En el Evangelio de hoy escuchamos el llamado de Jesús a Pedro, y la prontitud del seguimiento de los primeros apóstoles, la respuesta rápida al llamado. Del mismo modo que los llamó a ellos nos llama a cada uno de nosotros y, a cada uno, para una misión concreta y específica, pero todos somos apóstoles, enviados al mundo para llevar la Buena Noticia. Este Evangelio lo uno a las palabras de San Gregorio Magno (hoy es su memoria) y él asocia este llamado a aquél mensaje de Dios al profeta en donde le dice que lo pone como Atalaya para el pueblo, dice así:
"Hijo de hombre, te he puesto como atalaya en la casa de Israel. Fijémonos cómo el Señor compara sus predicadores a un atalaya. El atalaya está siempre en un lugar alto para ver desde lejos todo lo que se acerca. Y todo aquel que es puesto como atalaya del pueblo de Dios debe, por su conducta, estar siempre en alto, a fin de preverlo todo y ayudar así a los que tiene bajo su custodia.
Estas palabras que os dirijo resultan muy duras para mí, ya que con ellas me ataco a mí mismo, puesto que ni mis palabras ni mi conducta están a la altura de mi misión".
Cuando nos pensamos como apóstoles, como predicadores, como custodios de la vida de nuestros hermanos por un lado nos gusta poder tener "un cargo de responsabilidad", pues podemos llamar la atención, exhortar, dirigir; pero, por otro lado, como San Gregorio, nos miramos a nosotros mismos y es para nosotros una gran obligación la de tener que estar a la altura de semejante misión. Es ahí cuando descubrimos nuestras imperfecciones y pecado y decimos ¡no esto no puede ser para mí! ¡no soy digno del llamado!
Y, lamentablemente, es cierto que no somos dignos del llamado y siempre vamos a estar en pecado y con imperfecciones. Y eso también lo tiene en cuenta el Señor que nos llamó, pero Él no se fijó en nuestra imperfección, sino que miró la disponibilidad de nuestro corazón y Su Gracia, que es lo más importante para que el Llamado pueda ser dócil a Quien llama y pueda servir a la Palabra de Quien lo ha llamado.
Nosotros como profetas y apóstoles no nos predicamos a nosotros mismos, predicamos y anunciamos la Palabra de Dios para nosotros mismos y para todos los que la quieran escuchar, como dice San Pablo, "a tiempo y a destiempo". Por eso, como San Gregorio, sentimos que las palabras que anunciamos son muy duras, también, para nosotros mismos, pero no podemos dejar de predicarlas porque esa es nuestra misión.
Por eso, finaliza San Gregorio diciendo:
"¿Qué soy yo, por tanto, o qué clase de atalaya soy, que no estoy situado, por mis obras, en lo alto de la montaña, sino que estoy postrado aún en la llanura de mi debilidad? Pero el Creador y Redentor del género humano es bastante poderoso para darme a mí, indigno, la necesaria altura de vida y eficacia de palabra, ya que por su amor, cuando hablo de él, ni a mí mismo me perdono".
Sólo el infinito Amor del Padre puede elegirnos para misión tan elevada, y sólo el Amor Misericordioso del Hijo puede darnos el perdón para purificar nuestro corazón y hacernos partícipes de su misión evangelizadora.
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