Aquí y allá, y en todos los lugares, se están viendo siempre argumentos para dividir: que la fiesta sí - que la fiesta no, que la derecha tal - que la izquierda cual, que la iglesia sí - que la iglesia no, que esto sí - que esto no. Hoy cuando leemos las noticias, cuando leemos las redes sociales se ven muchos comentarios hirientes, con demasiada carga de odio y ganas de hacer quedar mal a quienes hacen esto o los que votan a aquél. ¿No nos damos cuenta que hay otras tantas cosas que pueden unirnos? ¿No nos damos cuenta que a cada paso están queriendo destruir al hombre? Por que destruyendo la fraternidad en la sociedad se destruye la misma sociedad para que la pueda gobernar el que sembró la discordia: divide y reinarás, dijo alguien.
Pero esas divisiones no están sólo en lo exterior de nosotros, sino que también se van incorporando a nuestro interior, pues siembran en nuestro corazón la duda, la incertidumbre. Por que si voy aquí pueden pensar tal cosa, si hago esto van a decir tal otra, y la duda y la incertidumbre crean un sinsentido en nuestras vidas que nos llevan a vivir de un lado para el otro.
Es importante saber quién soy, qué quiero, y así saber elegir mi Camino, porque mi camino sólo lo puedo recorrer yo, y no puedo culpar a nadie por vivir lo que vivo, porque en cada paso que doy soy yo mismo quien ha dado el paso, quien ha tomado la decisión. Por eso es importante saber a dónde quiero ir, mi interior tiene que estar iluminado y tranquilo para no tomar decisiones apresuradas, para saber que, en este caso, la vida depende de mí, pues ya le decía Dios al pueblo de Israel: "pongo ante tí la vida y la muerte, el bien y el mal" y somos nosotros quienes elegimos.
Hoy es un día en el que tenemos que plantearnos por qué elegimos lo que elegimos, si lo hacemos por que es parte de nuestra vida y lo que hacemos habla de lo que queremos vivir, de lo que creemos, de lo que queremos y anhelamos, o sólo hacemos lo que la mayoría hace para no quedar mal con el mundo.
"Que tu Sí sea Sí, y que tu No sea No. Se frío o caliente, pues a los tibios los vomitaré de mi boca", dice el Señor en el Apocalipsis, para recordarnos aquello que nos dijo en la Última Cena:
"estáis en el mundo pero no sois del mundo... por mi causa serán perseguidos... pero no temáis Yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo"
¿Por qué dudamos de lo que queremos hacer o de lo que estamos haciendo? ¿Será por que no está conforme a la Voluntad de Dios? ¿Será por que realmente no es lo que yo quiero para mi vida pero me he dejado convencer por los demás? Si los demás quieren hacer tal o cual cosa y tú ves que no es lo que Dios quiere que tú hagas, no lo hagas y que te digan lo que quieran. Ahora si haces lo que otros quieren y no lo que Dios quiere, preocúpate de lo que Él te diga, porque Su Palabra sí que tiene peso en nuestras vidas.
sábado, 31 de octubre de 2015
viernes, 30 de octubre de 2015
Algo largo para leer...
Ayer venía de
viaje, desde algún lugar, y sentado al final del bus, casi durmiéndome vinieron
a mi cabeza situaciones que estamos viviendo, situaciones vividas y situaciones
que, a veces, no le encuentro explicaciones. Por eso me quedé con dos anécdotas
que les contaré y luego veré como las uno.
Claro que
todas las anécdotas surgieron a partir de muchos hechos que se han dando, y,
especialmente, de estos últimos días donde todos opinan sobre lo mal que son
los obispos al no dejar comulgar a los separados y vueltos a casar, algo que se
creía que iba a salir en el Sínodo, y otras cosas más que se esperaban y que no
han salido. Y otras situaciones donde siempre se pone por delante que no somos
misericordiosos por que no sabemos perdonar, que no tenemos misericordia porque
exigimos mucho, que no dejamos que cualquiera haga lo que quiera en la Iglesia,
y tantas otras cosas más.
Muchos saben
que soy el tercero de los tres hermanos, el más pequeño, y, por eso mismo, el
más caprichoso. Siempre desde pequeño hasta que entré al seminario (aunque ya
más joven eran menos, pero las había) tenía mis grandes berrinches, pero por
suerte en cada uno de esos momentos estaban mis padres. Siempre han sido muy
buenos, quizás demasiado buenos con sus tres hijos, pero nunca tuvieron mano
blanda ante los caprichos.
Si bien fuera
de casa era un chico bueno y simpático, en casa era un poco más pesadito con
mis caprichos. De pequeño (y no me avergüenza decirlo) me he llevado guardadas
unas cuantas manos de mi madre, y unos cuantos baños de cabeza con agua fría
hasta que se me pasaran los berrinches, pero es que, a veces, me volvía muy
insoportable. Y, aunque ahora se esté por no dar un buen cachete (no estoy a
favor de la violencia doméstica, pero como decían las abuelas: una buena
palmadita a tiempo cura muchas enfermedades) creo que en su momento me vinieron
muy bien, y poco a poco fueron ayudándome a madurar, a descubrir cuáles eran
los límites y cuál era mi lugar.
Y la otra
anécdota ocurrió en el Seminario, donde también tuve un gran padre, Efraín, que
como Mario y Chicha, fue comprensivo y a la vez justo y duro. Por eso, un día,
estaban comiendo en nuestra casa mis padres, Efraín me llamó la atención por
algo que no había hecho o lo había hecho mal. Mi madre puso una cara que lo
decía todo: a mi hijo no lo trates así. Claro le habían tocado al nene y eso no
lo permitiría. Pero, después, como mis padres y Efraín tenían una hermosa
relación, preguntaron y entendieron. Además vieron que yo me di cuenta que
había actuado mal y era justa la reprimenda.
Claro que en
nuestra vida siempre pasan de estas cosas. Cuando nuestros padres nos dicen a
todo que sí, sin ponernos límites para nada, son los mejores padres que
tenemos. Pero cuando nos dicen no a algo, ya dejan de ser los mejores para
pasar a ser los peores del mundo.
Desde siempre,
en todas las edades de la historia, ha habido grupos o comunidades que han
intentado vivir sin leyes, sin reglas, sin límites; pero todas han descubierto
que siempre hay límites, reglas y leyes, aunque más no sea la ley de decir “no
hay leyes”. Pero no siempre han prosperado. Hasta la mejor de las naciones que
fue pensada y soñada por Santo Tomás Mora: Utopía, tenía una Ley: la del Amor.
Pero ¿a que
viene todo esto? A que cuando formamos parte de algo tenemos que saber a qué le
decimos que sí. Cuando firmamos un contrato con alguna empresa, sabemos que no
siempre son claros, que siempre tienen una letra pequeña que no está a favor de
nosotros, sino de la empresa. Cuando ingresamos a un Grupo Política sabemos si
seremos de derecha o de izquierda, pero no podemos ingresar a un partido de izquierda
queriendo imponer ideas de derecha o al revés.
Por eso,
cuando aceptamos que somos parte de la Iglesia Católica, de la Anglicana, de la
religión Musulmana o Judía, sabemos a qué nos enfrentamos, cuáles son sus
ideas, sus doctrinas, su manera de vivir. Y al ingresar en una Comunidad
debemos saber qué y cómo tenemos que vivir, porque no podemos querer vivir en
una comunidad judía con ideales cristianos, en una musulmanas con criterios
judíos. ¿Cuál es la idea: vivir lo que me propone una religión o hacer una
religión a mi medida?
