Dice la Sabiduría de Dios:
"Os lo digo a vosotros, soberanos, a ver si aprendéis a ser sabios y no pecáis; los que observan santamente su santa voluntad serán declarados santos; los que se la aprendan encontrarán quien los defienda. Ansiad, pues, mis palabras; anheladlas, y recibiréis instrucción".
La santidad de vida es un tema que siempre ha quedado en mi corazón, desde que comencé este camino en la Iglesia y comprendí el llamado de Jesús, ha sido algo que ha marcado mis días. Claro que aún falta mucho por recorrer y, aún así, parece que no he recorrido nada, pero nunca he dejado de pensar, de anhelar y de predicar la santidad de vida, porque creo que, para los que nos decimos cristianos, no hay otro camino posible para recorrer.
¿Difícil? ¿Complicado? Sí, las dos cosas, pero sobre todo un camino gozoso pues el Señor te va dando lo necesario para que lo puedas recorrer. La fórmula está en estas pocas palabras de la Sabiduría: observar su Santa Voluntad. Casi nada.
¡Qué diferente sería nuestra vida, nuestras comunidades si nos decidiéramos a vivir la Voluntad de Dios! Pero no siempre estamos dispuestos a renunciar a nuestra voluntad para seguir la Voluntad de Dios. Estamos más acostumbrados a seguir los vientos del mundo que los impulsos del Espíritu Santo, sin pensar que los vientos del mundo no nos conducen a la Casa del Padre, sino que nos guían para otros mundos, para otras casas y para otras vidas.
Creemos que la santidad es sólo para algunas almas muy profundas, muy inmaculadas, muy fuertes y sólo para algunos elegidos. Y no es así. La santidad es un llamado para todos los que hemos sido hechos hijos de Dios por el bautismo, y cada uno de nosotros tiene un camino particular y personal, que lo tenemos que descubrir, que lo tenemos que discernir, para lo cual nos dice la Sabiduría: "ansiad, pues mis palabras; anheladlas, y recibiréis instrucción".
Cuando vamos al encuentro del Señor con disponibilidad de corazón para discernir Su Voluntad para nuestra vida, Él nos da la Gracia para comprender, y, sobre todo, para llevar a la vida aquello que Él mismo nos pide.
Como en el Evangelio: Él nos envía a hacer algo, y en el Camino se produce el milagro de inundarnos con Su Gracia para que se renueve nuestra vida, quitando la impureza del pecado y llenándonos de los Dones del Espíritu. Pero primero debemos escuchar Su Palabra y saber hacia dónde nos envía, y a hacer qué nos envía; si decimos ¡Sí! como María todos sus Dones descienden sobre nosotros para alcanzar la meta.
No lo dudemos, la santidad está en nosotros sólo nos falta decidirnos a vivir para que el milagro se produzca, para que la Gracia descienda y podamos santificar con nuestras vidas el mundo en el que vivimos.
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