domingo, 14 de junio de 2015

Sembradores de Dios en el mundo

"En aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud: "El Reino de Dios se parece a lo que sucede cuando un hombre siembra la semilla en la tierra: que pasan las noches y los días, y sin que él sepa cómo, la semilla germina y crece..."
En esta parábola Jesús hace referencia a Dios Padre como el sembrador, pero Él, Jesús, nos llamó a nosotros, también, para ser sembradores de la Palabra de Dios, sembradores del Reino de Dios que habita en nosotros, sembradores en el mundo de una Vida Nueva para que de frutos nuevos.
Y ¿dónde tenemos esa cantidad de semilla nueva? En nuestro corazón, pues en el corazón el Señor ha derramado el Espíritu Santo que produce en nosotros frutos nuevos, simiente nueva y "de la abundancia del corazón del corazón hablan los labios". Así cuando hablamos, cuanto hacemos son semillas que caen en en la tierra del mundo y comienzan a germinar y a dar frutos nuevos.
Sí, cada día de nuestra vida y en cada hora estamos sembrando algo: si estamos alegres sembramos alegría, con esperanza esperanza, si estamos tristes sembraremos tristezas, si nos levantamos con mal ánimo sembraremos tormentas, si guardamos rencores en nuestro corazón sembraremos oscuridades en el mundo. Aunque no seamos conscientes de que somos sembradores, sembramos en cada momento.
Por eso el Señor nos pide que estemos siempre en armonía con el Espíritu Santo, que le dejemos al Espíritu que llene nuestro corazón y nos anime cada día, queme en nuestro corazón aquello que nos llena de rencores, envidias, celos, rivalidades, tristezas, desesperanzas, y nos ayude a transformar todo lo malo y duro que haya en frutos nuevos del espíritu: alegría, gozo, paz, esperanza, verdad, fortaleza, justicia, para que lo que sembremos cada día sean semillas nuevas que den frutos nuevos.
No dejemos que la mala simiente del mundo, que las malas influencias del Príncipe de este mundo infecte nuestro corazón, sino que dejemos que el fuego del Espíritu mantenga siempre encendida la llama del Amor Primero para que nuestra vida sea siempre un granero de buena semilla, y seamos así sembradores del Reino de Dios por donde el Señor nos lleve.

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