Pues si
quieres una religión a tu medida no ingreses en una religión que lleva siglos
viviendo, con una doctrina concreta, con un estilo de vida particular. Lee
primero el contrato y verás que no hay letra pequeña, pero lee todo el
contrato, no te quedes en lo que sólo te interesa y lo demás lo dejas para otro
día que nunca llegará.
Por ejemplo,
cuando a los 20 años decidí que quería ser sacerdote, sabía que para poder
vivir tenía que aceptar determinadas leyes de la Iglesia. Y eso me lo dejó muy
claro mi director espiritual. Y en los años de seminario también me fue
quedando claro. Nadie me engañó con lo que iba a vivir y cómo tenía que vivir.
Y acepté este camino sabiendo qué y cómo era. Y el día de mi ordenación
sacerdotal prometí obediencia a mis obispos y a sus sucesores, y prometí
aceptar el celibato “con la ayuda de Dios”, y prometí rezar el oficio de
lecturas, y prometí fidelidad al Señor.
Claro que todo
esto lo comprendí cuando acepte una realidad mucho más importante sobre mi
incorporación en la Iglesia (que la hice a los 19 años) que la Iglesia es una
institución divina, y que para estar en ella tenía que hacer un “salto en la
fe” y creer que Jesús, el Hijo de Dios, era su fundador y que era Él quien
había querido que fuera así. Y que lo que leíamos en la Misa era Palabra de
Dios y no de los hombres. Y que había leyes que, aunque no me gustaran, tenía
que intentar vivirlas, no por la prohibición de la ley, sino por ser un límite
para llegar con mayor seguridad a la Vida que Jesús me prometía.
Con el tiempo
esta realidad se ha ido haciendo, cada día, más clara: lo que sustenta mi vida,
como parte de la Iglesia, es la Palabra de Dios, en la que creo y a la que
adhiero, aunque muchas veces no la comprenda, pero que adhiero con todo mi ser,
por que es el único Camino que hoy quiero vivir.
Como sacerdote
dentro de este Pueblo no puedo no predicar la Palabra de Dios. Por eso, cuando
elegimos un lema para nuestra ordenación sacerdotal, no se nos ocurrió otro
que: “Cree lo que lees, predica lo que crees y practica lo que predicas”
Por eso, hoy,
frente a tantos católicos que creen saber más que la Palabra de Dios proponen
modificar las Palabras de Jesús frente a tantos temas, querer que los Papas y
los Obispos modifiquen la Palabra en la que creemos, me pregunto ¿realmente
creemos lo que leemos? ¿realmente predicamos lo que creemos? Y ¿realmente
queremos practicar lo que predicamos? Y se me hace añicos el razonamiento
cuando pienso que lo que leemos no lo creemos, porque no estamos creyendo en
que lo que leemos es Palabra de Dios, porque si lo creyéramos no dudaríamos en
que ese es El Camino para vivir.
Y ahora ¿si no
quieres vivir ese Camino por qué quieres seguir dentro de un Camino que no
quieres recorrer?
Por todo esto
tengo que dar gracias a Dios que puso en mi vida a mis padres y a mi formador,
porque me ayudaron a aceptar y a creer que los límites en nuestras vidas son
necesarios, que, aunque no los entendamos ellos: nuestros padres, y Nuestro
Padre, saben qué es bueno para nuestra vida. Me enseñaron que los caprichos
pueden tener nuestras buenas razones, pero no son más que esos: caprichos de
niños, y que quien tiene la Sabiduría puede saber un poco más de cómo ayudar a
la vida a crecer.
Claro que
siempre tendremos tiempo para un berrinche, pero si quiero seguir estando bajo
su tutela, si quiero seguir sintiendo su Amor, si quiero seguir siento su
protección y confiando en que nunca me abandonará, tengo también que aceptar
que ellos son padres y yo soy hijo, que Él es Padre y yo hijo, que Él es Señor
y yo acepto Su Voluntad.
En mi vida de
formación, finalmente, comprendí y acepté el Señorío del Señor de mi Vida, pero
sabiendo que el Señorío del Señor viene expresado, para mí que acepté estar
dentro de Ella, por la Vida de la Iglesia. Comprendí y acepté que aunque me
gusten o no me gusten las autoridades que tengo, he de aceptar que me ayuden a
discernir la Voluntad de Dios, que sean santos o no lo sean, son los cauces por
donde desciende la Gracia de Dios hacia mí. Comprendí y acepté que los
caprichos de querer vivir o hacer algo que no está de acuerdo con la Voluntad
de Dios los tengo que dejar para otro momento, que mientras tanto, si quiero
vivir en esta Familia de Dios, he de aceptar que la vida no son caprichos sino
que es un Camino, y, en ese Camino como en todos los caminos hay señales de
tráficos y leyes que me ayudan a llegar a destino.
Lo que, en
definitiva, agradezco es que me hayan ayudado a madurar mi vida de fe, porque
ser cristiano es una vida de fe, no son sólo leyes a cumplir y después mentir,
sino que es vivir la fe, es intentar, día a día, la Fidelidad a la Vida que nos
dio Dios Padre por medio de Jesús, Su Hijo Amado a quien envió al mundo para
que el mundo tenga vida y la tenga en abundancia.
Y, hasta que
Él vuelva y modifique lo que está escrito en los Santos Evangelios, intentaré,
todos los días: creer lo que leo, predicar lo que creo y vivir lo que predico.
Compartir la alegría de creer
Hermosas y sentidas las palabras de San Pablo en la carta a los Romanos:
"Siento una gran pena y un dolor incesante en mi corazón, pues por el bien de mis hermanos, los de mi raza según la carne, quisiera incluso ser un proscrito lejos de Cristo".
Es tanto el amor que siente Pablo por su Pueblo, de Israel, por sus hermanos los judíos, que no entiende el por qué no han reconocido a Jesús como el Mesías. Y a la vez es tanto el amor que siente por Jesús, el Mesías, que le da pena que habiendo sido el Pueblo de Israel quien tenía todo para reconocerlo no lo hayan reconocido.
Cuando realmente, como Pablo, nos hemos encontrado con Jesús, hemos gustado su Amor, nos parece difícil no poder seguirlo, nos parece increíble que haya quienes habiéndolo conocido no quieran amarlo, y quienes que lo hayan amado hoy lo estén negando. Por que siempre queremos lo mejor para nuestros hermanos, y si lo mejor para nosotros ha sido encontrarnos con Cristo, también queremos que los demás se encuentren con Él.
Hay un verdadero dolor en las palabras de San Pablo, pero no puede dejar de decir aquello que su fe le pide decir, pues en la pena que siente, siente aún más dolor porque han sido oídos sordos a las voces del Espíritu, han sido ojos ciegos a los signos de Dios, y corazones cerrados al Amor derramado, porque Dios había hablado durante siglos, se había manifestado a lo largo de las generaciones, pero muchos no quisieron oír.
Claro que Pablo habla desde una experiencia personal, porque él siendo parte del mismo pueblo hubo un tiempo en que tampoco él creyó, un tiempo en que él fue perseguidor de Cristo, hasta el día en que Jesús le habló y su corazón se quebró ante la revelación de la Verdad, y por eso, habiendo podido dar el paso de la conversión, hoy se duele por aquellos que no pueden darlo, por aquellos que teniéndolo todo no quieran darlo.
¡Cuanto quisiéramos que todos pudieran conocer este Amor! Los que nos hemos encontrado con Él intentamos, día a día, sostenernos en la Fidelidad a la Vida que Él nos dio, en la Fidelidad a la Vida que recibimos de Él, en la Fidelidad a la Vida que es la que le da sentido, fortaleza y color a nuestra vida cotidiana. Por que sólo siendo Fieles quienes hemos conocido el Amor de Dios, aquellos que buscan un sentido podrán tener una luz que los guíe hacia Él.
