lunes, 8 de junio de 2015

El cristiano necesita grandeza de alma

Juntos a las lecturas de hoy, me ha gustado mucho un párrafo de la carta de San Ignacio de Antioquía a los romanos:
"Lo único que para mí habéis de pedir es que tenga fortaleza interior y exterior, para que no sólo hable, sino que esté también interiormente decidido, a fin de que sea cristiano no sólo de nombre, sino también de hecho. Si me porto como cristiano, tendré también derecho a este nombre y, entonces, seré de verdad fiel a Cristo, cuando haya desaparecido ya del mundo. Nada es bueno sólo por lo que aparece al exterior. El mismo Jesucristo, nuestro Dios, ahora que está con su Padre, es cuando mejor se manifiesta. Lo que necesita el cristianismo, cuando es odiado por el mundo, no son palabras persuasivas, sino grandeza de alma".
Parece como si la carta fuera escrita en estos días y, en cambio, ha sido escrita hace casi 2000 años, pero no pierde vigencia en la vivencia de la fe, y en la entrega que nos exige cada día.
Porque las Bienaventuranzas que nos ofrece hoy el Señor no son el Buen Vivir que el mundo nos propone, sino la Vida Nueva que Jesús adquirió para nosotros y ¡a qué precio! Pero esa Vida Nueva no es la vida que el mundo desea, y a la que nos vamos acostumbrando. Aunque sabemos que no todo es nuestra vida de fe son espinas, pero tampoco son rosas, nos dejamos conducir por la Voluntad de Dios para que el Padre nos guíe por el Camino mejor para nuestra vida.
Las Bienaventuranzas nos permiten asumir el Camino de Jesús con una mirada nueva, con una mirada con mayor altitud que la mirada del mundo. Está claro que no buscamos el sufrir, pero si el sufrir es el camino sabemos que tendremos la fuerza del Espíritu para recorrerlo, porque Aquél que me dio la Vida lo recorrió primero y nos ha dado muestras que nuestro final no está en la Cruz sino en la Resurrección.
Porque, como le dice San Pablo a los Corintios:
"Si los sufrimientos de Cristo rebosan sobre nosotros, gracias a Cristo rebosa en proporción nuestro ánimo.
Si nos toca luchar, es para vuestro aliento y salvación; si recibimos aliento, es para comunicaros un aliento con el que podáis aguantar los mismos sufrimientos que padecemos nosotros.
Nos dais firmes motivos de esperanza, pues sabemos que si sois compañeros en el sufrir, también lo sois en el buen ánimo".
En los momentos más oscuros, y en las tormentas muy fuertes es cuando más nos tenemos que encontrar con el Señor pues es Él el único que puede guiarnos y fortalecernos en los momentos de mayor agobio y angustia, para que no perdamos la esperanza ni la alegría de seguir andando, de seguir luchando, porque hemos puesto nuestra vida y esperanza en aquél que puede Salvarnos.

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