Cuando leemos el relato de la Última Cena, creo, que, muchas veces, nos imaginamos estar en ese lugar, en esa habitación; quisiéramos compartir con los discípulos y Jesús ese momento tan especial y maravilloso: el momento en que nuestro Hermano, nuestro Dios, con amor y con compasión, quiere quedarse como alimento Verdadero para fortalecer nuestra Fe, Esperanza y Caridad.
Cuando llegas (como he tenido la oportunidad de hacerlo hace un par de años) a lo que es el Cenáculo en Jerusalén, te encuentras con una habitación plagada de gente, haciendo fotos y, quizás, para muchos, sin tener un momento de oración, de atención, de volver a imaginarse lo que ocurrió en ese lugar. Es difícil poder abstraerse de semejante movimiento...
Y es muy diferente la sensación y el sentimiento cuando, cada día, celebro la Eucaristía, porque se que en ese momento en mi persona (como en la persona de cualquier sacerdote) está, una vez más, Jesús celebrando la Última con sus discípulos. En ese lugar, en ese altar, en ese templo estamos viviendo la Última Cena, se está produciendo el hermoso y maravilloso milagro de Amor de un Dios, hecho Hombre y Hermano mío, que se entrega todo por Amor a mí.
Y este es el milagro que hoy celebramos con la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo: un milagro de Amor por mí, por tí, por nosotros. El milagro de ver cuánto necesitábamos re-encontrarnos con el Padre que el Hijo se entregó a sí mismo como Víctima de oblación para reconciliarnos y darnos Vida Nueva. Y, conociendo nuestra debilidad se hizo Pan y Vino para alimentar, cada día, nuestra vida de fe, nuestro amor con el Padre y con nuestros hermanos, nuestra esperanza de ser constructores de un Hombre Nuevo.
Pero, además, celebramos el misterio de que nosotros, cada uno de nosotros, desde el día de nuestro bautismo, somos parte de Él, de Su Cuerpo Místico, somos el Cuerpo Místico de Cristo y unidos en la Fe, la Esperanza y el Amor, somos imagen de Cristo en el mundo: "que Ellos sean Uno Padre, como Tú y Yo, para que el mundo crea". Somos, como Cuerpo Místico de Cristo, instrumento de salvación para los hombres: "los paganos decían ¡miren como se aman!, y Dios enviaba a esa comunidad a los habían de salvarse".
Hoy, y cada día, es el día de volver a apreciar lo que somos, de volver a apreciar lo que se nos ha dado, de volver a apreciar a qué se nos ha llamado. Somos hijos de Dios, miembros del Cuerpo Místico de Cristo, porque se nos ha dado una vida nueva gracias a la entrega del Hijo Único de Dios, por obediencia al Padre hasta la muerte y muerte de Cruz, y ese Hijo nos ha dado no sólo su vida en la Cruz sino que nos la da cada día en la Eucaristía, para que tengamos la disponibilidad y la fortaleza suficiente para vivir nuestra Fidelidad al llamado del Padre a ser santos y la misión que nos ha dado el Hijo de llevar la Buena Noticia a todos los hombres hasta el confín del mundo.
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