"Siento una gran pena y un dolor incesante en mi corazón, pues por el bien de mis hermanos, los de mi raza según la carne, quisiera incluso ser un proscrito lejos de Cristo".
Es tanto el amor que siente Pablo por su Pueblo, de Israel, por sus hermanos los judíos, que no entiende el por qué no han reconocido a Jesús como el Mesías. Y a la vez es tanto el amor que siente por Jesús, el Mesías, que le da pena que habiendo sido el Pueblo de Israel quien tenía todo para reconocerlo no lo hayan reconocido.
Cuando realmente, como Pablo, nos hemos encontrado con Jesús, hemos gustado su Amor, nos parece difícil no poder seguirlo, nos parece increíble que haya quienes habiéndolo conocido no quieran amarlo, y quienes que lo hayan amado hoy lo estén negando. Por que siempre queremos lo mejor para nuestros hermanos, y si lo mejor para nosotros ha sido encontrarnos con Cristo, también queremos que los demás se encuentren con Él.
Hay un verdadero dolor en las palabras de San Pablo, pero no puede dejar de decir aquello que su fe le pide decir, pues en la pena que siente, siente aún más dolor porque han sido oídos sordos a las voces del Espíritu, han sido ojos ciegos a los signos de Dios, y corazones cerrados al Amor derramado, porque Dios había hablado durante siglos, se había manifestado a lo largo de las generaciones, pero muchos no quisieron oír.
Claro que Pablo habla desde una experiencia personal, porque él siendo parte del mismo pueblo hubo un tiempo en que tampoco él creyó, un tiempo en que él fue perseguidor de Cristo, hasta el día en que Jesús le habló y su corazón se quebró ante la revelación de la Verdad, y por eso, habiendo podido dar el paso de la conversión, hoy se duele por aquellos que no pueden darlo, por aquellos que teniéndolo todo no quieran darlo.
¡Cuanto quisiéramos que todos pudieran conocer este Amor! Los que nos hemos encontrado con Él intentamos, día a día, sostenernos en la Fidelidad a la Vida que Él nos dio, en la Fidelidad a la Vida que recibimos de Él, en la Fidelidad a la Vida que es la que le da sentido, fortaleza y color a nuestra vida cotidiana. Por que sólo siendo Fieles quienes hemos conocido el Amor de Dios, aquellos que buscan un sentido podrán tener una luz que los guíe hacia Él.
miércoles, 28 de octubre de 2015
Somos Familia de Dios
Le dice San Pablo a los Efesios:
"Ya no sois extranjeros ni forasteros, sino que sois ciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios".
Y yo pensaba que más de uno lo tendríamos que recordar, porque pareciera que no todos se acuerdan que, desde el bautismo, todos somos Familia de Dios, Iglesia. A pesar de los cambios y de lo que se predica cada día hay muchos que hablan de la Iglesia como si no fueran parte de ella.
Sí es cierto que cuando pensamos en Iglesia pensamos en el Papa, los Obispos y los curas, pero, en realidad todos somos parte de la misma Familia. Como cuando pensamos en nuestra familia, a nuestra familia no la edifican sólo nuestros padres, los hijos somos parte y vivimos en ella.
Pero además de la responsabilidad de ser parte de una Familia, también tenemos que contemplar el gozo de pertenecer a Ella, porque cuando sólo pensamos en lo que nos nos gusta de nuestra familia es cuando hacemos el intento de no llegar nunca a casa, pero cuando nos sentimos partes, nos sentimos a gusto, hacemos todo lo posible por llegar a ella. Y hacer que la Familia sea una Familia alegre, acogedora, vital es responsabilidad de todos, que, quizás cueste más porque algunos de los miembros tiene un carácter insoportable, porque el otro no se que, pero pasa en todas las mejores familias, y quizás los otros estén esperando que yo de el primer paso para hacer algo hermoso por los demás.
Y mirad que para Jesús no fue fácil elegir a los apóstoles de entre los discípulos, sino que dice el evangelio que pasó toda la noche en oración. ¿Por qué? Por que no sólo era elegir a algunos de entre un montón, sino que al elegirlos tenía que darles, también, su espíritu porque ellos serán Él cuando Él no estuviera.
Nosotros, cada uno de nosotros, también somos esos apóstoles, cada uno desde su propio estado y misión, pero todos manifestamos a Cristo al mundo, llevamos la Buena Noticia de la Salvación a todos hombres, somos los constructores de un Nuevo Edificio que está fundado en la Piedra que es Cristo, y por eso no debemos temer las tormentas del mundo, sino que debemos temer a nuestra infidelidad.
Es Jesús quien nos llama a ser protagonistas de la Familia de Dios, en la que todos pueden venir a cobijarse, como las aves del Cielo, y donde todos pueden sentirse acompañados y amparados para encontrar el Camino que los conduzca hacia la Salvación, porque al acompañarte a tí me estoy ayudando a mí a alcanzar lo que espero.
"Ya no sois extranjeros ni forasteros, sino que sois ciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios".
Y yo pensaba que más de uno lo tendríamos que recordar, porque pareciera que no todos se acuerdan que, desde el bautismo, todos somos Familia de Dios, Iglesia. A pesar de los cambios y de lo que se predica cada día hay muchos que hablan de la Iglesia como si no fueran parte de ella.
Sí es cierto que cuando pensamos en Iglesia pensamos en el Papa, los Obispos y los curas, pero, en realidad todos somos parte de la misma Familia. Como cuando pensamos en nuestra familia, a nuestra familia no la edifican sólo nuestros padres, los hijos somos parte y vivimos en ella.
Pero además de la responsabilidad de ser parte de una Familia, también tenemos que contemplar el gozo de pertenecer a Ella, porque cuando sólo pensamos en lo que nos nos gusta de nuestra familia es cuando hacemos el intento de no llegar nunca a casa, pero cuando nos sentimos partes, nos sentimos a gusto, hacemos todo lo posible por llegar a ella. Y hacer que la Familia sea una Familia alegre, acogedora, vital es responsabilidad de todos, que, quizás cueste más porque algunos de los miembros tiene un carácter insoportable, porque el otro no se que, pero pasa en todas las mejores familias, y quizás los otros estén esperando que yo de el primer paso para hacer algo hermoso por los demás.
Y mirad que para Jesús no fue fácil elegir a los apóstoles de entre los discípulos, sino que dice el evangelio que pasó toda la noche en oración. ¿Por qué? Por que no sólo era elegir a algunos de entre un montón, sino que al elegirlos tenía que darles, también, su espíritu porque ellos serán Él cuando Él no estuviera.
Nosotros, cada uno de nosotros, también somos esos apóstoles, cada uno desde su propio estado y misión, pero todos manifestamos a Cristo al mundo, llevamos la Buena Noticia de la Salvación a todos hombres, somos los constructores de un Nuevo Edificio que está fundado en la Piedra que es Cristo, y por eso no debemos temer las tormentas del mundo, sino que debemos temer a nuestra infidelidad.
Es Jesús quien nos llama a ser protagonistas de la Familia de Dios, en la que todos pueden venir a cobijarse, como las aves del Cielo, y donde todos pueden sentirse acompañados y amparados para encontrar el Camino que los conduzca hacia la Salvación, porque al acompañarte a tí me estoy ayudando a mí a alcanzar lo que espero.
martes, 27 de octubre de 2015
La creación espera nuestra conversión
"Porque sabemos que hasta hoy la creación entera está gimiendo toda ella con dolores de parto.
Y no sólo eso; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior, aguardando la hora de ser hijos de Dios, la redención de nuestro cuerpo".
