"Jesús empezó a hablar, dirigiéndose primero a sus discípulos:
-«Cuidado con la levadura de los fariseos, o sea, con su hipocresía.
Nada hay cubierto que no llegue a descubrirse, nada hay escondido que no llegue a saberse".
La levadura de los fariseos: la hipocresía, es lo que más gusta "aparentar", presentarnos ante los demás como alguien que sabe más, que tiene más, es decir subirnos a un pedestal que no existe. Tenemos, gracias al pecado original, ese deseo de estar siempre por arriba del otro, y, de una forma u otra, consiente o inconscientemente, siempre queremos lograrlo. Algunos lo llaman adaptación al medio, pues me adapto a quién tengo delante y según quien digo o hago determinadas cosas.
La hipocresía o el aparentar son defectos de quienes no están seguros de sí mismos, de quienes tienen miedo de que no se los considere o de que quién son no guste a los demás. Por eso aparentamos ciertas posturas, opiniones, y nos "mezclamos" entre los demás, como la levadura en la harina.
Pero esta levadura, la de los fariseos, no es una levadura que sea buena, sino que no hace lo que debería hacer: leudar la masa para hacer un buen pan, sino todo lo contrario se aplasta, y no fructifica como debería, porque al final su hipocresía es descubierta, y se vuelve a disolver entre la masa y se pierde.
En cambio la levadura verdadera, aunque esté bien oculta en la masa cumple perfectamente su trabajo y hace que la masa levante, y de como fruto un pan excelente.
Ante esta realidad Jesús nos advierte y nos pide que tengamos cuidado, que ante quien nunca podremos "aparentar" es ante quien ve las intenciones del corazón y nos conoce desde antes de nacer: nuestro Padre Dios. Él es a quien debemos temer porque Él nos ha llamado a ser Sal, Luz y Fermento, pero del bueno. Por eso si no hacemos igual a la levadura de los fariseos, no estamos siendo lo que Dios quiere. Por eso nos advierte:
"Os voy a decir a quién tenéis que temer: temed al que tiene poder para matar y después echar al infierno. A éste tenéis que temer, os lo digo yo".
Porque muchas veces, nuestra hipocresía es por temor a lo que dirán los demás, a lo que vean mis amigos, o los más cercanos, y sin embargo, ante quien tengo que quedar bien es ante mí mismo y Dios, por eso la mentira y la falsedad terminan matando en mí lo mejor que Dios ha creado.
Pero finalmente, nos dice:
"¿No se venden cinco gorriones por dos cuartos? Pues ni de uno solo se olvida Dios.
Hasta los pelos de vuestra cabeza están contados.
Por lo tanto, no tengáis miedo: no hay comparación entre vosotros y los gorriones.»
Por que antes de vivir con temor, vivamos con confianza en aquél que nos dio la Vida, no temamos a quienes pueden hablar mal de mí, sino antes tengamos confianza en quien nos puede fortalecer ante el mal de los hombres.
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