"En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos hacia sus discípulos, les dijo:
-«Dichosos los pobres, porque vuestro es el reino de Dios.
Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados.
Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis".
Muchas veces creemos que esta pobreza, este hambre y este llanto es el que habitualmente conocemos en mucha gente, y que sólo es la pobreza, el hambre y el llanto físico o material; pero hoy San Pablo nos lleva a pensar que hay otra pobreza, hambre y llanto más profundo que es el que ha de buscar nuestra alma para alcanzar lo que anhelamos desde el momento de nuestro bautismo.
Nos dice San Pablo:
"Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra.
Despojaos del hombre viejo, con sus obras, y revestíos del nuevo, que se va renovando como imagen de su Creador, hasta llegar a conocerlo".
Este despojarnos del hombre viejo es lo que nos hace pobres, porque nuestra riqueza está en saber que somos capaces de dirigir nuestras propias y buscar nuestros propios "destinos", sin saber que, desde el momento en fuimos consagrados al Señor por el bautismo, nuestra vida ya no es nuestra sino que somos de Cristo.
"Hemos resucitado con Cristo, busquemos los bienes de allá arriba", ahí está nuestra riqueza, en que nada de lo que viene del mundo nos enriquece, porque sólo nos hace estar más pendientes de lo mundano que de lo divino, nos hace estar con la mirada puesta en lo que quiero y no en lo que debo. Cuando nos encontramos con nuestra verdadera esencia, cuando nos encontramos con el Verdadero Amor, es ahí el momento en que nos sentimos pobres sabiendo todo lo que poseemos, pero nos sentimos pobres deseando todo lo que podríamos alcanzar.
Así el alma enamorada de Dios va despojándose de todo lo terrenos, que, aunque cueste dejar de lado todo lo que creía que era mío, el dolor se convierte en gozo a medida que mi alma se va llenando de los bienes del Espíritu, porque sólo Dios puede llenar el vacío que me hace anhelar los bienes del cielo.
Y así comenzamos el más largo proceso de conversión en nuestra vida, porque sabiendo lo que anhelamos vamos despojándonos día a día de aquello que no pertenece a nuestra nueva vida. Y ¿cuáles son esas cosas? También nos lo dice San Pablo:
"En consecuencia, dad muerte a todo lo terreno que hay en vosotros: la fornicación, la impureza, la pasión, la codicia y la avaricia, que es una idolatría.
Eso es lo que atrae el castigo de Dios sobre los desobedientes.
Entre ellos andabais también vosotros, cuando vivíais de esa manera; ahora, en cambio, deshaceos de todo eso: ira, coraje, maldad, calumnias y groserías, ¡fuera de vuestra boca!
No sigáis engañándoos unos a otros".
Con la ayuda y la Gracia del Espíritu de Dios que habita en nosotros, y nuestra disposición a la Voluntad de Dios podemos hacer que nuestra vida sea un espejo del Amor de Dios, pues día a día, Él ira transformando nuestra vida y nuestra vida, como nos lo pidió Jesús será Luz para el mundo.
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