¿Por qué la creación quedó sujeta a la corrupción con el pecado del hombre? Por que, como dice el génesis, el hombre era el culmen de la creación, en él todo se concentra y es él a quien dios ha puesto al frente de la creación para plenificarla. Cuando el hombre cae, cae todo con él; cuando el hombre se redime todo se redime con él.
San Pablo, ya tenía en cuenta toda esta relación hombre-creación y por eso exhortaba a los romanos a volver al Camino de la redención, para que todo vuelva a su cauce normal, a su camino de perfección.
Hoy en día claro que somos conscientes que la creación entera se está destruyendo, incluso la última encíclica del Papa habla de la creación y de cómo debemos cuidarla. Pero el mejor camino de cuidar la creación es que nos demos cuenta que, primero somos nosotros quienes tienen que encontrar el Camino para salvarnos, porque, como decía Hobbes, recordando a Plauto: "el hombre es un lobo para el hombre", porque vive egoístamente y sólo pienso en sí mismo, aunque, alguna vez tenga un chispazo de "amor por la naturaleza".
Así asegura Pablo a los romanos: "Sostengo que los sufrimientos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá. Porque la creación, expectante, está aguardando la plena manifestación de los hijos de Dios", hasta que no encontremos el Camino de dejar de "devorarnos" unos a otras, y de vivir aquello que ya en el Principio Dios nos pidió, la creación no volverá a su belleza original.
Nuestro esfuerzo cotidiano estará en descubrir qué cambios debo realizar en mi vida, cómo encontrar el camino de conversión que me lleve a alcanzar mi redención, para que el mundo crea que Dios nos ha salvado y que el único camino de salvación es volver la mirada a Dios, volver al origen de nuestra vida que está en Dios. Volver a descubrir que sólo viviendo "en la tierra como en el Cielo" podremos hacer de la creación un paraíso, pero si seguimos acentuando las diferencias, el pecado, el egoísmo y nos seguimos devorando unos a otros, no podremos ver la plena manifestación de los hijos de Dios, y la creación entera llegará a su pronto final.
Y no sólo eso; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior, aguardando la hora de ser hijos de Dios, la redención de nuestro cuerpo".
¿Por qué la creación quedó sujeta a la corrupción con el pecado del hombre? Por que, como dice el génesis, el hombre era el culmen de la creación, en él todo se concentra y es él a quien dios ha puesto al frente de la creación para plenificarla. Cuando el hombre cae, cae todo con él; cuando el hombre se redime todo se redime con él.
San Pablo, ya tenía en cuenta toda esta relación hombre-creación y por eso exhortaba a los romanos a volver al Camino de la redención, para que todo vuelva a su cauce normal, a su camino de perfección.
Hoy en día claro que somos conscientes que la creación entera se está destruyendo, incluso la última encíclica del Papa habla de la creación y de cómo debemos cuidarla. Pero el mejor camino de cuidar la creación es que nos demos cuenta que, primero somos nosotros quienes tienen que encontrar el Camino para salvarnos, porque, como decía Hobbes, recordando a Plauto: "el hombre es un lobo para el hombre", porque vive egoístamente y sólo pienso en sí mismo, aunque, alguna vez tenga un chispazo de "amor por la naturaleza".
Así asegura Pablo a los romanos: "Sostengo que los sufrimientos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá. Porque la creación, expectante, está aguardando la plena manifestación de los hijos de Dios", hasta que no encontremos el Camino de dejar de "devorarnos" unos a otras, y de vivir aquello que ya en el Principio Dios nos pidió, la creación no volverá a su belleza original.
Nuestro esfuerzo cotidiano estará en descubrir qué cambios debo realizar en mi vida, cómo encontrar el camino de conversión que me lleve a alcanzar mi redención, para que el mundo crea que Dios nos ha salvado y que el único camino de salvación es volver la mirada a Dios, volver al origen de nuestra vida que está en Dios. Volver a descubrir que sólo viviendo "en la tierra como en el Cielo" podremos hacer de la creación un paraíso, pero si seguimos acentuando las diferencias, el pecado, el egoísmo y nos seguimos devorando unos a otros, no podremos ver la plena manifestación de los hijos de Dios, y la creación entera llegará a su pronto final.
lunes, 26 de octubre de 2015
La alegría de ser hijos
Le dice San Pablo a los Romanos:
"Habéis recibido, no un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar: «¡Abba!» (Padre).
Ese Espíritu y nuestro espíritu dan un testimonio concorde: que somos hijos de Dios."
Una hermosa realidad: ser hijos. Una hermosa realidad que nunca dejamos de ser, pues siempre tendremos la misma diferencia de edad con nuestros padres, y siempre para ellos seremos hijos. Aunque, a veces, nos olvidamos que somos hijos y que tenemos padres. Por eso Dios nos lo recuerda constantemente y no para tenernos atados a Él, sino para que podamos gozar de ese don tan hermoso que es la filiación divina.
Cuando hemos experimentado la belleza de la relación padres-hijos. Cuando hemos sentido la protección y la cercanía de nuestros padres. Cuando hemos vivido la alegría de ser consolados, abrazados y mimados; no podemos dejar de buscar siempre esa misma relación. Una relación que, para muchos, se termina cuando se llega a la edad adulta, pero sin embargo es una relación que nunca debería terminar, ni siquiera con la muerte de nuestros padres.
Esa relación es la que quiere Dios tener con nosotros, por eso nos hizo hijos en el Hijo, para poder vivir con nosotros una relación filial, para que nos sintamos siempre acompañados por nuestro Padre, para que nos sintamos siempre consolados por nuestro Padre, para que sintamos siempre la Voz del que ha conocido la Vida y quiere para nosotros el mejor camino para que la vivamos.
Por eso, el Hijo conociendo el Amor del Padre nos pidió, una y más veces: "haceos como niños", por que, en definitiva, los hijos siempre somos los niños de nuestros padres, tengamos la edad que tengamos, tengamos los títulos que tengamos, nunca nos jubilamos de ser hijos, de ser los niños de nuestros padres.
Y esa realidad tiene que ser para nosotros un gozo constante, una alegría cierta y segura, porque tendremos donde poder reclinar nuestra cabeza cuando lo necesitemos, porque tendremos donde buscar consejos cuando no sepamos el camino, tendremos donde recuperar fuerzas cuando nos agobie el día a día, tendremos un regazo donde recostarnos cuando el mundo nos canse y nos quite las fuerzas para seguir amando.
A mí me parece que es el mejor y el más hermoso de los títulos que nos podría haber regalado nuestro Dios: ser hijos suyos. Claro que para nosotros es un esfuerzo constante recordarlo y más vivirlo, porque como hijos también tenemos responsabilidades, obligaciones y, sobre todo, recordar que no sabemos más que nuestro Padre, aunque tengamos los títulos que tengamos y el coeficiente intelectual más alto; porque Él tiene la Sabiduría del Espíritu y de los siglos, que, por eso, quiere que nos dejemos iluminar y guiar, porque Él conoce mejor los caminos y sabe cuáles son los mejores para mí. Por que, aunque nos cueste reconocerlo, siempre nuestros padres han tenido razón cuando nos han indicado el camino.
No perdamos nunca el espíritu de hijos, el espíritu de niños, para poder así gozar del Amor del Padre y del cuidado de nuestros padres, porque estén en la tierra o en el Cielo siempre estarán junto a sus hijos. Lo importante es que los hijos estén cerca de sus padres y del Padre.
"Habéis recibido, no un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar: «¡Abba!» (Padre).
Ese Espíritu y nuestro espíritu dan un testimonio concorde: que somos hijos de Dios."
