“Pedro le
preguntó: Señor, ¿has dicho esa parábola por nosotros o por todos?”
Cuántas veces
nos pasa lo mismo cuando leemos la Palabra de Dios y nos preguntamos “¿por
quién lo habrá dicho?”, o cuando el sacerdote predica en la Misa “¿lo habrá
dicho por mí?”. Más de una vez alguien me pregunta: “eso que dijiste ¿era para
mí?”. Gracias a Dios no tenemos (creo) los sacerdotes el don de leer la vida
oculta de nuestros fieles (aunque algunos santos lo tenían) pero, en particular
yo, no lo tengo. Y cuando predico, intento responder al Espíritu Santo que sabe
más que yo. Y si sale algo bueno es gracias a Él, aunque no siempre puede hacer
maravillas.
Pero, más que
nada, la Palabra de Dios, como dice San Pablo: “es viva y eficaz, como espada
de doble filo”, o sea, si no corta por un lado corta por el otro, y si no le
habla al que está a mi lado, me habla a mí, y, aunque le hable al que está a mi
lado también me habla a mí. Por que si me surge la misma pregunta que Pedro, es
porque en algún lado de mi corazón me ha pegado un poco, y entonces, eso es
para mí.
Como dice el
dicho: al que le quepa el sayo que se lo ponga, y si no me cabe no es para mí.
Muy simple. Por eso tengo que tener siempre el corazón muy esponjoso ante la
Palabra de Dios, porque siempre hay algo que me quiere decir, y no es porque
Dios sea un Padre molesto y que le gusta molestar (en realidad le gusta un
poco, creo. Espero que no me escuche), sino que busca cada día lo mejor para mí
y por eso siempre hay algo que me ayuda a corregir, a encontrar el mejor camino
para mi salvación, para mi santidad.
Es por eso que
más de una vez, Jesús nos vuelve a decir: “estad prevenidos”, es decir, no te
pases el día volando o volado, sino que presta atención porque en cualquier
momento el Padre te va a decir algo, y más cuando estás en la oración o en la
Misa, que son los momentos más oportunos para el Padre te hable. Claro que es
muy bueno rezar mientras vas en el autobús o en el coche, camino al trabajo o
de compras, pero siempre es mejor poder tener un momento de oración en el día,
ya sea en tu casa, en el templo, pero siempre en silencio donde sólo puedes
escucharlo a Él, para que no se te mezclen las palabras del mundo con la
Palabra de Dios.
Por que “mucho
se nos ha dado, y mucho se nos va a exigir” y para ello debemos estar
preparados, para darnos como Él se nos dio a nosotros, no dejando nada para sí
mismo, sino que no sólo nos dio hasta la última gota de su sangre, sino que nos
dejó a su Madre como Madre Nuestra. Y nosotros debemos estar preparados para
que cuando nos pida algo, cuando nos mande algo poder responderle con un ¡SÍ!
que transforme nuestra vida en una vida entregada y totalmente de Dios. Para
que como María podamos hacernos esclavos de la Voluntad de Dios, que es la
única Voluntad que nos libera y nos libra.
Como nos
alienta San Pablo: “pero gracias a Dios, vosotros que erais esclavos del
pecado, habéis obedecido de corazón a aquel modelo de doctrina la que fuisteis
entregados y, liberados del pecado, os habéis hecho esclavos de la justicia”.
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