jueves, 11 de junio de 2015

Hombres de bien, apóstoles del Señor

En los Hechos de los apóstoles de hoy leemos sobre Bernabé:
"...enviaron a Bernabé a Antioquía; al llegar y ver la acción de la gracia de Dios, se alegró mucho, y exhortó a todos a seguir unidos al Señor con todo empeño; como era hombre de bien, lleno de Espíritu Santo y de fe, una multitud considerable se adhirió al Señor".
Nos presenta a Bernabé no sólo como un hombre de bien, sino como un instrumento del Espíritu Santo por medio del cual "una multitud considerable se adhirió al Señor", haciéndonos ver que nuestra vida de fe no es sólo para nosotros, sino que es para los demás: desde que el Espíritu Santo desciende a nosotros en el Bautismo somos enviados al mundo para anunciar la Buena Noticia.
Muchas veces nos encontramos con cristianos que sólo piensan en su propia persona, en seguir a Cristo sólo para estar bien, para "tener a Dios en su bolsillo", para las cosas que necesito, para poder salvarme. Pero no se dan cuenta que al ser cristianos somos instrumentos del Espíritu Santo para llevar la Buena Noticia a otros que buscan la salvación.
Nos cerramos en nuestras propias necesidades, que es cierto que pueden llegar a ser muchas, pero son esas mismas necesidades las que no nos dejan ver que hay otras muchas cosas que dan mayores alegrías, que dan seguridad, que si me abro a los demás puedo encontrar lo que necesito sin siquiera salir a buscarlo, porque al ir entregando de lo mío el Señor tiene espacio para llenar mi vida de lo que necesito, pero si no entrego nada de lo mío nunca habrá espacio para que la Gracia llegue a mí.
Por eso Jesús en el Evangelio nos dice:
«ld y proclamad que el reino de los cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad demonios.
Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis".
Porque todo lo hemos recibido gratis ¿qué es nuestro? ¿Qué nos vamos a llevar el día en que el Señor nos llame para el Encuentro Final? Vamos toda la vida acumulando tesoros en la tierra ¿para qué? Y no sólo hablo de los bienes materiales, sino, sobre todo de los bienes espirituales: la alegría, la paz, la esperanza, el amor, el consuelo, la verdad, la solidaridad, la confianza, el saber escuchar, el saber consolar, el estar cerca, el acompañar, el abrazar, el sonreír, el saludar... ¡hay tantas cosas que hablan de la bondad del corazón!
Pero este mundo egoísta y egocéntrico nos hace vivir pendientes de nosotros mismos, mirándonos siempre nuestro propio ombligo lo que nos hace estar temerosos de lo que nos vaya a pasar, de lo que vayamos a perder, de lo que nos pueden robar, quitar o traicionar.
Por eso, cuando abrimos nuestro corazón al Espíritu Santo y dejamos que Él nos lleve y nos guíe será Él quien nos cubra, quien nos proteja, quien nos vaya sosteniendo y "devolviendo" todo aquello que vamos entregando, dándonos así seguridad, consuelo, alegría, gozo y ¡tantos y tantas cosas que jamás podríamos soñar ni esperar!
No permitamos que el egoísmo del mundo nos impida vivir la alegría de la pobreza espiritual que nos lleva a anunciar con gozo el sabernos amados y llamados por Aquél que nos entregó su Vida para que, no sólo nosotros tuviéramos vida, sino para que seamos nosotros quienes mostremos al mundo la Vida Verdadera.

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