Una hermosa realidad: ser hijos. Una hermosa realidad que nunca dejamos de ser, pues siempre tendremos la misma diferencia de edad con nuestros padres, y siempre para ellos seremos hijos. Aunque, a veces, nos olvidamos que somos hijos y que tenemos padres. Por eso Dios nos lo recuerda constantemente y no para tenernos atados a Él, sino para que podamos gozar de ese don tan hermoso que es la filiación divina.
Cuando hemos experimentado la belleza de la relación padres-hijos. Cuando hemos sentido la protección y la cercanía de nuestros padres. Cuando hemos vivido la alegría de ser consolados, abrazados y mimados; no podemos dejar de buscar siempre esa misma relación. Una relación que, para muchos, se termina cuando se llega a la edad adulta, pero sin embargo es una relación que nunca debería terminar, ni siquiera con la muerte de nuestros padres.
Esa relación es la que quiere Dios tener con nosotros, por eso nos hizo hijos en el Hijo, para poder vivir con nosotros una relación filial, para que nos sintamos siempre acompañados por nuestro Padre, para que nos sintamos siempre consolados por nuestro Padre, para que sintamos siempre la Voz del que ha conocido la Vida y quiere para nosotros el mejor camino para que la vivamos.
Por eso, el Hijo conociendo el Amor del Padre nos pidió, una y más veces: "haceos como niños", por que, en definitiva, los hijos siempre somos los niños de nuestros padres, tengamos la edad que tengamos, tengamos los títulos que tengamos, nunca nos jubilamos de ser hijos, de ser los niños de nuestros padres.
Y esa realidad tiene que ser para nosotros un gozo constante, una alegría cierta y segura, porque tendremos donde poder reclinar nuestra cabeza cuando lo necesitemos, porque tendremos donde buscar consejos cuando no sepamos el camino, tendremos donde recuperar fuerzas cuando nos agobie el día a día, tendremos un regazo donde recostarnos cuando el mundo nos canse y nos quite las fuerzas para seguir amando.
A mí me parece que es el mejor y el más hermoso de los títulos que nos podría haber regalado nuestro Dios: ser hijos suyos. Claro que para nosotros es un esfuerzo constante recordarlo y más vivirlo, porque como hijos también tenemos responsabilidades, obligaciones y, sobre todo, recordar que no sabemos más que nuestro Padre, aunque tengamos los títulos que tengamos y el coeficiente intelectual más alto; porque Él tiene la Sabiduría del Espíritu y de los siglos, que, por eso, quiere que nos dejemos iluminar y guiar, porque Él conoce mejor los caminos y sabe cuáles son los mejores para mí. Por que, aunque nos cueste reconocerlo, siempre nuestros padres han tenido razón cuando nos han indicado el camino.
No perdamos nunca el espíritu de hijos, el espíritu de niños, para poder así gozar del Amor del Padre y del cuidado de nuestros padres, porque estén en la tierra o en el Cielo siempre estarán junto a sus hijos. Lo importante es que los hijos estén cerca de sus padres y del Padre.
domingo, 25 de octubre de 2015
La fe ilumina nuestras cegueras
Cuantas cosas que se pueden dar en un texto tan corto como el de hoy: la curación de Bartimeo, el ciego de nacimiento. Porque el evangelio si bien quiere mostrarnos el poder de Jesús al hacer el milagro, no se limita sólo a contarlo sino a narrar toda una situación para que desde esa situación podamos rescatar lo que Dios quiere decirnos, o quiere hacernos reflexionar.
En una primera mirada siempre nos quedamos con el milagro, porque es lo que nos llama la atención y lo que necesitamos: milagros, que nos salven de una situación difícil, dolorosa, de una cruz o de una enfermedad, o de una situación social. Más de una vez recurrimos a Dios sólo por los milagros. Y por eso, cuando vemos estos relatos nos paramos sólo en ese hecho, pero hay muchas más cosas para ver.
Bartimeo sólo podía hacerse una idea en su mente de lo que pasaba, de quién era el que estaba cerca, pero no podía saber quién estaba con él, ni cuanta gente había. Pero no le importaba lo que podía pasar, él necesitaba a Jesús porque lo que realmente sabía era lo importante: acercarse al Hijo de David para que le devolviera la vista. Por eso comienza a gritar para llamar la atención de aquél que lo podía salvar.
Los que seguían a Jesús que hacen frente a este pobre ciego que llamaba a Jesús: ¿lo ayudan a acercarse a Él? ¿Reparan en la necesidad del ciego? No, no quieren que lo moleste. Quizás con una sana intención de que Jesús pudiera seguir hablando, predicando, puede ser. Pero en el fondo estamos tan centrados en nosotros mismos que no somos capaces de descubrir la necesidad de los demás, de compadecernos del dolor del otro, y por eso intentamos que no nos quite el lugar que tenemos, porque soy yo, ahora, quien quiere estar cerca de Jesús, porque mi dolor es más grande que el tuyo.
Si embargo, Jesús, no se conforma con que los demás quieran hacerle callar, sino que hace que ellos mismos lo llamen, que salgan de sí mismos, y puedan hacer lo que no querían hacer: dar paso a aquél que tiene una necesidad, y hacer ellos mismos de puente ante el necesitado: les encarga una misión acercar al ciego a Jesús. Y es hermosa la frase para llamar al ciego, ellos le dicen: "Ánimo, levántete, que te llama". Por que esa es la intención que tenemos que tener todos para acercar a nuestros hermanos a Jesús, Él nos llama porque ha escuchado nuestro lamento, porque quiere darnos Luz para poder ver mejor, para que la oscuridad que nos impide ver sea disipada por la fe.
Por eso Jesús, no le dice al ciego (como no le dice a nadie a quien a sanado) que su poder lo ha curado, que ha sido Él quien le ha dado la vista, sino que le dice: "Anda, tu fe te ha sanado". Porque la Luz de la fe es la que nos permite ver con más claridad, nos ayuda a levantarnos de nuestra postración y mirar desde Dios toda nuestra realidad. Es la Luz de la fe, de la confesión de nuestra fe, la que nos ayuda no a no tener cruces y pesares, sino a mirar, como dice el Salmo, "que Él ha estado grande con nosotros", que Dios ha realizado grandes cosas en nuestras vidas y que por eso, aunque hoy el árbol nos tape el resto de la vida, hemos de buscar la manera de mirar el todo, porque en el todo está la grandeza de lo que tenemos y de lo que somos.
La Luz de la fe es lo que nos permite iluminar nuestra vida con otros ánimos, con otra fuerza para que la confianza en la Providencia sea la que nos encienda cada día para mantenernos en pie, y seguir caminando por el Camino de la Salvación, en el que no sólo nos salvamos nosotros, sino que somos instrumentos para llevar hacia Jesús a nuestros hermanos.
En una primera mirada siempre nos quedamos con el milagro, porque es lo que nos llama la atención y lo que necesitamos: milagros, que nos salven de una situación difícil, dolorosa, de una cruz o de una enfermedad, o de una situación social. Más de una vez recurrimos a Dios sólo por los milagros. Y por eso, cuando vemos estos relatos nos paramos sólo en ese hecho, pero hay muchas más cosas para ver.
Bartimeo sólo podía hacerse una idea en su mente de lo que pasaba, de quién era el que estaba cerca, pero no podía saber quién estaba con él, ni cuanta gente había. Pero no le importaba lo que podía pasar, él necesitaba a Jesús porque lo que realmente sabía era lo importante: acercarse al Hijo de David para que le devolviera la vista. Por eso comienza a gritar para llamar la atención de aquél que lo podía salvar.
