Ayer y hoy en la primer lectura Dios nos narraba la historia de Abrahám. Ayer cómo Saray, su esposa daba a Abrán su esclava para que concibiera un hijo, pero los celos provocaron la ira de Saray y expulsó a Hagar de su casa, pero Dios la hizo volver para que de ella naciera Ismael. Hoy Dios vuelve a hablarle a Abrán y le reitera su promesa y el cumplimiento de la misma: Saray y Abrán van a ser padres y su hijo se llamará Isaac. Una promesa que se cumple y una vida que cambia, por eso también Dios les cambia los nombres de Saray a Sara y de Abrán a Abrahám, y refuerza la promesa de que de ellos Dios va a hacer un pueblo numero como las estrellas del cielo y las arenas de las playas.
Y uniendo las dos historia, que, en realidad es una sola, pensaba en la paciencia de Abrahám para seguir a Dios, para seguir creyendo a pesar de que todo indicaba que no había posibilidades de creer en que se cumpliría la promesa. Tal es así que aceptar a Hagar para concebir porque ya eran viejos Saray y Abrán, y por eso tiene con ella un hijo. Pero ese no era el hijo que Dios había prometido a Abrán, el hijo nacería de Sara y Abrahám.
Y vuelvo a lo que muchas veces pienso para mí y me lo habéis escuchado: los tiempos de Dios no son los nuestros, porque Él tiene toda la eternidad y desde su eternidad mira la pobreza de nuestro tiempo y calcula, calcula cuándo es el tiempo propicio, cuando, como diría San Pablo: es la plenitud de los tiempos para obrar sus maravillas.
Claro que nosotros no tenemos ese tiempo, o, mejor dicho, no sabemos aprovechar la eternidad de Dios en nuestra pobreza temporal, porque siempre vamos pensando que no tenemos tiempos, que se nos acaba el tiempo, que el reloj biológico corre, que necesitaría más horas en mi día ¡y tantas cosas! que hacen que cada día pase más aprisa que el anterior, y que en cada día pueda hacer menos cosas que en el anterior ¡y con todo lo que tengo que hacer!
Pero ¿qué es eso de aprovechar la eternidad de Dios? Es fácil peor es difícil. como todo lo de Dios. Cuando estamos en oración con el Padre su eternidad viene a nuestro tiempo, o mejor nos introducimos en la eternidad de Dios cuando nos ponemos a hablar con Él, como en aquellos momentos cuando Moisés iba a la Tienda del Encuentro y sobre ella se posaba el Señor. Cuando nos encontramos en Misa es Dios quien se hace presente en el altar, y su Eternidad viene a nosotros y nosotros entramos en la eternidad y en la intimidad con Dios.
Son momentos importantes en nuestras vidas que nos ayudarían a calmar nuestras ansiedades, porque su eternidad nos hace mirar la vida desde su Corazón y podremos ver que no nos quiere como hamsters corriendo sin sentido en una rueda giratoria que no lleva a ningún lado, sino que nos quiere hijos pensantes que saben que el Padre no les exige lo que no pueden dar, sino que les da lo que pueden hacer para que lo que hagan le de sentido a sus vidas. Por eso la Luz de la Eternidad de Dios que nos da Su Espíritu ilumina con Su Paz nuestro camino para que descubramos "qué cosas son importantes y que sepamos elegirlas", como lo hizo María a los pies de Jesús.
No dejemos que la rueda giratoria de un mundo sin sentido nos quite la paz de cada día, sino que la seguridad de la confianza que nos da el Padre nos de el sentido de vivir cada en Su Voluntad.
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