Lo primero que me surgió al pensar en este cumpleaños de Nuestra Madre fue: ¡Dios te salve María, llena eres de Gracia! Es lo que le decimos todos los días y cada día (o es lo que le debíeramos decir) por que así recordamos el mejor día de su vida: la anunciación del nacimiento de su hijo, el Hijo Único de Dios.
Por que (creo) que para toda mujer el día en que sabe que va a ser madre, y sobre todo, cuando es una concepción esperada por mucho tiempo, es no sólo una hermosa noticia, sino la noticia más importante de todas.
Y, para María, como para toda mujer del pueblo judío el nacimiento del Mesías Anunciado y Esperado, era lo que cada una ansiaba y esperaba, pues Él traería la Paz y la Salvación a Su Pueblo. Por eso, en María, el día del Anuncio del Ángel trae dos grandes noticias: va a ser madre y madre del Mesías Salvador. ¿Cuál de las dos es más maravillosa? No creo que María las haya sopesado en ese momento, pero para nosotros las dos son maravillosas por igual, porque el Mesías Salvador nos la dio como Madre de todos los hombres, Madre de Él, Madre mía y Madre tuya.
Así cuando la saludamos a María creo que no hay mejor saludo que el del Ángel, por eso le gusta tanto a María que recemos el Rosario porque cada cuenta, cada Ave María le trae el mejor de los recuerdos de su vida.
Pero también es hermoso para nosotros recordar cada día ese día, y celebrar con Ella el día de la Anunciación, por que así recordamos que nosotros, como Ella, hemos de ser instrumentos dóciles en Manos del Padre, que como Ella el Señor quiere hacer grandes cosas con nosotros sin importar nuestra pequeñez, o mejor dicho, sí importando nuestra pequeñez, porque son los más pequeños y dóciles el Señor puede hacer maravillas.
Y si dejamos que El Señor nos llene cada día con su gracia, como lo hizo con María, veremos en nuestra vidas grandes cosas, podremos alegrarnos como María por haber sido elegido y llamados, podremos como María gozarnos y estremecernos de gozo porque Él miró nuestra pequeñez y quiere hacer protagonistas en la Historia de la Salvación.
Cada Ave María no lleva a aquél día, y nos trae a nuestro día en el que confiados en la intercesión de Nuestra Madre ponemos en Manos del Padre nuestra vida, para que como Ella, siendo obedientes a Su Palabra, llevemos la Vida Nueva que nos ha dado a todos los Hombres, llevemos la Palabra hecha vida en nuestra vida a todos los lugares donde vayamos, para que así podamos ser instrumentos de paz, de amor, de fraternidad, de unidad, de alegría, de esperanza, es decir, como María ser también nosotros el lucero de la mañana que anuncia el día sin ocaso en el que la Humanidad encontrará el Camino que nos conduce al Reino de Dios.
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