Los que seguían a Jesús que hacen frente a este pobre ciego que llamaba a Jesús: ¿lo ayudan a acercarse a Él? ¿Reparan en la necesidad del ciego? No, no quieren que lo moleste. Quizás con una sana intención de que Jesús pudiera seguir hablando, predicando, puede ser. Pero en el fondo estamos tan centrados en nosotros mismos que no somos capaces de descubrir la necesidad de los demás, de compadecernos del dolor del otro, y por eso intentamos que no nos quite el lugar que tenemos, porque soy yo, ahora, quien quiere estar cerca de Jesús, porque mi dolor es más grande que el tuyo.
Si embargo, Jesús, no se conforma con que los demás quieran hacerle callar, sino que hace que ellos mismos lo llamen, que salgan de sí mismos, y puedan hacer lo que no querían hacer: dar paso a aquél que tiene una necesidad, y hacer ellos mismos de puente ante el necesitado: les encarga una misión acercar al ciego a Jesús. Y es hermosa la frase para llamar al ciego, ellos le dicen: "Ánimo, levántete, que te llama". Por que esa es la intención que tenemos que tener todos para acercar a nuestros hermanos a Jesús, Él nos llama porque ha escuchado nuestro lamento, porque quiere darnos Luz para poder ver mejor, para que la oscuridad que nos impide ver sea disipada por la fe.
Por eso Jesús, no le dice al ciego (como no le dice a nadie a quien a sanado) que su poder lo ha curado, que ha sido Él quien le ha dado la vista, sino que le dice: "Anda, tu fe te ha sanado". Porque la Luz de la fe es la que nos permite ver con más claridad, nos ayuda a levantarnos de nuestra postración y mirar desde Dios toda nuestra realidad. Es la Luz de la fe, de la confesión de nuestra fe, la que nos ayuda no a no tener cruces y pesares, sino a mirar, como dice el Salmo, "que Él ha estado grande con nosotros", que Dios ha realizado grandes cosas en nuestras vidas y que por eso, aunque hoy el árbol nos tape el resto de la vida, hemos de buscar la manera de mirar el todo, porque en el todo está la grandeza de lo que tenemos y de lo que somos.
La Luz de la fe es lo que nos permite iluminar nuestra vida con otros ánimos, con otra fuerza para que la confianza en la Providencia sea la que nos encienda cada día para mantenernos en pie, y seguir caminando por el Camino de la Salvación, en el que no sólo nos salvamos nosotros, sino que somos instrumentos para llevar hacia Jesús a nuestros hermanos.
sábado, 24 de octubre de 2015
Su Vida nuestra vida, Su Voluntad nuestra voluntad
"En una ocasión, se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos cuya sangre vertió Pilato con la de los sacrificios que ofrecían. Jesús les contestó:
_« ¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos, porque acabaron así? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis lo mismo. Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera.»
A veces escuchamos (sobre todo de gente creyente) que las desgracias que ocurren es porque son un castigo de Dios, es más, muchas veces decimos: ¡Dios te va a castigar por que has hecho tal o cual cosa!
Y a eso nos responde Jesús, Dios no castiga al hombre por tal o cual cosa, ya le mostró el camino y el hombre eligió su camino: "pongo ante tí el bien y el mal, la vida y la muerte, tú eliges". Cada elección es nuestra elección, pero lo que no entendemos es que hay otros que también eligen por nosotros y, así como nuestras elecciones repercuten en la vida de los demás, sus elecciones repercuten en las nuestras porque estamos todos unidos por un invisible hilo, y lo que hace uno repercute en los demás.
Por eso, ¿crees que ellos sufren porque son pecadores? Pues no seas pecador tú también, elige el mejor camino, no te quedes sólo en la queja o en el asombro, sino aprende de lo que estás viendo. Porque otro camino para discernir la Voluntad de Dios, es observar lo que pasa a nuestro alrededor: ¿cómo está viviendo el hombre y hacia dónde está yendo? ¿El Camino que ha elegido el hombre es el que lo está haciendo más feliz, más pleno? ¿La libertad que está exigiendo el hombres es la libertad que lo hace más libre, más humano, más hermano? ¿Vivir sin límites y sin exigencias los hace más solidarios, más justos, más veraces, más fieles, más felices?
Los acontecimientos del día a día nos muestran los frutos de las elecciones que hacemos, y por eso, si miramos bien podemos darnos cuenta hacia dónde tenemos que ir:
"Pero vosotros no estáis sujetos a la carne, sino al espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros. El que no tiene el Espíritu de Cristo no es de Cristo".
Y si no nos basta el mirar la realidad cotidiana, busquemos a alguien que nos ayude a discernir mejor: un asesor espiritual, nuestro confesor, un hermano que quiera vivir lo mismo que yo. En ese diálogo espiritual podré encontrar la ayuda necesaria para seguir mi camino de discernimiento, de ir, día a día, descubriendo qué es lo que quiere Dios, cuál es el Camino a seguir. Es el diálogo con el otro lo que también me ayudará a ver, a tomar mejores decisiones, porque no siempre lo que yo pienso y creo es lo que Dios quiere que viva o que haga, por eso necesito cotejar mi voluntad con Su Voluntad, porque si quiere ser realmente cristiano, mi vida tiene que seguir los pasos de Cristo, y para Jesús no había nada más importante que hacer la Voluntad de Su Padre:
"mi alimento es hacer la Voluntad de aquél que me envió", y aunque esa Voluntad le resultó dolorosa igual la acepto:
"Padre, que no se haga mi voluntad sino la Tuya", dijo en el Huerto derramando gotas de sangre.
Dice San Pablo: "Nuestra carne tiende a la muerte; el Espíritu, a la vida y a la paz. Porque la tendencia de la carne es rebelarse contra Dios; no sólo no se somete a la ley de Dios, ni siquiera lo puede. Los que viven sujetos a la carne no pueden agradar a Dios".
Por eso nos cuesta tanto la Voluntad de Dios, pero es el Camino que Jesús nos enseñó y nos dejó para vivir si queremos alcanzar la Vida eterna. Si decimos que somos cristianos entonces nuestro Camino es Su Vida, para que Su Vida sea nuestra vida.
_« ¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos, porque acabaron así? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis lo mismo. Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera.»
A veces escuchamos (sobre todo de gente creyente) que las desgracias que ocurren es porque son un castigo de Dios, es más, muchas veces decimos: ¡Dios te va a castigar por que has hecho tal o cual cosa!
Y a eso nos responde Jesús, Dios no castiga al hombre por tal o cual cosa, ya le mostró el camino y el hombre eligió su camino: "pongo ante tí el bien y el mal, la vida y la muerte, tú eliges". Cada elección es nuestra elección, pero lo que no entendemos es que hay otros que también eligen por nosotros y, así como nuestras elecciones repercuten en la vida de los demás, sus elecciones repercuten en las nuestras porque estamos todos unidos por un invisible hilo, y lo que hace uno repercute en los demás.
Por eso, ¿crees que ellos sufren porque son pecadores? Pues no seas pecador tú también, elige el mejor camino, no te quedes sólo en la queja o en el asombro, sino aprende de lo que estás viendo. Porque otro camino para discernir la Voluntad de Dios, es observar lo que pasa a nuestro alrededor: ¿cómo está viviendo el hombre y hacia dónde está yendo? ¿El Camino que ha elegido el hombre es el que lo está haciendo más feliz, más pleno? ¿La libertad que está exigiendo el hombres es la libertad que lo hace más libre, más humano, más hermano? ¿Vivir sin límites y sin exigencias los hace más solidarios, más justos, más veraces, más fieles, más felices?
