Vivo sin vivir en mí,
y tan alta vida espero,
que muero porque no muero.
Esta frase es parte de un poema de Santa Teresa de Ávila, que, aunque no lo conocemos mucho, me parece muy fuerte para la vida espiritual. El conocemos más es el que finaliza diciendo "sólo Dios basta" que, también, es muy profundo.
Pero ¿por qué me gusta más este? Porque sintetiza el sentimiento más profundo, el dolor del alma por no llegar a ser lo que sabemos que Dios anhela de nosotros. "Muero porque no muero", no habla de la muerte física, sino de la muerte espiritual, de aquella muerte al YO que nos pidió el Señor al invitarnos a seguirle.
Santa Teresa tenía una conciencia muy profunda de su pecado, y por eso, cada día sufría y, por eso, hacía penitencia y sacrificios, porque sentía que no terminaba nunca de morir a su Yo personal, para poder dejar paso a la Voluntad de Dios.
Es una sensación que experimenta, generalmente, todo aquél que día a día está en el intento de crecer en el espíritu, de crecer en santidad, no como acto de soberbia, sino como el mayor acto de humildad, porque el reconocer su pecado la lleva a vivir cada día más confiada en la obediencia, porque reconoce que ella misma no tiene la visión clara, por que no ha muerto como esperaba.
"Vivo sin vivir en mi", cuanto más vivía más intentaba vivir en Dios, reflejando aquello de San Pablo: ya no soy yo quien vive en mí, sino que es Cristo quien vive en mí; porque esa es la meta, ese es el Ideal de aquél que ha descubierto la belleza de le entrega total, de la disponibilidad total al Señor, pues sabe que no hay mejor capitán en el barco de nuestra vida que el Señor de los Ejércitos, porque Él es el único que conoce el Camino, porque Él es el Camino, y por eso ¿quién mejor para que conduzca mi vida que el Señor de la Vida, que es la Vida misma que una anhela, y a la que se quiere alcanzar?
Santa Teresa nos muestra uno de los caminos más hermosos para alcanzar la santidad, para llegar al Señor, para ser Luz en el mundo: morir cada día en las manos del Señor, para que mi vida no sea mía, sino que sea sólo del Señor. Llevar nuestro cuerpo a la esclavitud del espíritu para que el Señor pueda hacerse cargo del timón de mi barco y conducirme así hacia la costa de la eternidad.
Y aquí nos muestra Teresa, para mí, el plan de vida para alcanzar la santidad:
Veisme aquí, mi dulce Amor,
Amor dulce, veisme aquí.
¿Qué mandáis hacer de mí?
Veis aquí mi corazón.
Yo le pongo en vuestra palma
mi cuerpo, mi vida y alma,
mis entrañas y afición;
dulce Esposo y redención,
pues por vuestra me ofrecí.
¿Qué mandáis hacer de mí?
Dadme muerte, dadme vida:
dad salud o enfermedad,
honra o deshonra me dad,
dadme guerra o paz cumplida,
flaqueza o fuerza a mi vida,
que a todo diré que sí.
¿Qué queréis hacer de mí?
Dadme riqueza o pobreza,
dad consuelo o desconsuelo,
dadme alegría o tristeza,
dadme infierno o dadme cielo,
vida, dulce, sol sin velo,
pues del todo me rendí.
¿Qué mandáis hacer de mí?
Si queréis, dadme oración,
si no, dadme sequedad,
si abundancia y devoción,
y si no esterilidad,
soberana Majestad,
sólo hallo paz aquí.
¿Qué mandáis hacer de mí?
Si queréis que esté holgando,
quiero por amor holgar,
si me mandáis trabajar,
morir quiero trabajando. Amén.
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