"Herodes se decía: -«A Juan lo mandé decapitar yo. ¿Quién es éste de quien oigo semejantes cosas?»
Y tenía ganas de ver a Jesús".
Como siempre pasa y ha pasado los comentarios siempre llevan y traen noticias, pero no siempre los comentarios que nos llegan son fieles a la verdad. Pero sí siembran en quien los escucha la semilla de curiosidad, un deseo de conocer que algunas veces es bueno y otras no.
A Herodes le picó el bichito de la curiosidad y quería conocer a Jesús, porque decían tantas cosas de él que tenía interés.
En aquella época no se sabía bien quién era Jesús, por qué tenía tanto poder, por qué podía hacer tantos milagros que nadie había realizado, y, por eso nadie sabía con seguridad quién era, salvo los demonios que salían de las gentes y que decían que Él era el Hijo de Dios, el Mesías. O alguna vez que lo dijo Pedro, pero que Jesús le mandó callar.
Hoy nosotros sabemos bien quién es Jesús, o por lo menos, gracias al Don de la Fe podamos creer en Él como el Hijo de Dios, Nuestro Salvador. Ya no necesitamos de la curiosidad para acercarnos a Él, ahora necesitamos de la perseverancia para estar cerca de Él, que es una virtud que necesitamos conquistar día a día.
Sí, la perseverancia nace del deseo de estar haciendo lo que realmente sabemos que nos hace bien, pero es una virtud que se va conquistando día a día, paso a paso, como la construcción de un gran edificio (o pequeño) que no se hace de un día para otro, sino que se va haciendo ladrillo a ladrillo, pero primero se comienza por los cimientos. Y son los cimientos en los que más nos tenemos que esforzar, porque un edificio sin buenos cimientos no logra estabilidad y llegado un momento puede hasta derrumbarse.
Así la virtud de la perseverancia nos ayuda a cavar hacia lo hondo, a limpiar los cimientos de impurezas y llenar del buen material de la Fe y de las razones que tenemos para creer para que pueda sostener el edificio de una Vida Nueva en Dios. La constancia nos llevará a perseverar en la construcción diaria: la oración, la reflexión de la palabra, la vida sacramental que nos revestirá del Don de Dios haciendo de nosotros un Templo Vivo donde habite el Espíritu de Dios, que irradie la Luz de la Verdad, el Calor del Amor y la Fuerza de la Esperanza, siendo así faros luminosos que señalen el Camino hacia Dios.
Así le decía Dios a Ageo cuando llegó el momento oportuno:
"Así dice el Señor: Meditad en vuestra situación: subid al monte, traed maderos, construid el templo, para que pueda complacerme y mostrar mi gloria - dice el Señor -.»
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