Los acontecimientos del día a día nos muestran los frutos de las elecciones que hacemos, y por eso, si miramos bien podemos darnos cuenta hacia dónde tenemos que ir:
"Pero vosotros no estáis sujetos a la carne, sino al espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros. El que no tiene el Espíritu de Cristo no es de Cristo".
Y si no nos basta el mirar la realidad cotidiana, busquemos a alguien que nos ayude a discernir mejor: un asesor espiritual, nuestro confesor, un hermano que quiera vivir lo mismo que yo. En ese diálogo espiritual podré encontrar la ayuda necesaria para seguir mi camino de discernimiento, de ir, día a día, descubriendo qué es lo que quiere Dios, cuál es el Camino a seguir. Es el diálogo con el otro lo que también me ayudará a ver, a tomar mejores decisiones, porque no siempre lo que yo pienso y creo es lo que Dios quiere que viva o que haga, por eso necesito cotejar mi voluntad con Su Voluntad, porque si quiere ser realmente cristiano, mi vida tiene que seguir los pasos de Cristo, y para Jesús no había nada más importante que hacer la Voluntad de Su Padre:
"mi alimento es hacer la Voluntad de aquél que me envió", y aunque esa Voluntad le resultó dolorosa igual la acepto:
"Padre, que no se haga mi voluntad sino la Tuya", dijo en el Huerto derramando gotas de sangre.
Dice San Pablo: "Nuestra carne tiende a la muerte; el Espíritu, a la vida y a la paz. Porque la tendencia de la carne es rebelarse contra Dios; no sólo no se somete a la ley de Dios, ni siquiera lo puede. Los que viven sujetos a la carne no pueden agradar a Dios".
Por eso nos cuesta tanto la Voluntad de Dios, pero es el Camino que Jesús nos enseñó y nos dejó para vivir si queremos alcanzar la Vida eterna. Si decimos que somos cristianos entonces nuestro Camino es Su Vida, para que Su Vida sea nuestra vida.
viernes, 23 de octubre de 2015
Luchamos para ser Fieles
"En mi interior me complazco en la ley de Dios, pero percibo en mi cuerpo un principio diferente que guerrea contra la ley que aprueba mi razón, y me hace prisionero de la ley del pecado que está en mi cuerpo.
¡Desgraciado de mi! ¿Quién me librará de este cuerpo presa de la muerte?
Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo, y le doy gracias".
San Pablo siempre ha sido muy claro y franco en sus cartas, porque lo que escribe para las comunidades y para las personas en particular, no nace sólo de intelectualismo humano, sino que gracias al Espíritu brota de la misma experiencia personal con el Señor. Por eso, muchas veces pareciera que habla de lo que estamos viviendo y sintiendo en nuestra vida. Y, particularmente en este párrafo a los Romanos nos cuenta la dura experiencia de lo que somos, lo que hacemos y lo que deberíamos hacer y ser.
La doble realidad que habita en nosotros, cuando descubrimos el camino de la santidad es la realidad que nos cuenta San Pablo, no hacemos siempre el bien que deseamos sino el mal que no deseamos. Y es una realidad de la que, por el pecado original, estamos todos sometidos y de la que no podemos escapar.
Aunque, muchas veces se escapa por negligencia o por hipocresía. Por negligencia porque no hemos conocido o no nos han mostrado el verdadero camino de nuestra fe, de nuestra vida de fe y nos hemos conformado con un cumplir sólo normas que hacen de la vida de fe un puro formalismo, pero vacío de contenido y Gracia.
Y la hipocresía nos hace creer que todo lo que pensamos está bien y por eso nos creemos los más grandes y puros santos, camino a los altares, pero no lo somos tanto, pues somos pura apariencia sin vida.
Y ¿cuál es el camino para poder vivir la perfección de la vida evangélica? La respuesta nos la da Jesús, y es la que intentó vivir San Pablo, por eso cada día se cuestionaba sobre lo que debía hacer y sobre lo que hacía: la Voluntad de Dios.
«Cuando veis subir una nube por el poniente, decís en seguida: "Chaparrón tenemos", y así sucede. Cuando sopla el sur, decís: "Va a hacer bochorno", y lo hace.
Hipócritas: si sabéis interpretar el aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo no sabéis interpretar el tiempo presente? ¿Cómo no sabéis juzgar vosotros mismos lo que se debe hacer?"
La vida de santidad que nos hemos decidido a vivir no está en hacer lo que me parece bueno, o sólo decir que lo que hago no está mal. Sino en aprender a discernir si lo que quiero hacer es o no Voluntad de Dios y para ello necesito, primero de todo, estar en relación con Dios: la reflexión diaria de la Palabra de Dios nos irá indicando el Camino a seguir, pues los Mandamientos y los consejos Evangélicos serán nuestro primer punto de apoyo pues lo que salga de esos límites sabemos que no es Voluntad de Dios.
Para poder ver con claridad lo que la Palabra de Dios me dice, necesito la Luz del Espíritu Santo que viene a mí en la oración, en el espacio en silencio junto al Señor en el que dejo que Su Espíritu fortalezca mi espíritu e ilumine mi mente para poder escuchar y discernir con claridad. Pero si mi oración no es constante y continua no tendré la seguridad, ni la fortaleza, ni la Luz para poder saber que lo que he decidido es de Dios.
Son dos primeros puntales en mi camino de la búsqueda de la Voluntad de Dios, los que se afirman sobre un principio básico y fundamental que no nos gusta recordar, pero que es necesario siempre recordar: "quien quiera venir detrás de Mí niéguese a sí mismo, cargue su cruz de cada día, y sígame". Si no estoy dispuesto a vivir esta exigencia de Jesús no quieras comenzar a Caminar junto a Él, porque será inútil tu camino, y tu lucha contra la Voluntad de Dios será una lucha en la que, posiblemente, pierdas la fe, porque para ir en contra de Jesús, una vez que lo hayas conocido, tendrás que negarlo.
¡Desgraciado de mi! ¿Quién me librará de este cuerpo presa de la muerte?
Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo, y le doy gracias".
San Pablo siempre ha sido muy claro y franco en sus cartas, porque lo que escribe para las comunidades y para las personas en particular, no nace sólo de intelectualismo humano, sino que gracias al Espíritu brota de la misma experiencia personal con el Señor. Por eso, muchas veces pareciera que habla de lo que estamos viviendo y sintiendo en nuestra vida. Y, particularmente en este párrafo a los Romanos nos cuenta la dura experiencia de lo que somos, lo que hacemos y lo que deberíamos hacer y ser.
La doble realidad que habita en nosotros, cuando descubrimos el camino de la santidad es la realidad que nos cuenta San Pablo, no hacemos siempre el bien que deseamos sino el mal que no deseamos. Y es una realidad de la que, por el pecado original, estamos todos sometidos y de la que no podemos escapar.
Aunque, muchas veces se escapa por negligencia o por hipocresía. Por negligencia porque no hemos conocido o no nos han mostrado el verdadero camino de nuestra fe, de nuestra vida de fe y nos hemos conformado con un cumplir sólo normas que hacen de la vida de fe un puro formalismo, pero vacío de contenido y Gracia.
Y la hipocresía nos hace creer que todo lo que pensamos está bien y por eso nos creemos los más grandes y puros santos, camino a los altares, pero no lo somos tanto, pues somos pura apariencia sin vida.
Y ¿cuál es el camino para poder vivir la perfección de la vida evangélica? La respuesta nos la da Jesús, y es la que intentó vivir San Pablo, por eso cada día se cuestionaba sobre lo que debía hacer y sobre lo que hacía: la Voluntad de Dios.
«Cuando veis subir una nube por el poniente, decís en seguida: "Chaparrón tenemos", y así sucede. Cuando sopla el sur, decís: "Va a hacer bochorno", y lo hace.
