qué
es lo que quiere Dios.
Y esa es una pregunta que tiene que repercutir en nuestro
corazón antes de pedir: ¿Qué es lo que quiere el Señor con esto que quiero
pedir? O mejor ¿lo que le voy a pedir es lo que realmente quiere Dios para mí?
Claro que, como hijos pequeños no sabemos a ciencia cierta qué es lo que el
Padre quiere, pero cierto es, también, que siempre es necesario ponernos a
pensar antes de pedir, porque también es la respuesta que algunas veces nos han
dado nuestro padres e, incluso, nos han advertido “pero tú no sabes lo que me
estás pidiendo” o “¡cómo se te ocurre pedir eso?”
En el camino del crecimiento espiritual tenemos que ponernos
a pensar cuáles son nuestras necesidades y cuál es la Voluntad de Dios en mi
vida, por que si lo que quiero coincide con lo que Dios quiere, seguramente lo
obtendremos, pero si no es así, aunque gaste mis pies en largas peregrinaciones
no voy a obtener nada, salvo grandes ampollas en los pies, o buenos músculos en
las piernas de tanto caminar.
Por eso Jesús los pone a los apóstoles ante la exigencia:
“¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber?”. Por que claro pedir lo
que otros consiguieron con esfuerzo y dolor no nos cuesta nada, pero hacer
nosotros el mismo esfuerzo para conseguir los mismos resultados es otra cosa.
Estamos acostumbrados a poder tener mucho sin esfuerzos, y por eso, cuanto más
nos dan más queremos, pues no tenemos que pagar ningún precio. Pero cuando nos
piden algo a cambio de lo que queremos ya no lo queremos tanto.
Jesús nos ha dado la Vida y para obtener los frutos de
salvación que Él nos otorgó lo que nos pide es que nos neguemos a nosotros
mismos, que carguemos con nuestra Cruz de cada día y que lo sigamos, pero…
¿estamos dispuestos a hacerlo?
Y aquí caemos en lo mismo, somos muchos los que queremos los
frutos de salvación pero son pocos lo que aceptan seguir a Jesús con todas sus
consecuencias. La respuesta esta en nosotros, en nuestro corazón y en nuestros
labios. Por eso ¿somos capaces de beber el cáliz de salvación que Él ha bebido
por nosotros?
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.