Hipócritas: si sabéis interpretar el aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo no sabéis interpretar el tiempo presente? ¿Cómo no sabéis juzgar vosotros mismos lo que se debe hacer?"
La vida de santidad que nos hemos decidido a vivir no está en hacer lo que me parece bueno, o sólo decir que lo que hago no está mal. Sino en aprender a discernir si lo que quiero hacer es o no Voluntad de Dios y para ello necesito, primero de todo, estar en relación con Dios: la reflexión diaria de la Palabra de Dios nos irá indicando el Camino a seguir, pues los Mandamientos y los consejos Evangélicos serán nuestro primer punto de apoyo pues lo que salga de esos límites sabemos que no es Voluntad de Dios.
Para poder ver con claridad lo que la Palabra de Dios me dice, necesito la Luz del Espíritu Santo que viene a mí en la oración, en el espacio en silencio junto al Señor en el que dejo que Su Espíritu fortalezca mi espíritu e ilumine mi mente para poder escuchar y discernir con claridad. Pero si mi oración no es constante y continua no tendré la seguridad, ni la fortaleza, ni la Luz para poder saber que lo que he decidido es de Dios.
Son dos primeros puntales en mi camino de la búsqueda de la Voluntad de Dios, los que se afirman sobre un principio básico y fundamental que no nos gusta recordar, pero que es necesario siempre recordar: "quien quiera venir detrás de Mí niéguese a sí mismo, cargue su cruz de cada día, y sígame". Si no estoy dispuesto a vivir esta exigencia de Jesús no quieras comenzar a Caminar junto a Él, porque será inútil tu camino, y tu lucha contra la Voluntad de Dios será una lucha en la que, posiblemente, pierdas la fe, porque para ir en contra de Jesús, una vez que lo hayas conocido, tendrás que negarlo.
jueves, 22 de octubre de 2015
El fuego que santifica
“En aquel
tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
-«He venido
a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo!”
No es un
evangelio cualquiera, es la frase evangélica que usó el P. Efraín para su
ordenación sacerdotal, y es una frase que marcó su vida en todo momento. Pero
no es una frase que surge en cualquier día, no. Ayer celebrábamos la muerte de
Efraín, y hoy es la fiesta de San Juan Pablo II. Para mí dos personas que
marcaron mi vida, pero no voy a hablar de mí, sino de algo que Efraín nos dijo
un día pensando en Juan Pablo II.
En una de sus
charlas u homilías (no me acuerdo bien) decía Efraín (y ahora que lo pienso es
pensando en el evangelio de ayer: “a quién mucho se le dio mucho se le exigirá”)
que habíamos nacido en un tiempo donde se nos habían dado muchos ejemplos de
vida: Juan Pablo II, Madre Teresa de Calcuta y tantos otros. Pero no sólo
pensando en su santidad de vida, sino que esos grandes santos habían sido
contemporáneos nuestros, que habíamos disfrutado de su vida, de sus ejemplos. Que
gracias a la modernidad habíamos visto cómo vivían, como hablaban, cómo se
entregaban día a día.
Hoy, en unas
horas celebraré Misa en el altar de San Juan Pablo II, y no habrá otro
pensamiento más que aquél día en el que pude celebrar misa con él en la Capilla
Personal del Vaticano, en ese día en que lo pude mirar frente a frente y pude
estrecharle la mano, pero sobre todo eso día en que el azul celeste de ojos me
habló de la profundidad de su alma, en que no había un vacío más lleno de amor,
de paz, de confianza, de total luz que llegara tan hondo al corazón.
Sí, fueron
grandes regalos que Dios me hizo. Espero que no me pida tanto como me ha dado,
aunque bien podría hacerlo, pero tendrá que darme mucha Gracia para poder
responder de semejante manera, pues los regalos han sido inmerecidos y lo
seguirán siendo, pues no hay nada que pueda devolver tanto amor.
Por todo esto
y mucho más, hoy no puedo decir más que ¡Gracias a Dios! por todo lo que me ha
ido regalando, y que los tendré a todos y a cada uno en esta Misa, para que
como San Juan Pablo II podamos ser “Todo de María” para poder llevar el fuego
del Espíritu al mundo y encenderlo con el mismo entusiasmo como ellos nos encendieron
a nosotros.
miércoles, 21 de octubre de 2015
Esto o para mí o para otro?
“Pedro le
preguntó: Señor, ¿has dicho esa parábola por nosotros o por todos?”
Cuántas veces
nos pasa lo mismo cuando leemos la Palabra de Dios y nos preguntamos “¿por
quién lo habrá dicho?”, o cuando el sacerdote predica en la Misa “¿lo habrá
dicho por mí?”. Más de una vez alguien me pregunta: “eso que dijiste ¿era para
mí?”. Gracias a Dios no tenemos (creo) los sacerdotes el don de leer la vida
oculta de nuestros fieles (aunque algunos santos lo tenían) pero, en particular
yo, no lo tengo. Y cuando predico, intento responder al Espíritu Santo que sabe
más que yo. Y si sale algo bueno es gracias a Él, aunque no siempre puede hacer
maravillas.
Pero, más que
nada, la Palabra de Dios, como dice San Pablo: “es viva y eficaz, como espada
de doble filo”, o sea, si no corta por un lado corta por el otro, y si no le
habla al que está a mi lado, me habla a mí, y, aunque le hable al que está a mi
lado también me habla a mí. Por que si me surge la misma pregunta que Pedro, es
porque en algún lado de mi corazón me ha pegado un poco, y entonces, eso es
para mí.
Como dice el
dicho: al que le quepa el sayo que se lo ponga, y si no me cabe no es para mí.
Muy simple. Por eso tengo que tener siempre el corazón muy esponjoso ante la
Palabra de Dios, porque siempre hay algo que me quiere decir, y no es porque
Dios sea un Padre molesto y que le gusta molestar (en realidad le gusta un
poco, creo. Espero que no me escuche), sino que busca cada día lo mejor para mí
y por eso siempre hay algo que me ayuda a corregir, a encontrar el mejor camino
para mi salvación, para mi santidad.
Es por eso que
más de una vez, Jesús nos vuelve a decir: “estad prevenidos”, es decir, no te
pases el día volando o volado, sino que presta atención porque en cualquier
momento el Padre te va a decir algo, y más cuando estás en la oración o en la
Misa, que son los momentos más oportunos para el Padre te hable. Claro que es
muy bueno rezar mientras vas en el autobús o en el coche, camino al trabajo o
de compras, pero siempre es mejor poder tener un momento de oración en el día,
ya sea en tu casa, en el templo, pero siempre en silencio donde sólo puedes
escucharlo a Él, para que no se te mezclen las palabras del mundo con la
Palabra de Dios.
Por que “mucho
se nos ha dado, y mucho se nos va a exigir” y para ello debemos estar
preparados, para darnos como Él se nos dio a nosotros, no dejando nada para sí
mismo, sino que no sólo nos dio hasta la última gota de su sangre, sino que nos
dejó a su Madre como Madre Nuestra. Y nosotros debemos estar preparados para
que cuando nos pida algo, cuando nos mande algo poder responderle con un ¡SÍ!
que transforme nuestra vida en una vida entregada y totalmente de Dios. Para
que como María podamos hacernos esclavos de la Voluntad de Dios, que es la
única Voluntad que nos libera y nos libra.
Como nos
alienta San Pablo: “pero gracias a Dios, vosotros que erais esclavos del
pecado, habéis obedecido de corazón a aquel modelo de doctrina la que fuisteis
entregados y, liberados del pecado, os habéis hecho esclavos de la justicia”.
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